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Anastasio Ovejero Bernal - Psicología social: Algunas claves para entender la conducta humana

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Anastasio Ovejero Bernal Psicología social: Algunas claves para entender la conducta humana
  • Libro:
    Psicología social: Algunas claves para entender la conducta humana
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    2013
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Psicología social: Algunas claves para entender la conducta humana: resumen, descripción y anotación

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Decía Teilhard de Chardin (1965, pág. 199): «el hombre es el más misterioso y desconcertante de los objetos descubiertos por la ciencia». Por ello en este libro quiero profundizar en algunas de las principales claves de comprensión del ser humano y de su conducta, intentado que sea menos misterioso y menos desconcertante.

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La verdad objetiva de la ciencia es una creencia inveterada que tenemos por verdadera porque la necesitamos para vivir y sobrevivir. No existen hechos, sino sólo interpretaciones.

FRTEDRICH NIETZSCHE

Quisiera empezar este libro recordando cinco casos reales que, a la vez que nos abruman, nos sorprenden porque no sabemos cómo explicarlos:

1) Hace quince años, un hecho terrible sucedido en Madrid sacudió las conciencias de los españoles, cuando dos jóvenes estudiantes «normales», de veintiún y diecisiete años asesinaron brutalmente, y sin ninguna finalidad instrumental, a un obrero de cincuenta y dos años que, de madrugada, esperaba para coger el autobús de regreso a su casa de vuelta del trabajo. La víctima fue elegida al azar para hacer realidad un juego de rol. La atrocidad del crimen se percibe con toda nitidez y espanto en el diario que fue escribiendo uno de los asesinos, en el que fue narrando el crimen con pelos y señales y sin escamotear las más escabrosas descripciones, incluyendo frases absolutamente macabras y detalles realmente repugnantes:

Salimos a las 1,30. Habíamos estado afilando cuchillos, preparándonos los guantes y cambiándonos... Comimos y bebimos bien. Quedamos en que yo me abalanzaría por detrás mientras él le debilitaba con el cuchillo de grandes dimensiones. Se suponía que yo era quien debía cortarle el cuello. Yo sería quien matara a la primera víctima. Era preferible atrapar a una mujer, joven y bonita (aunque esto último no era imprescindible, pero sí saludable), a un viejo o a un niño...

En la calle Cuevas de Almanzora vimos a una morena que podía haber sido nuestra primera víctima. Pero se metió en seguida en un coche. Nos lamentamos mucho de no poder cogerla. Nos dejó a los dos con el agua en la boca... La segunda víctima era una jovencita de muy buen ver, pero su novio la acompañaba en un repugnante coche y la dejó allí. Fuimos tras ella, pero se metió en un callejón, se cerró la puerta tras su nuca. Después me pasó un tío a diez centímetros. Si hubiese sido una mujer, ya estaría muerta. Pero a la hora que era la víctima sólo podía ser una mujer... Una viejecita que salió a sacar la basura se nos escapó por un minuto, y dos parejitas de novios (¡maldita manía de acompañar a las mujeres a sus casas!). Serían las cuatro y cuarto, a esa hora se abría la veda de los hombres. Ya habríamos podido matar a dos... Vi a un tío andar hacia la parada de autobuses. Era gordito y mayor, con cara de tonto. Se sentó en la parada... La víctima llevaba zapatos cutres, y unos calcetines ridículos. Era gordito, rechoncho, con una cara de alucinado que apetecía golpearla, y una papeleta imaginaria que decía: «Quiero morir.» Si hubiese sido a la 1,30, no le habría pasado nada, pero ¡así es la vida! Nos plantamos ante él, sacamos los cuchillos. Él se asustó mirando el impresionante cuchillo de mi compañero y le miraba más que a mí. Mi compañero le miraba y de vez en cuando le sonreía (je, je, je). Le dijimos que le íbamos a registrar. ¿Le importa poner las manos en la espalda?, le dije yo. Él dudó, pero mi compañero le cogió las manos y se las puso atrás. Yo comencé a enfadarme porque no le podía ver bien el cuello, y la primera vez hay que hacer las cosas bien. Me agaché para cachearlo en una pésima actuación de chorizo vulgar a punto de registrar una chaqueta. Entonces le dije que levantara la cabeza, lo hizo y le clavé el cuchillo en el cuello. Emitió un sonido estrangulado. Nos llamó hijos de puta. Yo vi que sólo le había abierto una brecha. Mi compañero ya había empezado a debilitarle el abdomen a puñaladas, pero ninguna era realmente importante. Yo tampoco acertaba a darle una buena puñalada en el cuello. Empezó a decir «no, no» una y otra vez. Me apartó de un empujón y empezó a correr. Yo corrí tras él y pude agarrarle. Le cogí por detrás e intenté seguir degollándole. La presa se agachó. Le di una cuchillada... Chilló un poquito más: «Joputas, no, no, no me matéis.»

[...1 A la luz de la luna contemplamos a nuestra primera víctima. Sonreírnos y nos dimos la mano. Me lamenté de no haber podido hacerme una foto durante la faena: ¡uno no puede pensar en todo! Me lavé la cara en la fuente. Cuánta sangre, ¡mi reino por un espejo! Recogimos la ropa y nos fuimos hablando animadamente del tema. Llegamos a casa a las cinco y cuarto, nos lavamos y tiramos la ropa... luego brindamos y nos felicitamos. Mis sentimientos en ese momento eran de una paz y tranquilidad total. Me daba la sensación de haber cumplido con un deber, con una necesidad elemental que por fin había satisfecho. Eso me daba esperanza para cometer nuevos crímenes. Esa noche no soñé con la víctima ni nada. Mi compañero, al día siguiente, me dijo que él sí había soñado con ella, pero estaba más alegre que yo... (El País, el 9 de junio de 1994).

2) Todos quedamos aterrorizados cuando vimos por televisión las imágenes de Columbine, instituto de la ciudad norteamericana de Littleton donde, el 20 de abril de 1999, dos muchachos entraron en el centro, fuertemente armados, y dispararon contra el profesor y sus alumnos. Luego se suicidaron. El resultado fue espantoso: 15 muertos (doce alumnos y alumnas, su profesor y los dos asaltantes, además de decenas de heridos, algunos de gravedad). Posteriormente se supo que los dos agresores habían planificado cuidadosamente su ataque con varios meses de antelación. Es más, hicieron un vídeo en el que fueron detallando tales preparativos: pensaban colocar explosivos tanto en la cafetería, para poder así matar a más estudiantes, como en el parking, para hacerlos explotar cuando llegara la policía, con lo que creían que causarían unas 250 víctimas mortales.

3) En julio de 1941, en el pueblo polaco de Jedwabne, de unos 2.500 habitantes, en muy pocos días fueron asesinados unos 1.600 judíos, casi todos los que había, entre hombres, mujeres y niños. Pero fueron sus vecinos polacos quienes los asesinaron, no los solados alemanes, que eran pocos y que, aunque permitieron la matanza, no intervinieron en ella para nada.

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