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Para Mateo, Santiago, Alejandro e Inés,
mis nietos queridos
La edición en inglés de esta obra, titulada Mexico: Biography of Power. The Making of Modern Mexico, 1810-1997 reunía en un solo volumen Siglo de Caudillos, Biografía del poder y La presidencia imperial, mis obras de historia política mexicana publicadas por Editorial Tusquets en los años noventa. La precedía una introducción donde evocaba las Fiestas del Centenario de 1910 y recordaba el súbito estallido de la Revolución ese mismo año. Seguía un primer apartado que titulé «El peso del pasado» cuyo propósito era describir, de manera esquemática, las raíces históricas del México independiente. Constaba de cinco capítulos: «Los hijos de Cuauhtémoc», «El legado de Cortés», «La familia mestiza», «La Corona española», «La Madre Iglesia». Enseguida venían, propiamente, los libros de la trilogía (con títulos levemente distintos) y un epílogo: «El teatro de la historia».
Con respecto a aquélla, la presente edición en español (corregida, revisada, puesta al día) contiene algunas modificaciones. No incluí la introducción sobre las Fiestas del Centenario, porque retrasaba innecesariamente la entrada del tema central. Tampoco «El peso del pasado», porque sus materiales fueron la sustancia de un libro posterior: La presencia del pasado (Tusquets, 2005). El criterio de las supresiones no tiene que ver con el número de páginas sino con la fluidez de la lectura. A cambio de esas supresiones, hay adiciones que provienen de aquella edición: mapas históricos, una cronología general, un índice onomástico consolidado.
Cada uno de los tres libros (es decir, de los tres apartados) integrados en éste, contiene un prólogo nuevo, similar al de la edición en inglés. Incluyo también un nuevo epílogo en el que recupero elementos anteriores, recapitulo sobre el peso mitológico de la historia y exploro los caminos de la libertad en México a través de dos siglos. Lo titulé: «La historia: ¿la escribimos o nos escribe».
El maestro Luis González solía decir que hay historiadores del verbo (de la acción) e historiadores del sustantivo (de la reflexión). Yo siempre he querido fluctuar libremente entre uno y otro. Narrar y contemplar, reflexionar y desatar el tiempo. Pero en el caso de la presente edición, creí conveniente privilegiar el movimiento de la historia, centrado en las personas y su circunstancia.
Por lo que hace a las fuentes, el lector encontrará al final de la obra una discusión específica. Con la ayuda de mi amigo y colaborador Javier Lara Bayón (ingeniero de la historia, que ha sido clave en la hechura completa de esta edición) he procurado depurar, constatar y homologar cuidadosamente las citas. La trilogía, en sus versiones originales, adoptó criterios distintos. Siglo de caudillos , por ejemplo, no contenía citas a pie de página sino sólo la bibliografía general de cada apartado. Biografía del poder y La presidencia imperial sí las incluyeron. Aquí he optado por detallar cada fuente y consolidar las citas.
La historia de México está en pie. Aquí no ha muerto nadie, a pesar de los asesinatos y los fusilamientos. Están vivos Cuauhtémoc, Cortés, Maximiliano, don Porfirio, y todos los conquistadores y todos los conquistados. Esto es lo original de México. Todo el pasado suyo es actualidad palpitante. No ha muerto el pasado. No ha pasado lo pasado, se ha parado.
José Moreno Villa
La Providencia ha querido que mi historia sea la historia de México desde 1821.
Antonio López de Santa Anna
«Quien busque la salvación de su alma y la de otras almas no lo haga por el camino de la política, que tiene otras tareas muy distintas, que sólo pueden cumplirse con la violencia.» Comprendí el sentido terrible de esta frase de Max Weber mucho antes de leer sus célebres conferencias sobre la vocación política y la vocación intelectual. La fecha y la circunstancia de ese aprendizaje son muy precisas: el Movimiento Estudiantil de 1968. Ese bautizo de sangre sobre el carácter diabólico del poder marcó a mi generación y a mi vida.
A cincuenta años de distancia, veo clara la derivación de esa experiencia. Dedicaría una parte de mi vida al poder. No, por supuesto, a perseguirlo (cosa que jamás ambicioné y que me habría repugnado) sino a estudiarlo y criticarlo. Lo primero explica en parte mi vocación de historiador, que derivó en libros sobre los intelectuales y el poder, y en biografías de los protagonistas políticos de México. Lo segundo explica, en parte también, mi trabajo de ensayista y mi fe en la democracia liberal.
