Índice
Introducción
Capítulo 1. A qué llamamos «mito de la Derecha». Su génesis y su estructura lógica
Capítulo 2. Teoría de la Derecha, desde una perspectiva materialista (no dualista)
Capítulo 3. Teoría del centro: centro derecha, centro izquierda y centro neutro
Capítulo 4. Las modulaciones de la derecha tradicional
Capítulo 5. Las derechas no alineadas
Final
Bibliografía
Índice Onomástico
Introducción
1. Nexo de este libro sobre el mito de la Derecha con el libro anterior del autor sobre el mito de la Izquierda
1. El mito: «Una de las dos Españas ha de helarte el corazón»
Hace cinco años apareció publicado un libro mío titulado El mito de la Izquierda. Las izquierdas y la derecha (Ediciones B, Barcelona, 2003). Tuvo varias ediciones, suscitó muchos comentarios en prensa, revistas, radio, televisión e internet. Por supuesto, algunos de estos comentarios (bastantes) fueron muy críticos, en el sentido negativo del término; a veces rozaban el insulto, lo que demostraba que el libro tocaba puntos muy sensibles, sobre todo de incondicionales socialistas que se consideraban militando en la izquierda de toda la vida, es decir, según ellos, en el socialismo que veía a los comunistas como hermanos separados, quizá algo desviados, pero llamados a reunirse de nuevo con ellos en una Izquierda unida.
Sin embargo, El mito de la Izquierda no tenía la menor intención de atacar al socialismo; su intención era analizar el mito de la izquierda, es decir, el entendimiento de la Izquierda (en singular) como una concepción unívoca de la vida política, y aun de la vida y del mundo en general. El mito de la Izquierda trataba de analizar —por tanto, de destruir, de descomponer— el proceso de sustantivacion en ascenso de la Idea de Izquierda como una supuesta unidad de inspiración profunda que cabía enfrentar disyuntiva mente a la Derecha, según el modelo que el PSOE refundido, en los años setenta, tomó de su ideólogo Antonio Machado: «Una de las dos Españas ha de helarte el corazón».
Un modelo que, tras los ensayos de ruptura revolucionaria o gradual con el régimen de Franco, pareció desdibujarse, convertido en cenizas, en la Constitución democrática de 1978, en cuyo texto no figuran, desde luego, los términos «derecha» o «izquierda» en sentido político; un modelo cuyas cenizas, sin embargo, ocultaban las brasas que volvieron a arder al cabo de veinte años, acaso cuando el PP parecía consolidarse en el poder tras las elecciones de 1996, y comenzó a ser visto por el PSOE, a partir de las elecciones parlamentarias del año 2000, como una amenaza indefinida a sus posibilidades de recuperación del gobierno de España.
Por aquellos años comenzó a prosperar en la oposición, siguiendo el modelo de Machado, la visión del PP de Aznar como una encarnación genuina de la derecha criptofranquista. Se conjuró de nuevo oficialmente, en las Cortes, al régimen de Franco, y se planeó una ley de Memoria histórica —en realidad, de la memoria histórica de los vencidos en la Guerra Civil— llamada a guiar los pasos del socialismo de Zapatero y de sus aliados.
2. El secuestro del término «socialismo» por las izquierdas
Pero El mito de la Izquierda no entró en absoluto en estos asuntos; más bien se atuvo a los límites impuestos por el tabú Franco, que de hecho imperaba, desde la transición del consenso, en la vida cotidiana, principalmente en los medios de comunicación. En El mito de la Izquierda ni siquiera se suscitaba la cuestión del secuestro del adjetivo socialista por algunos partidos políticos de izquierdas; una cuestión soslayada en el libro y que me pareció conveniente abrir de par en par tres años después, en un artículo publicado en E/ Catoblepas: «Notas sobre la socialización y el socialismo» (agosto 2006, http://nodulo.org/ec/2006/n054p02.htm).
