La batalla del Ebro fue el mayor enfrentamiento armado librado sobre el suelo de la península Ibérica durante la Guerra Civil. Con ella culminaron, prácticamente, las grandes operaciones militares y provocó una hecatombe parecida a las de los combates de las dos guerras mundiales. Durante cinco meses, enfrentó a miles de hombres, que emplearon las más perfeccionadas máquinas de matar entonces disponibles. Sin olvidar la indudable trascendencia política y militar de esta batalla, los autores, reconocidos expertos en historia militar española, han preferido centrarse en los avatares personales, los sentimientos, las penas y esperanzas de los soldados que sirvieron en el frente del Ebro. Las fuentes de su trabajo han sido las cartas de guerra, las canciones, la memoria oral… testimonios, en definitiva, mucho más sugestivos y evocadores que los documentos oficiales y las frías estadísticas.
Gabriel Cardona & Juan Carlos Losada
Aunque me tires el puente
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Mangeloso 26.08.14
Título original: Aunque me tires el puente
Gabriel Cardona & Juan Carlos Losada, 2004
Retoque de cubierta: Mangeloso
Editor digital: Mangeloso
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Prólogo
La batalla del Ebro es el mayor enfrentamiento armado librado sobre el suelo de la península ibérica. Con ella culminaron, prácticamente, las grandes operaciones de la Guerra Civil y provocó la hecatombe parecida a las de los combates de las dos guerras mundiales. Durante cinco meses, enfrentó a miles de hombres, que emplearon las más perfeccionadas máquinas, de matar al prójimo, entonces disponibles.
Marcó un cierto hito en las técnicas guerreras de su época y se desarrolló entre graves circunstancias políticas, que anunciaban la mayor conflagración internacional de la historia. A pesar de todo, hemos utilizado un título que no está en consonancia con estas grandes referencias. Hemos preferido titular el libro con el sencillo nombre de una canción de soldados.
Porque el dolor de un solo hombre es el acontecimiento más importante, los soldados pueden contarse entre los hombres más desgraciados de la tierra, y sus sentimientos, sus penas y sus esperanzas se vierten en sus canciones.
En la batalla del Ebro se cantaron muchas canciones; quizá las dos más populares entre la tropa fueron: Aunque me tires el puente y Si me quieres escribir.
Esta última no era privativa de esta batalla, porque los republicanos la cantaron durante toda la guerra, cuando las cartas resultaban tan importantes. Antes de que el teléfono fuera un objeto de uso corriente, sólo mediante ellas se comunicaban las personas distantes. Probablemente, quienes más se escribían eran los enamorados; jóvenes, por supuesto. La literatura romántica está plagada de alusiones a las cartas porque eran los objetos tangibles que vinculaban entre sí a los enamorados cuando uno de los dos estaba ausente, el medio con que se alimentaba una atracción nutrida de ausencias durante años y esperanzas. Las cartas de amor se guardaban durante años y los novios, si reñían, se las devolvían porque constituían la prueba material de su amor pasado.
Recibir y escribir cartas era uno de los mayores consuelos de los presos, los emigrantes, los marineros y los soldados. Porque únicamente esos papeles escritos traían y llevaban noticias de las personas queridas y contenían los mensajes de amores que se echaban en falta.
En las trincheras del Ebro, como en todos los cuarteles, campamentos y posiciones militares del mundo, cuando el cartero gritaba «correo» ponía un punto de esperanza diario entre el dolor, la muerte, el miedo y la tristeza. Las cartas unen a los soldados con el mundo que han perdido y les garantiza que éste sigue existiendo. Con las cartas llegaban al frente del Ebro no sólo noticias, esperanzas, zozobras, desilusiones y disgustos. Los hombres que tomaron parte en aquella batalla eran jóvenes, algunos incluso excesivamente, y las cartas los vinculaban con una vida que habían perdido justo cuando comenzaban a vivirla.
No hay alusiones a las cartas en las marchas y las músicas oficiales, pero son numerosas en las canciones más populares entre los soldados de todos los ejércitos, que se entonan al margen de la disciplina, porque el pensamiento viaja más lejos que las órdenes. Si me quieres escribir, no fue una canción exclusiva del frente del Ebro, sino de casi todas las fuerzas republicanas. Desde que se estabilizaron los frentes, los hombres cantaban Si me quieres escribir, ya sabes mi paradero, Tercera Brigada Mixta, primera línea de fuego. O Dieciséis Brigada Mixta, pues cada uno ponía el nombre de su cuerpo. Y, como los combates fueron tan intensos, los soldados incorporaron a su repertorio Frente de Gandesa porque éste había sido hasta entonces el más significativo y sangriento.
Los escritos de entonces han amarilleado en los fondos de los museos y en los olvidados cajones particulares, donde los encuentran, alguna vez, un nieto curioso. Con las cartas, puede encontrarse alguna vieja fotografía dedicada, con dos o tres líneas y una firme que condensan una historia de amor destrozada por la guerra.
Las cartas de guerra se cruzaban entre los soldados y sus familias, pero, sobre todo, con mujeres, esposas, compañeras, novias y hasta madrinas de guerra, sucedáneo epistolar para todo aquel que, como el coronel del relato de Gabriel García Márquez, no tiene quien le escriba.
Los soldados de los antiguos ejércitos se desplazaban y vivían con sus esposas, sus barraganas y sus prostitutas, en cambio, los jóvenes soldados de las guerras modernas, obligados a vivir en un universo sin mujeres, han puesto su nostalgia en las canciones. La Madelón, Lilí Marlen, ¡Ay, Carmela!, Chaparrita, Faccetta Nera (carita negra) o El novio de la muerte son cantos de soldados que casi se convirtieron en himnos oficiales y, en algún caso, hasta fueron entonados en ambos bandos.
Durante muchos siglos, los ejércitos y las iglesias han desarrollado una música con finalidad profesional. Cantar puede ser un eficaz instrumento para la alienación porque el canto evita pensar, integra a los individuos en la colectividad, ayuda a pasar el tiempo y levanta la moral ante el temor o la fatiga.
Por eso, siempre han cantado los soldados. La canción es también el único tesoro de los pobres, y los combatientes del Ebro eran las gentes más pobres del mundo. Aquellos republicanos nada tenían en común con los guerreros profesionales y los mercenarios. Algunos eran voluntarios politizados y mártires de la causa, pero la parte sólo eran soldados de quinta, reclutados a la fuerza, infelices prisioneros de los acontecimientos. No tenían nada, vestían uniformes destrozados, pasaban hambre y sed, dormían en un chamizo o en un agujero. Faltos de los bienes más humildes, ni siquiera contaban con el consuelo del amor y debían volcar sus sentimientos en las cartas y las canciones. Los republicanos hasta sabían que les estaba negada la victoria y combatían con una fiera determinación sin esperanza y conscientes del negro futuro que les esperaba a ellos y a sus familias cuando la guerra terminara. Sus enemigos también padecieron terriblemente, aunque sin el agobio de tanta miseria y con la esperanza del triunfo, que vislumbraba próximo.
La otra canción,