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Gabriel Salazar Vergara - La historia desde abajo y desde adentro

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Gabriel Salazar Vergara La historia desde abajo y desde adentro

La historia desde abajo y desde adentro: resumen, descripción y anotación

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Esta colección de ensayos del premio nacional de historia 2006 viene a dar cuenta del progreso intelectual que ha tenido Gabriel Salazar a lo largo de los últimos treinta y cinco años de escritura sobre la historia y el sentido de su oficio. Gabriel Salazar ha sido durante los últimos treinta años uno de los más relevantes e imprescindibles expositores de la Nueva Historia Social, una corriente de historiadores que procuraron una nueva interpretación de los procesos políticos, económicos y sociales ocurridos en Chile durante los siglos XIX y XX. Con su trabajo superaron los límites de la historiografía conservadora y academicista en sus métodos y enfoques, integrando en sus investigaciones las preguntas realizadas por la base social. Cada uno de los capítulos que componen este libro fue escrito para responder a las inquietudes de la amplia base social chilena #estudiantes, pobladores, funcionarios municipales, jóvenes, jefas de hogar, entre otros# que necesitaba formular, en muchos casos con urgencia, una pregunta histórica que los ayudara a enfrentar a los desafíos propios de su tiempo.

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Índice 1 H ISTORIA POPULAR C HILE SIGLO XIX UNA EXPERIENCIA TEÓRICA Y - photo 1

Índice

1
H ISTORIA POPULAR, C HILE, SIGLO XIX: UNA EXPERIENCIA TEÓRICA Y METODOLÓGICA

La exposición que sigue se refiere a los problemas y disyuntivas de orden teórico, metodológico y personal que el que suscribe enfrentó (y eventualmente resolvió) a lo largo de una investigación realizada, entre 1972 y 1984, sobre la historia social del «bajo pueblo» chileno del siglo XIX . Problemas y dilemas que fueron interpuestos por el propio objeto de estudio (se enfocó la trama social de los sujetos populares, pese a la ausencia o escasez de testimonios directos y a la lejanía temporal de los procesos examinados), pero también por el proceso histórico contemporáneo que envolvió y aprisionó al propio historiador (prisión, tortura y exilio, precisamente por asumir políticamente la causa del movimiento popular).

Ocurrió que, entre las fechas señaladas, los procesos históricos de varias épocas y distantes siglos se comunicaron entre sí y se dieron la mano, como si fueran de una misma prosapia, parte de un mismo drama, y fraternidad de un mismo dolor. Era imposible investigar el pasado sin sentido como parte viva del presente. Sin dialogar y clamar dentro de un mismo coro. Sin asumir la representación del pasado como una vivencia profunda del propio presente. Vivencia, sin duda, fraternal. Lacerante, a veces, también.

Con todo, pese a la instalación impositiva de esa vivencia trans-secular —que dejó al historiador, al contrario de Heráclito, nadando dos veces en las aguas de un mismo río— no hay riesgo de que esta «conferencia», como dijo alguna vez Lucien Febvre, se convierta en «confidencia». Pues mi subjetividad, antes y ahora, no quiere ser otra cosa que la palanca revivificadora de las subjetividades e intersubjetividades del «bajo pueblo» del siglo XIX . No es más que —después de todo— la zarandeada aventura de la identidad personal y el trabajoso avance del pensamiento social que crepitan detrás de dos trabajos académicos ya concluidos: mi tesis doctoral, titulada «Entrepreneurs and Peons in the Transition to Industrial Capitalism. Chile, 1820-1878»

1. Las opciones estratégicas

La investigación se montó sobre dos opciones de carácter estratégico: una de tipo epistemológico (relativo a la posición que adoptaría el investigador frente a su campo de estudio y a los desplazamientos que realizaría sobre él), y otra de carácter propiamente teórico (relativo a la visión de la totalidad real en la que se enmarcarían tanto los sujetos bajo estudio como el propio investigador).

