V. Grossman en Stalingrado, 1942.
Vasili Grossman
(Berdíchev, 1905-Moscú, 1964). Escritor y periodista ruso, cubrió con sus crónicas la batalla de Stalingrado y fue el primero en dar noticia al mundo de la existencia de los campos de exterminio nazis. Escritores como Maksim Gorki alabaron en su día la obra literaria de Grossman. Autor de novelas y relatos, Vida y destino es su obra cumbre, el Guerra y paz de la Segunda Guerra Mundial, cuya publicación sería prohibida por el régimen soviético de Jruschov y le valdría a su autor la condena al ostracismo. Su retrato de la sociedad de la URSS con el trasfondo de la guerra había puesto en evidencia el desmoronamiento moral e ideológico del comunismo y la fortaleza del alma humana ante el terror. Tras ser recuperada milagrosamente una copia del manuscrito, la obra pudo editarse allende las fronteras de la URSS en los años ochenta –de donde salió clandestinamente microfilmada– y se convirtió en un referente literario e intelectual. Grossman no llegaría a verla publicada.
Pocas batallas han sido tan determinantes para la historia de la humanidad como la batalla de Stalingrado. Y pocas han tenido un testigo en primera línea de fuego de la calidad humana y literaria de Vasili Grossman.
El autor de la memorable novela Vida y destino fue corresponsal de guerra con el ejército soviético durante toda la Segunda Guerra Mundial y nadie como él supo plasmar lo ocurrido durante la batalla de Stalingrado. Los textos que componen este volumen, extraídos del libro Años de guerra, narran lo vivido por su autor en el frente de Stalingrado desde la llegada del grueso de las tropas soviéticas a la ciudad en los primeros días de septiembre de 1942 hasta diciembre de 1942, cuando la batalla empieza a decantarse claramente del bando soviético. Leídas hoy, 75 años después del final de la batalla, las crónicas de Vasili Grossman muestran lo que sólo la gran literatura puede hacer: cómo la historia, más allá de las cifras y la cronología de los acontecimientos, se encarna en miles de destinos individuales, de personas concretas, soldados y civiles, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, y nos permite de esa forma comprender la intimidad del ser humano frente a las experiencias más extremas.
Este texto pertenece a la obra Años de guerra, de Vasili Grossman, publicada por Galaxia Gutenberg en 2009. La edición original de esta obra en lengua española fue publicada por Ediciones en Lenguas Extranjeras en Moscú en 1946.
La edición de Galaxia de la obra recuperó íntegramente esa traducción revisada y corregida.
Traducción del ruso
Publicado por:
Galaxia Gutenberg, S.L.
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www.galaxiagutenberg.com
Edición en formato digital: febrero 2018
© The Estate of Vassili Grossman, 2009
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2018
Imagen de portada: Rossiiskii gosudarstvennyi arkhiv
kinofotodokumentov, Krasnogorsk
Conversión a formato digital: Maria Garcia
ISBN : 978-84-17355-24-1
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Volga-Stalingrado
Largo es el recorrido de Moscú a Stalingrado. Nuestro automóvil iba por los caminos del frente, bordeando ríos encantadores y ciudades llenas de exuberante verdor. Seguíamos caminos vecinales polvorientos, nivelados por las apisonadoras. Viajábamos durante el luminoso y azul mediodía, entre un polvo abrasador; al amanecer, cuando los primeros rayos del sol iluminaban fastuosamente las opulentas serbas maduradas; viajábamos por las noches, cuando la luna y las estrellas brillaban en las tranquilas aguas del Krasívaia Mechá y flotaban en la áurea y rizada superficie del naciente y rápido Don.
Pasamos por Yásnaia Poliana. En torno a la casa se extendía un tapiz de hermosas flores, por las ventanas penetraba el sol en las habitaciones, y las paredes acabadas de blanquear, reverberaban. Solamente las calvas en la tierra, no lejos de la tumba en donde los alemanes enterraron a ochenta de sus muertos, y las negras huellas del incendio en las tablas del piso de la casa recordaban los desafueros de los alemanes en Yásnaia Poliana.
La casa de Lev Tolstói ha sido reconstruida, de nuevo abren sus capullos las flores, de nuevo aparece la solemne y sencilla grandeza de la tumba. Los cadáveres de los soldados enemigos han sido retirados y enterrados en los grandes cráteres que hicieron las enormes bombas alemanas arrojadas en Yásnaia Poliana. Y en estos sitios han crecido hierbajos de pantano.
Proseguimos nuestra ruta por la magnífica tierra invadida por la guerra. Por todas partes: en los campos, durante la labranza y la trilla, tras los caballos que tiran de los arados, en los tractores y en las máquinas segadoras-trilladoras, al volante de los camiones y en los peligrosos y difíciles trabajos en los apartaderos cercanos al frente, trabaja la mujer rusa. Ella fue la primera que corrió a la casa de Yásnaia Poliana, incendiada por los alemanes; ella es la que, con la pala, allana los caminos sin fin por los que circulan los tanques, las municiones y por los que chirrían las ruedas de los convoyes militares. La mujer rusa se echó sobre los hombros la formidable carga de la cosecha: la recolectó, ató las gavillas, trilló el grano y lo transportó a los almacenes. Sus curtidos brazos trabajan de sol a sol sin saber lo que es descanso. Ella administra las tierras cercanas al frente, con la ayuda de los muchachos y los viejos. No es fácil el trabajo para la mujer. Ved cómo suda ayudando a los caballos a sacar el carro atascado en la arena, repleto de ambarino trigo. Ella, empuñando el hacha, abate los corpulentos pinos, conduce las locomotoras, vigila en los pasos de los ríos, distribuye la correspondencia, trabaja sin descanso en las oficinas de los koljoses y de los sovjoses, en las Estaciones de Máquinas y Tractores. Ella no duerme por la noche y hace guardia junto a los graneros, vigilando el trigo recogido. Ella no rehúye la pesada carga del trabajo, no se atemoriza ante las pavorosas noches del frente, observa la lejana trayectoria de las bengalas, da la voz de alerta y hace sonar la carraca. La anciana de sesenta años Biriukova se pasó una noche de guardia en los graneros armada con el mango de una sartén, y a la mañana siguiente, riéndose, me contaba: «Estaba oscuro, la luna aún no había salido, sólo los rayos de un reflector recorrían el cielo. De repente oigo a alguien acercarse al granero y hurgar en la cerradura. Al principio me asusté. “¿Qué puedo hacer yo –pensé–, pobre vieja, contra estos malditos?” Pero después, cuando recordé los sudores de sangre que les había costado a mis hijas cosechar el trigo para mis hijos, me acerqué sin hacer ruido, armada con el mango de la sartén, y grité con voz bronca, como un sereno: “¡Si das un paso más, disparo!”. Se escabulleron en el matorral como si se los llevara el viento. Apenas oí un ligero murmullo. Con mi mango de sartén los hice huir del granero».
La mujer rusa ha asumido el enorme trabajo en los campos y en las fábricas. Pero más agobiante que el del trabajo es el peso que oprime su corazón. No duerme por las noches, llora al marido muerto, al hijo, al hermano. Paciente, espera noticias de sus familiares desaparecidos. Con su magnífico y bondadoso corazón, con su claro y juicioso cerebro, soporta los duros reveses de la guerra. ¡Cuánta tristeza hay en sus palabras, cuán profunda y sabiamente ha comprendido la negra tormenta que asola el país, cuán infinitamente buena, humana y estoica es la mujer rusa!