Agradecimientos
Una investigación de estas características, desarrollada en tres países distintos durante un lapso de más de diez años, ha significado la acumulación de numerosas deudas, humanas y materiales. En primer lugar, con los equipos de trabajo que hicieron posible su realización, y que en sucesivas etapas incluyeron a Verónica Valdivia, Karen Donoso, Paulina Peralta, Francisco Rivera, Daniel Palma, Roberto Pizarro, Marilyn Céspedes (en Lima), y Óscar (Cano) Peñafiel. Vayan mis agradecimientos a todas y todos por su dedicación, por su compromiso, y sobre todo por su aporte activo y creativo no sólo a la acumulación de información, sino a la gestación de las ideas e interpretaciones que han dado cuerpo a este libro. Esto incluye las muy enriquecedoras sugerencias al manuscrito final de Verónica Valdivia, Daniel Palma, Roberto Pizarro y Óscar Peñafiel.
En igual sentido, debo reconocer una deuda muy profunda con las y los colegas argentinos y peruanos que, con generosidad sin límites, me acompañaron y orientaron por los ricos acervos documentales e historiográficos de sus países. No es ninguna exageración decir que, sin esos apoyos, simplemente no habría podido emprender esta ambiciosa aventura trinacional, cuyos resultados pongo ahora a su disposición, a título de muy modesta retribución. En Argentina, la nómina de colaboradores y colaboradoras incluye, más o menos en orden de incorporación cronológica al proceso, a Raúl Fradkin, Jorge Gelman, Gabriel Di Meglio, Daniel Santilli, Gustavo Paz y Mirta Lobato. En el Perú, siguiendo el mismo criterio, a Carlos Contreras (verdadero «padrino» de la etapa peruana del proyecto), Natalia Sobrevilla, Carlos Flores, Sarah Chambers, José Ragas, Charles (Chuck) Walker y Jesús Cosamalón.
Dentro de este selecto abanico de compañeras y compañeros de ruta, merece un reconocimiento redoblado el ya nombrado Jorge Gelman, que siendo uno de los más entusiastas, desprendidos y solidarios «cómplices» de este proyecto, no estuvo con nosotros para ver sus resultados finales. Con toda la pena del mundo, este libro está dedicado a su memoria, junto con la de mi madre.
En el plano institucional, agradezco una vez más a la Comisión de Investigación Científica y Tecnológica de Chile (Conicyt), la que a través de su Programa Fondecyt (proyectos regulares números 1050064, 1090051 y 1140205) suministró los fondos que hicieron posible esta investigación, aporte particularmente valioso si se considera que una parte sustantiva de ella debió desarrollarse fuera de Chile, con los costos y requerimientos que ello significó. También agradezco a la Universidad de Santiago de Chile, espacio académico que me ha acogido y ha respaldado mi quehacer profesional durante casi cuatro décadas. Muy particularmente, agradezco a su Vicerrectoría de Investigación, Desarrollo e Innovación por otorgarme un permiso sabático durante el año 2017, sin el cual, no es exageración decirlo, este libro no habría podido escribirse.
No podrían quedar fuera de estos agradecimientos los encargados y funcionarios de los acervos documentales en los que pude recabar la información que conforma la base empírica del libro: la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile, el Archivo General de la Nación Argentina, la Biblioteca Nacional del Perú, el Instituto Riva Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú, y los Archivos Históricos del Cusco y Arequipa.
Vaya también un reconocimiento muy especial al Instituto de Estudios Peruanos de Lima, instancia que tuvo la generosidad de acogerme como investigador afiliado, gracias a lo cual pude tener acceso a los acervos documentales de ese país, además de recibir los muy fructíferos comentarios de mis colegas peruanas y peruanos en sendas presentaciones de resultados realizadas allí. De igual utilidad resultaron los seminarios a los que fui invitado por la Maestría en Historia de la Pontificia Universidad Católica del Perú, gracias a su director Jesús Cosamalón, y, en dos ocasiones diferentes, por el Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, de la Universidad de Buenos Aires, gracias a su entonces director Jorge Gelman. Estos espacios de colaboración e interacción académica no sólo me permitieron someter el avance de la investigación al juicio experto de quienes allí concurrieron, sino que le otorgaron un significado muy concreto al impulso latinoamericanista que subyace a todo este ejercicio.
Y finalmente, agradezco a Verónica Valdivia por su permanente compañía y apoyo, por su participación personal en la primera etapa de este proyecto, y por su ayuda en la revisión de fuentes y en la lectura crítica y demandante de los resultados en las etapas restantes. Pero por sobre todo, como siempre, por su amor generoso, profundo e inclaudicable.
Julio Pinto Vallejos
Santiago, abril de 2018
Introducción
La construcción social del estado en América del Sur
La ruptura del sistema colonial español obligó a los grupos dominantes sucesores a implementar un nuevo orden hegemónico, capaz de recomponer una convivencia política y social seriamente sacudida por las guerras de independencia. Contrariamente a lo que la historiografía sostuvo por largo tiempo, este desafío también involucró a los sectores populares, movilizados política y militarmente por las guerras, galvanizados por las fracturas de las jerarquías tradicionales, e interpelados por un ideario republicano que radicaba la soberanía en el «pueblo», concepto que, al menos potencialmente, podía incluirlos dentro de sus límites. Seriamente divididos entre ellos mismos, los grupos dirigentes a menudo debieron negociar alianzas u ofrecer beneficios a actores populares que podían servirles de refuerzo, y en cualquier caso no podían ignorar a una mayoría plebeya. Enfrentados a una común tarea de restauración o construcción de un orden hegemónico operativo, los sectores político-sociales identificados con esos liderazgos debieron lidiar con estructuras sociales y actores populares muy diferentes, lo que desembocó en estrategias también diferentes (y a veces opuestas) de interlocución. El resultado de dichas dinámicas, se postula, incidió fuertemente sobre las características que eventualmente exhibieron los estados que de allí emanaron.
Al dar cuenta de las conmociones propias de este período, que la historiografía tradicional denominó de «anarquía», la actuación de los sectores populares se relegó durante mucho tiempo a un segundo plano. Se dio por supuesto que los protagonistas tanto de las diferentes iniciativas de organización estatal como de las luchas que ellas motivaron fueron básicamente los grupos de élite, o los jefes militares reunidos bajo el nombre genérico de «caudillos». Cuando mucho, al mundo popular se le asignó la condición de clientelas pasivas manipuladas por sus patrones, o mero factor de perturbación «anómica», expresada a través del tumulto irracional o la actividad delictiva. Durante las últimas décadas, sin embargo, una serie de estudios animados por una visión más activista de los sujetos subalternos ha demostrado que éstos tuvieron una participación bastante más razonada y relevante en los procesos de construcción estatal y nacional que caracterizaron al período. Movilizados política y militarmente por las guerras de independencia, tácita o explícitamente interpelados por un mensaje republicano que no podía prescindir de la apelación a un «pueblo soberano» (con todos los matices y restricciones que ese concepto podía y solía revestir), reiteradamente requeridos como base de apoyo por las élites en conflicto, era muy difícil que dichos actores se hubiesen mantenido al margen de los debates que definirían el futuro de todo el cuerpo social, ya sea alineándose con los bandos en pugna, ya aprovechando las fisuras hegemónicas para impulsar sus propios intereses o proyectos. De esa forma, la construcción de los estados y naciones hispanoamericanas tuvo también una dimensión inequívocamente «social», o si se prefiere, «social-popular». Esa es la dimensión que la investigación que aquí culmina quiso abordar.