Contardo, Óscar Siútico : arribismo, abajismo y vida social en Chile . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Planeta, 2014. E-Book. ISBN 978-950-49-3761-6 1. Sociología. I. Título CDD 301 |
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© 2013, Óscar Contardo
c/o Guillermo Schavelzon & Asociados, Agencia Literaria
www.schavelzon.com
Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para Chile
© 2013, Editorial Planeta Chilena S.A.
Avda. 11 de Septiembre 2353, 16° piso. Santiago, Chile.
1a edición: septiembre de 2013
Inscripción N° 172.353
ISBN 978-956-247-765-9
eISBN 978-950-49-3761-6
Diseño de portada: Djalma Orellana
Corrección de estilo: Antonio Leiva
A la memoria de mi madre, por su sentido del humor
en lo dulce y en lo amargo.
Todas las fuerzas tradicionales de la selección social
(clubes, registros sociales y colegios profesionales)
se habían vuelto obsoletas –lo sabía–, pero aún
creía necesarios algunos signos o indicios de casta,
para la comprensión y el disfrute del mundo.
J OHN C HEEVER , Esto parece el paraíso
Es la palabra más típica de Chile. No tiene nada que
ver con el cursi español ni el huachafo peruano […]
El siútico no tiene nada que ver con la clase media.
Puede ser siútico y gastarse media docena de apellidos
vinosos. […] Carlos Vattier decía que existe el ácido
nítrico, el ácido cítrico… y el ácido siútico.
T ITO M UNDT
Contenido
Prólogo de Sonia Montecino
Linajes y pelajes
«Entre la miasma ganadera
o papelera, o coctelera
vivió el producto azul, el pétalo
de la podredumbre altanera.
Fue el «siútico» de Chile, el Raúl
Aldunatillo (conquistador
de revistas con manos ajenas,
con manos que mataron indios),
el Teniente cursi, el Mayor
Negocio, el que compra letras
y se estima letrado, compra
sable y se cree soldado,
pero no puede comprar pureza
y escupe entonces como víbora.
Neruda, Pablo. «Los siúticos», en Canto General
Si a mediados del siglo XX Neruda posó su mirada crítica sobre el «siútico» de Chile, en los inicios del XXI Óscar Contardo, en un libro estructurado en siete capítulos y que no puede simplemente definirse como un ensayo, da nueva forma, describe y analiza a ese «ser», o suerte de fantasma ontológico nuestro que grafica de manera notable los avatares de la construcción de las identidades por oposiciones, así como sus fluidos constantes dentro de una estructura de larga duración. Por eso este libro bien puede leerse a la manera de los mitos, constituyéndose en una variante, por cierto notable, que reúne las distintas modulaciones y relatos sobre el siútico en un continuum que juega con la diacronía y la sincronía, con el pasado y el presente en un espejeo constante, a ratos molestoso, a veces irónico y las más de las veces punzante como el cuchillo que nos dice rasga en la palabra siútico, o doloroso como la bala que nos dispara certeramente, sin piedad.
La escritura de esta versión del mito del siútico nos coloca frente a un género híbrido, Óscar juguetea con el ensayo, con su libertad de decir; sin embargo, a ratos la lectura fluye como en una novela en la cual personajes como la Pamela Matus, Luis Catalán, Felipe (sin apellidos, al parecer, por su «padre fugado»), la Pitu y Carlitos protagonizan las diversas tramas de las identidades siúticas. Pero, al mismo tiempo, hombres y mujeres públicos no ficticios son convertidos por el autor en personajes que conviven con la Pamela, como Cuevitas o marqués de Cuevas o la propia Lucía Hiriart de Pinochet. Al mismo tiempo, el texto se asemeja a una crónica que utiliza el género referencial (entrevistas y testimonios), y está en constante diálogo intertextual con metarrelatos históricos, antropológicos, literarios y sociológicos. En su hibridez el libro establece puentes entre la tradición oral –con informantes clave como Teresita Gandarillas y Totó Romero, entre otras– y la escrita, configurando de este modo una suerte de relato neobarroco en el cual el mito del siútico navega y se desliza en su propio mestizaje de hebras y pelajes.