Con el término secuestro se designaba en ese artículo sencillamente a la apropiación, en régimen de monopolio, del término «socialismo», no ya sólo por parte del PSOE, sino también por parte de muchos ideólogos o partidos políticos que venían denominándose mediante este adjetivo, desde el siglo XIX: socialismo utópico y socialismo científico, de Engels; Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y Partido Independiente Socialdemócrata Alemán (USPD, el de Liebknecht y Rosa de Luxemburgo), Repúblicas Socialistas (la URSS y sus satélites), Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores (el de Adolfo Hitler), Partido Socialista Obrero Español (el de Pablo Iglesias), Conjunción Republicano-Socialista, Cristianos por/para el Socialismo...
Pero si se les preguntaba a quienes utilizaban el término «socialista» qué entendían por socialismo, respondían dando por sobrentendida alguna especificación del genérico socialismo: por ejemplo, la democrática —la socialdemocracia— o la germánico nacionalista —el nacionalsocialismo alemán, los nazis— o la comunista —el socialismo soviético— o la cristiana, que acaso era la especificación madre de todas las demás, si tenemos en cuenta la tendencia dogmática a considerar al cristianismo socialista como la misma característica del Género humano, una vez alcanzada su plenitud, en cuanto los hombres habían llegado a ser ciudadanos de la Ciudad de Dios agustiniana; es decir, una vez redimido el Género humano del egoísmo individualista que, derivado de un pecado original, había conducido a los hombres a «salirse fuera de sí mismos», a alienarse, identificándose antes consigo mismos que con el Dios que los envolvía o, como se diría siglos después, con la Sociedad.
La identificación cuasi mística (o filosófica, según otros) del socialismo con la condición de militante del partido socialdemócrata, fue extendiéndose en España en la época del franquismo. Cabe poner muchos ejemplos. Sin ir más lejos, en las cartas al director del periódico de hoy leo un escrito de un conocido socialista asturiano, militante desde 1944 y pionero de la memoria histórica, Nicanor Rozada, a través del cual puede advertirse en estado casi puro de candidez la actitud de un socialista de toda la vida: «Mire usted, señor Noriega, lo mejor que le puede suceder a un niño/niña es crecer y hacerse persona dentro de los ideales socialistas, para aproximarse lo más posible a estos ideales de humanidad, pero piense, a su vez, que es muy difícil llegar a alcanzar esta meta de ser socialista íntegro, porque son muchas y duras las pruebas que tiene que afrontar un militante para sentirse integrado dentro de los valores que representa el socialismo». Lo mismo podría decir un cristiano, miembro de la iglesia militante.
La identificación cuasi mística de un hombre de izquierdas, de un militante socialista, con un socialismo trascendente, capaz de dar sentido a su vida, que se enfrenta al egoísmo de los hombres de la derecha, de los capitalistas y sus lacayos que sólo piensan en su beneficio, tiene mucho que ver con la identificación de un cristiano que se considera miembro de la Ciudad de Dios, que da sentido a su existencia, y le enfrenta al descreído, que sólo piensa en las necesidades inmediatas o en los placeres de la vida terrena.
Y a quien encuentre un poco fuera de lugar —acaso por estar poco habituado al análisis del pensamiento filosófico— establecer conexiones entre estas oposiciones metafísico-teológicas (ciudad de Dios/ciudad terrena) y la oposición derecha/izquierda, dentro del socialismo, convendrá recordarle, por si lo ha olvidado, o advertirle, por si no se había dado cuenta, que la oposición Izquierda/Derecha, en política, o en materia de concepciones del Mundo, se circunscribió originariamente a las naciones católicas, principalmente a Francia, a Italia y a España, y, a través de España, a las naciones hispanoamericanas (en países no católicos, la oposición izquierda/derecha es sólo una interpretación de oposiciones que tienen otro alcance —y, por cierto, no siempre dualista—, como puedan serlo las oposiciones laboristas/conservadores en Gran Bretaña, o la oposición demócratas/republicanos en los Estados Unidos).