Gabriel Cardona - La guerra en Asia (2)
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La guerra en Asia (2): resumen, descripción y anotación
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Título original: La guerra en Asia (2)
Gabriel Cardona & David Solar, 1985
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Entrega n.º 86 de la colección Cuadernos Historia 16: «La guerra en Asia», segunda parte.
Gabriel Cardona & David Solar
Cuadernos Historia 16 - 086
ePub r1.0
Titivillus 06.06.2021
Por Gabriel Cardona
Profesor de Historia Contemporánea. Universidad de Barcelona
y David Solar
Periodista
Japón dominaba un imperio asomado al océano Indico a través de Birmania y próximo a Alaska en las Aleutianas. Pero carecía de fuerza para proseguir su expansión.
Si hubiera podido intervenir en el Indico habría cortado las comunicaciones marítimas hacia Oriente Medio, la ayuda de los americanos a la URSS a través de Persia y los suministros a China. Su presencia en las Aleutianas tampoco amenazó, en ningún momento, Alaska y el Canadá. La presión japonesa sólo pudo dirigirse a los dos grandes objetivos a su alcance, las bases americanas que suponían el dominio del Pacifico: Hawai y Australia.
En el otoño de 1942, ambas direcciones del esfuerzo japonés se habían frustrado. La batalla de Midway aseguró las Hawai. La del mar del Coral y la campaña de Nueva Guinea detuvieron la marcha hacia Australia. Pero como los japoneses nunca aceptaron la evidencia, llevaron hasta el final cualquier plan, aunque las condiciones fueran desfavorables. Por eso, las victorias americanas no detuvieron las operaciones iniciadas.
La fracasada invasión de Port Moresby era parte de una operación para cortar las comunicaciones del norte de Australia. El Estado Mayor nipón pensaba establecer un aeródromo en el extremo oriental de Nueva Guinea y otro en la isla de Guadalcanal. Desde ellos, los aviones cerrarían el mar del Coral por el norte y el ferrocarril australiano Darwin-Adelaida-Alice Springs no podría enlazar con las comunicaciones marítimas.
Los americanos, después de Midway, prepararon la conquista de las islas Salomon, partiendo de Australia, Después pensaban continuar hacia el norte para tomar las islas Bismarck, donde estaba Rabaul, la principal base japonesa en la zona.
Pero, a principios de julio de 1942, la aviación americana comprobó que los japoneses construían un aeródromo en Guadalcanal, como parte de su plan para aislar Australia. El peligro de que los aviones japoneses pudieran operar desde allí aceleró los planes americanos.
Guadalcanal, isla que pertenece a las Salomon, al sur del archipiélago, mide 150 por 60 kilómetros y tiene en el centro una cordillera cubierta de jungla lluviosa e insana. A las 5.30 del 7 de septiembre de 1942 comenzó una batalla de seis meses de duración y de ferocidad desconocida hasta entonces.
Aunque MacArthur había estudiado el ataque a la isla, éste se le confió a Nimitz, que dedicó 19.000 marines, una flota de portaaviones y acorazados con sus escoltas y la aviación con base en Australia e islas cercanas.
Los únicos japoneses de Guadalcanal eran batallones coreanos de trabajo y pequeños destacamentos militares que se refugiaron en la jungla. Los americanos desembarcaron sin problemas y llegaron al aeródromo, ya casi completamente construido.
En Tulagi, una islita al norte de Guadalcanal, había una guarnición de 1.500 japoneses que no se rindieron a los 6.000 marines que desembarcaron. Aprovecharon cada accidente del terreno para combatir y atacaron por sorpresa, con arma blanca, durante la noche.
A pesar de las pérdidas prosiguió la operación y Tulagi se convirtió en un infierno donde los americanos sólo capturaron tres japoneses. Todos los demás habían muerto.
Mucho más al sur, la importante guarnición de Rabaul, con 100.000 japoneses, quedaba desbordada y apartada de la línea de decisión del conflicto.