México: Biografía del poder es la integración de la trilogía histórica sobre el poder en México que publiqué entre 1992 y 1997: Siglo de caudillos, Biografía del poder y La presidencia imperial . La obra se centra en las biografías de los principales personajes que marcaron nuestra vida política en los siglos XIX y XX , lo cual no significa que avalo la anacrónica y peligrosa teoría de Thomas Carlyle sobre los «Grandes Hombres» como motores de la historia. La historia no puede limitarse a la biografía, y esta obra no incurre en esa reducción. Aborda, es cierto, las particularidades de cada personaje, lo que los hacía irrepetibles, pero no se detiene ahí, sino en la proyección de esas particularidades sobre el escenario político que les tocó vivir. México: Biografía del poder se pensó siempre como una historia de México centrada en los personajes que la irradian, no como una colección de retratos aislados en el museo de la historia mexicana.
En las biografías hilvanadas en «Siglo de caudillos» subyace una teoría de nuestra historia. Aunque creo en la libertad y no en el ciego imperio de las fuerzas impersonales, comparto con el historiador Edmundo O’Gorman la convicción de que la historia de México es una zona de tensión entre dos vectores difíciles de conciliar: el peso del pasado (de los pasados) y el impulso del futuro, «la fiebre del porvenir», como la llamaba Justo Sierra. Esta tensión ha marcado la vida de nuestro país desde los albores de la Independencia hasta nuestros días. He procurado estudiar esa tensión viéndola encarnada en personajes concretos, no en ideas abstractas. Hidalgo, Morelos, Iturbide, Guerrero, Alamán y Mora, Santa Anna, Melchor Ocampo, Juárez, Maximiliano y Carlota, Porfirio Díaz: el pasado y el futuro combaten y algunas veces dialogan en ellos.
«La Revolución», segundo apartado de México: Biografía del poder , aspira a trasmitir, en su tratamiento y su prosa, el ritmo dramático de la lucha, el sonido de las armas y la fuerza de las ideas. Sus siete personajes emblemáticos entran a galope, libran batallas homéricas, cinco de ellos mueren por la violencia y a traición (Madero, Zapata, Villa, Carranza, Obregón) y dos sobreviven para construir el nuevo orden revolucionario. Al recrear esa etapa de México, quise escribir un texto con solidez académica pero narrado como una novela. Ahí están, en cada perfil, el origen, la familia, las mocedades, los escenarios locales, los estudios, las peripecias de toda índole, las campañas, las dichas y desdichas, los hechos nimios y los trascendentes, la presencia del amor y el sentido de la muerte que, violenta o pacífica, es como la rúbrica existencial de toda vida. Me concentré en el análisis científico de los materiales pero no escatimé la simpatía y la emoción al momento de contar una vida. Quise que la empatía no desembocara nunca en la admiración excesiva, y muchísimo menos en la hagiografía. De hecho, me acerqué a esos personajes con sentido crítico, buscando en cada uno el elemento diabólico del poder que, por convicción liberal y democrática, rechazo.
El enfoque cambia en el tercer apartado, «La presidencia imperial», que recrea la vida política de 1940 a 1997. Aunque me detuve en la vida de cada presidente buscando, de nueva cuenta, la clave o claves que arrojaran luz sobre su actitud frente a la historia, en «La presidencia imperial» intenté narrar una historia política «a la inglesa», es decir, una historia política general a partir de los personajes políticos particulares. En una palabra, hablar del hombre y su época. Por otra parte, el método biográfico me pareció entonces particularmente adecuado para tratar la política mexicana, debido al carácter formalmente republicano pero realmente monárquico de la misma. Mi hipótesis de entrada pareció ratificarse en cada análisis: debido al poder extraordinario que tenían entonces los presidentes de México, su biografía se proyectaba sobre la historia del país, convirtiéndola, necesaria y fatalmente, en una biografía del poder. Bien visto, fue don Daniel Cosío Villegas quien trazó la pauta de este tipo de análisis: su libro El estilo personal de gobernar (1974) había revelado, con intuiciones casi psicoanalíticas, la manera en que los rasgos privados del monarca en turno, su temperamento, su carácter, sus manías, sus ideas, se traducían en política pública. Como en otros ámbitos de mi vida, intenté seguir su ejemplo.