LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago
Introducción
¿Por qué otra biografía de Recabarren? La visibilidad simbólica del personaje, así como una relativa familiaridad pública con su legado, podrían hacer pensar que ya se dispone de información suficiente sobre el denominado “fundador del movimiento obrero nacional”. Sin embargo, un examen más detenido sugiere que dicha inferencia no es tan evidente. Biografías propiamente tales solo existen cinco (incluyendo una de carácter literario publicada por Fernando Alegría en 1938), todas escritas hace más de veinte años. Así las cosas, en la práctica no contamos con una versión actualizada y contextualizada sobre la trayectoria vital de Recabarren.
Hay, por cierto, innumerables referencias al célebre líder obrero en diversos estudios dedicados al período, desde aquellos más generales hasta los focalizados específicamente en los orígenes de la izquierda socialista y comunista. Entre los primeros se cuentan incluso algunos no particularmente empáticos con el personaje, como los de Gonzalo Vial o Peter de Shazo, pero que de todas maneras reconocen su impacto sobre los hechos que analizan. Se trata, sin embargo, en todos los casos, de miradas más bien genéricas, en las que la figura de Recabarren se difumina entre el paisaje de fondo, lo que obviamente no permite focalizar su trayectoria específica ni dilucidar bien cómo esta interactuó con los procesos más amplios en que le tocó desenvolverse. No reemplazan, en otras palabras, el papel de una biografía histórica.
Un aspecto que en buena medida escapa a esta norma es el pensamiento político de Recabarren, circunstancia no muy extraña tratándose de alguien que consagró a dicha dimensión lo más importante de sus energías y sus años. Desde los tiempos en que Eduardo Devés lo hizo parte de sus reflexiones sobre el “pensamiento mancomunal” y la “cultura obrera ilustrada”, muchos han sido quienes se han ocupado de la producción intelectual de nuestro biografiado, ya sea en estudios monográficos o en obras de más vasto alcance, un trabajo profusamente citado en las páginas que siguen y del que podría decirse, dentro de los límites en que puede darse por clausurada una discusión historiográfica, que ha establecido un “canon” ineludible sobre la materia. En su conjunto, ellas han configurado una imagen bastante exhaustiva sobre las formas en que Recabarren veía su mundo y proyectaba sobre él su propia acción política y social. Pero al estar concentradas en su pensamiento, no siempre pueden (o necesitan) discernir los nexos entre este y sus vivencias personales, ni tampoco sus desplazamientos o continuidades a través del tiempo. Dicho de otra forma, podemos saber mucho sobre las ideas de Recabarren, pero eso no se traduce automáticamente en un conocimiento sobre el conjunto de su vida, y sobre las formas en que esta se entrelazó con su marco histórico, recibiendo influencias pero a la vez aportando, más que significativamente, a su construcción.
Es un ejercicio de actualización y complementación analítica de este tipo el que se ha querido emprender en esta obra. Se ha querido, concretamente, acompañar a Recabarren a lo largo de sus casi cincuenta años de vida, señalando sus principales hitos y puntos de inflexión, e insertándolo en los procesos en que le cupo actuar y que contribuyó a reconfigurar. Se ha dispuesto para ello de su muy voluminosa obra escrita, tanto la de mayor aliento teórico volcada en folletos y libros, como la de carácter coyuntural o de combate que quedó plasmada en cientos de artículos periodísticos, proclamas y discursos parlamentarios, los cuales han sido consultados tanto en compilaciones previas como directamente desde la fuente. Por la naturaleza misma de estos textos, la imagen que de allí emerge se ajusta mucho más al Recabarren “público” que al “privado”, distinción por otra parte difícil de sostener en un personaje que se definió prioritariamente por su actuación pública, y que siempre se manifestó muy celoso de su intimidad.