La segunda parte del plan americano preveía que Nimitz avanzara desde Hawai, en dirección a Filipinas, para coincidir con la ofensiva de MacArthur.
Se trataba de una operación en principio más fácil. El avance era naval, con una superioridad de medios aplastante y pequeñas islas en la ruta. El primer objetivo serio fueron las Gilbert. Sus islas occidentales (Makin y Tarawa) constituían el hueso de la operación.
El avance por el Pacífico era una prolongada operación sin bases próximas, donde todo debía llegar por mar, vivir, mantenerse y repararse a flote. El gran éxito americano fue la organización de bases de apoyo flotante que alimentaran la batalla.
La llamada Fuerza de Servicio Móvil era capaz de cubrir todas las necesidades, excepto las grandes reparaciones de buques, que precisaban diques secos. Por primera vez en la historia, una multitud de buques hospital, aljibe, cisterna, nodriza, barcazas, almacén de municionamiento, talleres, diques flotantes, pontones, hidrográficos y auxiliares servía de base naval.
El trabajo de las Gilbert se encomendó al vicealmirante Raymond Spruance, cuya 5.ª flota se componía en aquella ocasión de 139 buques, encuadrados en la Task Force 50 (contralmirante Pownall) y la 52 (contralmirante Turner).
La TF-52 tenía como misión el transporte de las tropas y la protección de los desembarcos y estaba compuesta por 29 transportes (con 25.000 hombres), 8 portaaviones de escolta, 7 acorazados antiguos, 8 cruceros y 35 destructores). La TF-50 se encargaría de proteger a la anterior y apoyar los desembarcos con sus aviones: la formaban 11 portaaviones de ataque, 5 acorazados recién estrenados, una docena de cruceros y dos de destructores, más buques cisternas y talleres.
El asalto a las Gilbert se articuló en dos desembarcos a cargo del 5.º Cuerpo de Ejército Anfibio (general Holland Smith), que envió 7.000 hombres contra Makin (mandados por el general Ralph Smith) y 18.000 marines (a las órdenes directas del general Julian C. Smith) contra Tarawa.
En Makin sólo había 800 japoneses. Cuando comenzó el ataque (20 noviembre 1943), resistieron cuatro días frente a los soldados americanos, que eran bisoños en aquel trabajo. Pero Tarawa estaba fortificada a conciencia: los cañones ingleses de 203 mm que guarnecieron Singapur habían sido instalados allí y el cinturón de coral impedía navegar a menos de un kilómetro de la playa.
Entre los arrecifes y la playa cayeron más de un tercio de los 5.000 marines que desembarcaron inicialmente. Durante 72 horas la situación americana fue muy difícil, pero el almirante Spruance se negó a rectificar los planes y el desembarco continuó, hasta que los japoneses se replegaron a sus fortificaciones del interior. El combate cesó en la noche del 22, cuando los japoneses contraatacaron con un arrojo suicida que supuso su destrucción, a cambio, también, de muchas bajas americanas.
Tarawa representó una experiencia sangrienta: los americanos obtuvieron enseñanzas para el futuro sobre el ataque a las islas. La opinión pública arremetió contra las pérdidas. La propaganda de guerra, sin embargo, hizo de Tarawa un símbolo heroico para entusiasmar a la retaguardia.
Para el siguiente desembarco en las Marshall se aprestaron medios más poderosos: 12 portaaviones pesados, ocho grupos de combate y vehículos anfibios armados y blindados. Cazas y pequeñas lanchas se equiparon con cohetes para destruir cualquier resistencia al avance de la infantería, que se reforzó con dos nuevas divisiones.
Los japoneses presintieron la inminencia del desembarco y enviaron refuerzos a las islas situadas más al este, las primeras que los americanos debían encontrar en su ruta. Pero Nimitz, escarmentado en Tarawa, prefirió tomar precauciones.
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