Í NDICE
E L MURO CAYÓ HACIA LOS DOS LADOS
Joaquín Estefanía
H ace dos décadas que se publicó por primera vez Derecha e izquierda , de Norberto Bobbio. Desde entonces su autor ha muerto y en el mundo han acaecido muchos sucesos que han cambiado la forma de pensar y de vivir de los ciudadanos. La editorial Taurus considera que es un buen momento de volver a poner en circulación la obra, bien porque la mayoría de sus postulados siguen vigentes —lo que da idea de la estatura intelectual del pensador italiano— o bien porque merece la pena hacer una revisión crítica de lo que entonces se dijo, de los énfasis que estaban vigentes en comparación con los de hoy, de los problemas que se arreglaron y los nuevos que han surgido.
Cuando, en 1998, se publicó la obra en castellano, los responsables de Taurus me pidieron dos cosas: que escribiese un prólogo a la luz del momento, caracterizado aún por el shock que había supuesto la caída del Muro de Berlín y del socialismo real; y que organizase un seminario sobre el mismo tema —las alternativas ideológicas en el postcomunismo— que también se publicó en edición no venal, en la misma casa, bajo el título de Las claves del debate. Derecha e izquierda de Norberto Bobbio. Así pues, la confrontación de lo expuesto con estos casi veinte años de vértigo no corresponde solo al italiano, sino a los intelectuales que participaron en aquel seminario y al prologuista. Es fascinante echar la vista atrás y tener la oportunidad de comparar lo pronosticado con lo ocurrido: los asuntos que entonces parecían crepusculares y hoy están en primera fila de las preocupaciones políticas, y viceversa; lo que en un momento determinado parecía decisivo para el devenir de la humanidad y tan solo significará un asterisco en los libros de Historia.
Apenas una década después de la publicación del libro murió Bobbio, uno de esos testigos excepcionales del «corto siglo xx», en definición del historiador británico Eric Hobsbawm: el periodo comprendido entre la Gran Guerra, en 1914, y la caída del Muro de Berlín, a finales de 1989. Un buen debate colateral —si Hobsbawm no hubiera desaparecido también— sería el de analizar si el xx fue corto o muy largo, ya que podría defenderse con datos empíricos que se inició con la Primera Guerra Mundial pero que aún no ha terminado porque la Gran Recesión forma parte de las convulsiones que tuvieron lugar en el interior del mismo, y sus secuelas parecerían indicar que el Muro cayó hacia los dos lados (hacia el del socialismo real, con su destrucción, y hacia el del capitalismo real con una de las crisis mayores del mismo, junto a las dos conflagraciones mundiales y la Gran Depresión de los años treinta). En cualquier caso, Hobsbawm dejó al menos una impresión de este asunto: el colapso del año 2008 es «una suerte de equivalente de derechas de la caída del Muro de Berlín», cuyas consecuencias han llevado al mundo a «volver a descubrir que el capitalismo no es la solución sino el problema».