¿Dónde radica el interés masivo que ha despertado este libro de Óscar Contardo? (para envidia de muchos lleva diez reediciones). Me atrevo a decir que, más allá de sus méritos escriturales –que no son pocos–, es sin duda su capacidad de hablar, de la manera menos siútica y blandengue, sobre la parte abyecta de la cultura chilena. El libro nos confronta a ese conjunto de rasgos discriminatorios, segregadores, ninguneadores que todos podemos reconocer como «propios», nuestros lugares comunes, nuestras manías y nuestra delirante obsesión porque todo esté /todos estemos/ en el lugar que nos «corresponde». El autor ha contravenido la norma de que los trapos sucios se lavan en casa y ha escarbado, también obsesivamente, escalpelo en mano, en el nudo fundante de la construcción de las diferencias de clase, cuyos correlatos en nuestra sociedad son somáticos y sexuales. La lectura chilena del arribismo –el querer escalar socialmente– y su eco en el abajismo –el querer «descender» socialmente– son los polos desde los cuales se construye el mito del siútico. Debo decir que el abajismo, en todo caso, no es tratado con el rigor del arribismo, quizás porque no es un proceso de tan larga data como el primero y porque se restringe a unos pocos casos de la elite, en su mayoría masculinos (el descenso al pueblo de los iluminados religiosos o políticos, y la persecución antigua del moreno objeto del deseo que representan las mujeres de las clases bajas).
El arribismo es entendido en nuestra particular historia cultural con el concepto de siútico: aquel o aquella que se desencaja del lugar que las estructuras de poder le han establecido, el o la que sufre con la posición que se le ha asignado en el sistema del estatus porque esa posición es desvalorizada socialmente, «… se puede aventurar –nos dice Óscar– que el racismo se aprende antes que el himno de la dulce patria, y que el encuentro epidérmico en edad escolar es para la gran mayoría un campo de batalla. Nace entonces el negro y la negra, el baldón del curiche, el indio del curso» (64).
En Siútico. Arribismo, abajismo y vida social en Chile podemos apreciar cómo la incomodidad del cuerpo es el punto de partida para que el proceso de blanqueamiento tome fuerza, arraigado en la historia colonial y rearticulado a través del tiempo. Hasta hoy día Chile –parece querer decirnos Contardo– no ha podido desimbuncharse de las coceduras simbólicas que tramaron los primigenios grupos de las elites: lo que hace «persona» a un sujeto es el linaje, la «sangre», como si se tratara de una esencia, de una «pureza» originaria que se asienta en el cuerpo, pero sobre todo en el pelo. El pelo es la gran metáfora que la cultura chilena ha forjado para hablar figuradamente de la oposición indígena/«blanco». «La industria farmoquímica experta en los secretos del folículo piloso es la gran beneficiada en la loca carrera rumbo a la arianización simulada. Las más tímidas y cautas solo se “bajan un tonito”, ejercicio que las deja algo cupríferas… Algo así como un pelirrojo telúrico, pachamámico, que da el óxido al reaccionar con los genes rebeldes y el aire… La simulación capilar tiene mejores resultados en la medida en que el proceso cosmético se profesionaliza y escala en la pirámide social» (68). El ojo perspicaz del autor no solo se detiene en el blanqueamiento femenino, sino en el masculino, que se expresa a través de la indumentaria, pero que también se asienta en el pelo: «Lo curioso del futbolista exitoso es que rara vez su estadía en el extranjero aplaca el gusto por la tradición del pelo mojado, de evidente raigambre obrera. La costumbre de la humectación de la melena se emparenta con el teñido, en tanto dispositivo de arianización simbólica. El agua hace más dócil la mecha tiesa» (69).