«Pero en este libro no he pretendido trazar una historia de la navegación o de la piratería. Tan sólo he querido retratar a algunos de los hombres extraordinarios que han tomado el mar como camino de sus vidas y lo han hecho campo para sus hazañas. Algunos son francamente piratas; otros, aventureros que navegaban en busca de cualquier cosa que pudieran encontrar, y otros más, tan sólo marinos de vida honrada, aunque azarosa. Pero no cabe duda de que los principales aventureros del mar han sido los piratas y, para los que saco a relucir en este libro, quiero hacer un breve esquema de la historia de la piratería» (Rafael Bernal).
Rafael Bernal
Gente de mar
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Titivillus 29.08.15
Título original: Gente de mar
Rafael Bernal, 1950
Presentación: Vicente Francisco Torres
Editor digital: Titivillus
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PRESENTACIÓN
EL MAR A SANGRE Y FUEGO
Más de la mitad de su vida estuvo Rafael Bernal obsesionado por el mar. En el prólogo de El gran océano (1972), su obra más ambiciosa, el autor escribe que siempre le intrigó la poca atención que los historiadores mexicanos habían prestado al Océano Pacífico, vasto y azul camino que nos había puesto en contacto con los pueblos orientales. La nao de la China no pasaba de ser una referencia mítica pero casi nada se había indagado sobre lo que esos galeones representaron para el intercambio cultural. Devoto de la historia, el escritor vería su interés avivado cuando, en la década de los sesenta, cumpliera misión diplomática en Filipinas.
Rafael Bernal (1915-1972) es un escritor parcialmente conocido. Muchas personas han leído El complot mongol (1969), que en la década de los setenta salió de las bodegas de la editorial Joaquín Mortiz para volverse objeto de culto entre los lectores de novela policial y de espionaje. Quienes disfrutaron los relatos de enigma clásico, recuerdan sus cuentos y novelas breves protagonizados por don Teódulo Batanes, que con su nombre nos hace un guiño porque nació a imagen de los enigmas trascendentes planteados por el Padre Brown, de Chesterton. Los más enterados conocen sus piezas teatrales, y de un tiempo a esta fecha, gracias a la reedición que Lecturas Mexicanas hizo de Trópico en 1990, se han podido conocer sus relatos en que los paraísos tórridos sirven de escenario para las más desatadas pasiones. Caribal. El infierno verde, novela por entregas que Bernal publicó en el diario La Prensa entre 1954 y 1955, sigue sin aparecer en forma de libro.
Dije arriba que El gran océano es su obra más ambiciosa y vuelvo sobre esa afirmación. En una de las sesiones de los ciclos titulados «Los escritores ante el público», que organizaba el Instituto Nacional de Bellas Artes, Bernal afirmó que durante treinta años había pensado en el Océano Pacífico como el gran tema que cristalizaría en un monumental trabajo de erudición como el que, en 1992, publicó el Banco de México para deleite de unos cuantos afortunados entre los cuales me cuento, porque doña Idalia Villarreal, esposa del novelista, me obsequió un ejemplar por la devoción que yo había demostrado por el autor de Tierra de gracia. Es un libro de gran tamaño y 529 páginas cuya bibliografía ya no pudo elaborar el diplomático porque en 1972, en Berna, Suiza, lo sorprendió la muerte.
Por su formación y para llevar a cabo su magno proyecto, Rafael Bernal estudió a los cronistas y a los historiadores, a los viajeros y exploradores que dejaron memoria de sus hazañas. Todo esto sin olvidar a los escritores cuyas huellas advertimos en sus novelas y libros de cuentos: Agatha Christie, Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe, José Eustasio Rivera y, claro, Emilio Salgari, quien se suicidara acosado por la demencia y la miseria después de haber hecho ricos a varios editores.