Se dirá que este Recabarren “público” es el más conocido, y por tanto el menos propenso a sorprender a un lector del siglo xxi . Sin embargo, la concatenación cronológica de sus escritos revela ciertos patrones y rupturas que una mirada más sistémica, o más articulada en torno a criterios temáticos, tiende a hacer difíciles de discernir. Por lo demás, y para contrarrestar la tendencia a focalizarse exclusivamente en lo que el personaje dijo o escribió por sí mismo, se han considerado también referencias extraídas de escritos ajenos a su autoría, tanto de simpatizantes como de detractores, lo que ayuda a levantar una visión más multidimensional y matizada –y por cierto no siempre positiva– de sus diversas actuaciones. Se ha procurado, por último, hacer dialogar constantemente a Recabarren con su tiempo, recogiendo aquellos aspectos en que le tocó ser “receptor” de procesos más amplios, pero también enfatizando aquellos otros, que no fueron pocos, en los que le cupo asumir un papel más proactivo y protagónico. Es eso lo que autoriza a catalogar a este estudio no como una mera biografía individual, sino como una biografía “histórica”.
Para su confección, he recibido y debo agradecer el estímulo y el apoyo de diversos colegas y amigos. En primer lugar, el de Sebastián Leiva, cuya ayuda en el levantamiento de las fuentes inéditas resultó inapreciable, pero que además me brindó el permanente desafío de sus agudos comentarios e interpelaciones, gracias a las cuales el resultado de este trabajo se ha visto sustantivamente beneficiado. Lo propio cabe decir de Verónica Valdivia y Sergio Grez, quienes leyeron y comentaron la versión preliminar de todos los cap ítulos. En el caso de Verónica, el aporte fue mucho más allá, constituyéndose en una interlocutora a la vez informada y exigente durante todo el desarrollo de esta investigación, otorgando profundidad y riqueza a un diálogo historiográfico– y por cierto personal– que ya se prolonga por más de veinte años, y que ha dado frutos tan diversos como estimulantes. Por su parte, Sergio Grez, sin duda uno de los mejores conocedores de la historia social del período, aportó un “control de calidad” que me tranquilizó (o rectificó) respecto de la validez analítica o fáctica de numerosos juicios. Debo agradecer también al personal de la Biblioteca Obrera Juan B. Justo, de Buenos Aires, donde pude consultar la versión original de La Vanguardia , periódico socialista con el que Recabarren colaboró asiduamente, especialmente durante sus dos estadías en dicha ciudad. Y por cierto a mi colega transandino Raúl Fradkin, quien me puso en conocimiento de la existencia de ese notable y hermoso acervo. Por último, a mis compañeros Silvia Aguilera y Paulo Slachevsky, de LOM Ediciones, cuyo infatigable entusiasmo, infinita paciencia, pero también exigente crítica, permitieron que este proyecto arribara finalmente a puerto, tras una travesía tal vez demasiado larga.
Ve así la luz esta biografía histórica de Luis Emilio Recabarren, fundador y símbolo de un movimiento obrero cuyas reivindicaciones, luchas y tragedias ocuparon buena parte de esa suerte de “siglo xx corto” chileno inaugurado con las movilizaciones y matanzas del 1900 y concluido con la experiencia de la Unidad Popular, en no poca medida heredera natural del proyecto recabarrenista. Porque fue esa impronta, a caballo entre lo político y lo social, entre la institucionalidad y la ruptura, la que, para bien o para mal, caracterizó tanto la obra de nuestro biografiado como la apuesta política finalmente encarnada en Salvador Allende y en la “vía chilena al socialismo”. De esta forma, a cien años de la fundación del Partido Obrero Socialista, y a cuarenta del golpe de Estado que sepultó esa experiencia y reorientó los destinos nacionales por sendas diametralmente opuestas a las imaginadas por Recabarren, bien vale la pena volver a recordar a este personaje a la vez tan único y tan nuestro. Vaya pues este merecido y sentido homenaje a la memoria de quien, en tiempos tan “fácticos” como los actuales, se atrevió a soñar –valga la paradoja– con una utopía que a él siempre le pareció perfectamente realizable. Y más que a soñar, a consagrarle todas sus energías, sus pensamientos y su vida. A convertirse, como tantas veces lo llamaron en su tiempo, con ironía o admiración, en un verdadero apóstol de la Causa.