Cualquier observador definiría a Bobbio como un hombre cercano al centro izquierda, símbolo de la cultura antifascista, apasionado por la libertad y, por tanto, más vinculado al socialismo liberal que al marxista. Y sobre todo, un moderado de izquierdas que creía que la tendencia dominante es dirigirse hacia un centro que unas veces es centro izquierda y otras centro derecha. Decía: «En una sociedad democrática, pluralista, donde existen varios grupos en libre competición, con reglas del juego que deben ser respetadas, mi convicción es que tienen mayor posibilidad de éxito los moderados […]. Guste o no guste, las democracias suelen favorecer a los moderados y castigan a los extremistas. Se podría también sostener que es un mal que así ocurra. Pero si queremos hacer política y estamos obligados a hacerla según las reglas de la democracia, debemos tener en cuenta los resultados que este juego favorece. Quien quiera hacer política día a día debe adaptarse a la regla principal de la democracia, la de moderar los tonos cuando ello es necesario para obtener un fin, el llegar a pactos con el adversario, el aceptar el compromiso cuando este no sea humillante y cuando es el único medio de obtener algún resultado». A la luz de las últimas elecciones celebradas en muchos lugares, y de la emergencia de fuerzas a ambos lados del espectro ideológico que han puesto en cuestión el histórico bipartidismo instalado desde la Segunda Guerra Mundial, no está claro que se pueda mantener hoy en día que el moderantismo y la ocupación del centro sean las tendencias dominantes. Por lo menos, no son las preferidas de tanta gente como antes. El ejemplo más cercano fueron los comicios al Parlamento Europeo de 2014, que abrieron el interrogante de si los ciudadanos consideran o no oportuno que, en ocasiones (en este caso durante la crisis económica que ha asolado a Europa, sobre todo a la Europa del sur), las diferencias entre la derecha y la izquierda instaladas sean de poco más de un centímetro ideológico y práctico.
Moderado y de izquierdas. Escribe Bobbio: «Siempre he dado al término izquierda una connotación positiva, incluso ahora que está siendo atacada, y al término derecha una connotación negativa, a pesar de estar hoy ampliamente revalorizada». De la lectura transversal de los muchos textos de Bobbio se pueden destacar algunas de sus características constantes: la desconfianza ante una política demasiado ideologizada; la prevalencia del gobierno de las leyes frente al gobierno de los hombres; el elogio constante de la democracia; la defensa a ultranza de una política laica, entendido el laicismo como ejercicio del espíritu crítico contra los opuestos dogmatismos de católicos y comunistas; y una incondicional admiración por el sistema político británico.
Con esta forma de ser y de pensar, cuando Bobbio muere (2004) sigue creyendo que, aunque la díada izquierda y derecha tañe a duelo cada vez con más frecuencia por la aparición de otras contradicciones y por la hegemonía de una sociedad de ambidextros (Fernando Savater, en el seminario citado, defendió su creencia de que no hay gente químicamente pura de izquierdas o de derechas, sino que todo el mundo tiene componentes de ambas ideologías y todas las personas cuerdas son contradictorias y solo los locos son monotemáticos), esa dualidad continúa vigente, permanece activa. ¿Es que debe sorprendernos, se pregunta, que en un universo como el político, constituido sobre todo por relaciones de antagonismo entre partes contrapuestas (partidos, grupos de intereses, facciones, pueblos, relaciones internacionales, naciones, ciudadanos…), la manera más común de representarlas sea mediante la díada izquierda-derecha?
¿Se puede repetir esa aseveración una década después, con todo lo que ha ocurrido? Subrayemos cuatro elementos que, hoy, tienen distinta intensidad que entonces. En primer lugar, de la caída del Muro de Berlín se ha cumplido un cuarto de siglo. No es solo que se llevase por delante aquel sistema alternativo al capitalismo denominado socialismo real (del que luego hemos conocido, más allá de lo que se sabía cuando estaba vigente, la total ausencia de libertades, la persecución inmisericorde al disidente, la terrible ineficacia económica y el envenenamiento del medio ambiente, que fueron sus señas de identidad negativas), sino que puso en serios aprietos a la propia socialdemocracia. La demolición del Muro de Berlín contagió al conjunto de la izquierda, por mucho que su rama democrática, el socialismo, intentara desembarazarse angustiosamente de las enfermedades letales del comunismo, que no le eran propias pero que confundían «a los demás», a la gente que lo contempla (al socialismo) desde fuera, en palabras del intelectual italiano Raffaele Simone, que publicó en 2008 un estudio sobre la derecha global titulado El Monstruo Amable. ¿El mundo se vuelve de derechas? (Taurus), que sin duda complementa a este de Bobbio. Desde principios de los noventa, la socialdemocracia cabeceó desesperadamente afirmando su distinción del socialismo real.