El nombre de Salgari surge aquí no sólo por la elocuente dedicatoria que encabeza Gente de mar: «A la memoria del inmortal Emilio Salgari», sino porque, creo, el libro nace como un resultado de sus lecturas que preparaban El gran océano y, entre ellas, ocupaban un sitio muy relevante las obras de mar que son lo mejor y más conocido —Sandokan, El corsario negro— del prolífico autor italiano. Además, hay razones no históricas, sino literarias, para invocar a Salgari.
Pido permiso para traer a cuento una anécdota que nos dará la dimensión exacta de la importancia que Salgari ha tenido entre escritores como Rafael Bernal.
José Luis González, el cuentista que nació en una isla del Caribe arrullada por el mar y refrescada por los abanicos de las palmeras, contó sus inicios de escritor. Siendo un creador precoz, llegó a su casa el escritor dominicano Juan Bosch y le impuso una tarea: vas a leer, le dijo, las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes y a Emilio Salgari: al primero para que veas las riquezas del idioma y al segundo para que aprendas a narrar. Y aquí volvemos a Rafael Bernal: sus primeros libros no han corrido con la fortuna de los que llevan la impronta de la aventura, esa gracia que sólo se aprende en las aulas de Salgari, repletas de elefantes y de tigres, de selvas y de ríos en los que vemos papagayos y cocodrilos, y también gigantes de ébano, hindúes y hombrecitos amarillos que surcan los mares apretando sus dagas con los dientes. Y claro, los piratas, que fueron más que un hecho económico o de latrocinio; de ahí que los veamos nimbados lo mismo en los libros de historia que en las novelas de aventuras, o en los libros que se asoman al interior de los tipos más extravagantes que ha producido el género humano. Gilles Lapouge ha hecho evidente que los ojos parchados, los trabucos y las patas de palo, las arracadas y los pericos al hombro no son sino laca de estampa porque la verdadera carne del pirata está hecha de una materia inasible y sombría. El pirata va al trópico, trasunto del paraíso terrenal; no quiere riqueza y no tiene familia. Lo que gana en los hurtos en los que apuesta la vida lo derrocha en un instante. Roba mujeres y mata, toma como cuando las cosas no tenían dueño, cuando no existían los cepos de la ley. Y se pierde en el limbo del sueño que le ofrece el vino, sin atarse y sin echar raíces, sin más obligaciones que navegar y disfrutar del mundo virginal que Dios ha creado. Piratas como Cobham, que se vuelve honrado y hace huesos viejos, son casos excepcionales.
En su «Arte de la biografía», Marcel Schwob dice que el artista se aparta de la generalidad y elige vidas singulares, ejemplares únicos que pueden ser mediocres o criminales. Rafael Bernal sigue una propuesta afín desde el momento en que toma para protagonizar Gente de mar a un puñado de corsarios que hicieron del océano campo de sus hazañas. Y la elección del escenario es muy importante porque en el mar no quedan ruinas ni rutas turísticas, que constituyen las cenizas de la historia. Pero las olas insomnes, que borran toda huella del paso de los hombres sobre su superficie, le ofrecían tres regalos: aventura, riquezas y conocimiento.
A nuestro autor le interesaron los bucaneros por sus vidas azarosas y extrañas; no son los grandes piratas, sino seres extremosos que volcaron en las aguas saladas sus ansias de crueldad, de honor o de ideal: Caracciolo puso a la utopía un pedestal de sangre, Jurgen jurgensen robó como un patriota, Anne Bonny se hizo a la mar porque no soportó las humillaciones de los tinterillos que ahorcaban a los bucaneros. Los personajes de Bernal son los grandes marginales que no aparecen en la obras consagradas ni figuraron en la corte, como Francis Drake, quien fue nombrado caballero y regaló un gran prendedor de esmeraldas que lucía la reina de Inglaterra en Año Nuevo. Por elemental justicia poética, con la madera de su barco pirata, el Golden Hind, se hizo una silla que la Universidad de Oxford guarda como una reliquia.