Con respecto a la opción epistemológica, cabe decir que el historiador es, qué duda cabe, en primera y última instancia, un sujeto, cognoscente inevitablemente viviente, que observa, codifica y sistematiza lo realizado históricamente por otros sujetos cognoscentes inevitablemente vivientes. No siendo los sujetos y acciones sociales observados por el historiador una «cosa» ajena a él, un producto estrictamente «natural» o un «fenómeno», impersonal, heterogéneo o puramente estadístico, el conocimiento histórico no puede ser otra cosa que la vida social reconociéndose y comprendiéndose a sí misma. Una «convivencia» dialogando consigo misma. Esto le permite al historiador desplegar una activa movilidad epistemológica entre él y los sujetos que estudia, es decir, una acción cognitiva que al mismo tiempo es una interacción social. No está inmovilizado en su puesto de observación y frente a su «objeto de estudio», como los cientistas naturales o los cientistas sociales de fe positivista dura. No le es prohibido acercarse a los «sujetos» que estudia, ni socializar con ellos, ni interiorizarse en ellos. Como tampoco hablar o sentir «por» ellos (pues, en su mayoría, vivos o no, están en la historia, de alguna manera, mudos). Por eso, el sujeto viviente historiador puede, respecto al sujeto histórico que estudia:

a) ir hacia él movido por sentimientos (cognitivos) de solidaridad y comprensión, en actitud «humana», para asumir su misma interioridad, su misma vivencia, su voz, para mantener su hálito vital y su existencia social;

b) apartarse de él, alargando las distancias, en horizontal o en vertical, para objetivar (cosificar) como mero «dato» su presencia pretérita, o para transfigurarlo en un «concepto» general o particular, como parte de un discurso científico;

c) moverse a lo largo de la distancia gnoseológica erráticamente, yendo, viniendo, sin opciones epistemológicas claras, ni éticas, ni teóricas.

Frente al río caudaloso de Heráclito, cabe mirarlo desde lejos, sin moverse ni mojarse; construyendo de él una representación puramente gráfica y estática. Pero también es posible ir hacia él, entrar una vez —constatando el fluir infinito de su corriente— y retornar al punto supino de observación, para complejizar la imagen científica. Y cabe, asimismo, ir hacia él, entrar en él y nadar en la misma dirección de la corriente, para vivir y revivir su fuerza, intentando corregir la línea de desplazamiento histórico de esa corriente.

El historiador social puede salvar la distancia epistemológica, anularla, y entrar en la corriente misma de la historia. Pues esa corriente no está segmentada en compartimentos estancos. Ni es invertebrada. Dentro de ella, esta distancia no es una cordillera inhibitoria o un ventisquero congelante, sino un sendero difícil, pero transitado y transitable. Un desfiladero de las Termópilas, lleno de riesgos, pero que lleva hasta la vivencia solidaria. Que es la verdadera plenitud del afán de conocer.

Se comprende que las alternativas anotadas no las determina la ciencia en tanto que ciencia, es decir, la rígida tradición disciplinaria. Ni la deciden los guardianes institucionales de esa tradición. No. Pues se trata de opciones y decisiones del «sujeto» historiador en tanto «sujeto» viviente y «sujeto» social. Pues tiene que ver, sobre todo, con el modo como orienta valórica y socialmente su sensibilidad cognitiva y representativa, y con el modo como sintoniza su arsenal de métodos y técnicas de investigación con su sentido humano de sociabilidad.

Con todo, es un hecho que hacer ciencia con sentido vivencial y responsabilidad social (e histórica) implica un riesgo vivencial y social (e histórico). Un riesgo que no es solo epistemológico o metodológico. De la naturaleza concreta de ese riesgo, bien se sabe hoy en Chile. Pues nadar cognitivamente en las turbulentas aguas de la historia es tan riesgoso como nadar en ellas preñado de responsabilidades políticas. Acaso por esto, no pocos historiadores y cientistas sociales optan por refugiarse en la impersonalidad de los métodos, en la asepsia de los objetos de estudio, en el autoproclamado equilibrio neutro de los sistemas teóricos o en la majestad autónoma de la institucionalidad científica, terminando por asumir todo eso como identidad social y personal. ¿Es la «ciencia por la ciencia» un buen asilo académico contra la opresión? Pero ¿es la «ciencia por la ciencia» un buen socorro para los oprimidos? En todo caso, lo que es evidente es que un investigador social, epistemológica y éticamente sano o normal, no dejará de nadar en la corriente histórica por la presencia «normal» de la represión, ni se dejará tentar por la seguridad de los ramales académicos laterales (que, para efectos de seguridad, han sido prudentemente drenados, convenientemente descontaminados, y revestidos de materiales supuestamente asépticos a la historia).

Los historiadores y cientistas sociales que toman posición en la perspectiva y lógica del sistema autónomo del saber (las universidades están, lo acepten o no, sujetas al sistema de dominación) enfocan también, a veces, la historia de los procesos sociales vivos,

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