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Gabriel Cardona - Los años del NODO

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Gabriel Cardona Los años del NODO

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El final de un noticiario

EL FINAL DE UN NOTICIARIO

El Nodo ha sido testigo de los acontecimientos españoles durante varias décadas, pero ya no registrará estos sucesos, porque lo ha desplazado la televisión. Ésta es ahora el auténtico fenómeno de masas, mientras muchos de los antiguos cinematógrafos cierran sus puertas.

Las salas que sobreviven ya no son aquellos espacios enormes donde toda una generación vivió sus sueños. Los aerosoles perfumados han barrido su atávico olor a multitudes, las estoicas butacas de madera han sido sustituidas por otras acolchadas, el gallinero ya no existe y el público no jalea la película. También han desaparecido los cacahuetes, cuyas cáscaras alfombraban la sala al final de cada sesión, porque la moda norteamericana impone las insulsas palomitas, tímidamente primero, luego en pantagruélicos cucuruchos. Y la última fila ha perdido su condición de espacio reservado para la educación sentimental; ahora, las parejas se besan por la calle y la educación sexual se aprende en las escuelas.

En esta España que cambia tan aprisa no tiene cabida el viejo noticiario de reportajes en blanco y negro, con retraso de un mes, porque la propaganda política cabalga a ritmo de telediario. El Nodo ha muerto y su partida de defunción es la Ley 1/1982 del 24 de febrero de 1982, que lo declara extinguido y sepulta sus restos, integrándolos en el Ente Público Radio Televisión Española.

Un cuarto de siglo después, sus kilómetros de película son una extraordinaria fuente documental sobre la historia, la cultura, la lengua, las costumbres, el deporte, los sueños, los desencantos, las alegrías y las tristezas del pasado más próximo.

Según su propio lema, el Nodo había puesto «el mundo entero al alcance de todos los españoles». Fue la única ventana posible para un país donde hasta las ventanillas de los trenes tenían un letrero conminatorio, de innegable capacidad subliminal: «Es peligroso asomarse al exterior». Sólo el Nodo permitía ver lo que pasaba fuera y ofrecía un conjunto de noticias acerca de cuanto, al parecer, ocurría dentro.

Para muchos españoles de entonces, el domingo contaba con tres ceremonias esenciales, la misa, la comida familiar y el cine. Y hasta existía cierto parecido entre la celebración eclesiástica y la cinematográfica. La primera parte de la misa era la menos importante y, al terminar, el cura comenzaba su sermón, ocasión que aprovechaban los hombres para salir a «echar un cigarro». El cine se articulaba de forma parecida: primero se proyectaba el Nodo, y luego se hacía un descanso. Y, como el tabaco estaba tan prohibido en los cines como en las iglesias, este intermedio servía para que los hombres salieran a fumar; las mujeres no, que sólo fumaban las de mala vida o las de vida buenísima, las pijas consumadas. Y después del descanso, llegaba la película.

La propaganda fallaba en ambos casos. La carga persuasiva de la misa se centraba en el sermón, que no escuchaba nadie y quien lo escuchaba, no lo entendía. La intención propagandística del cine gravitaba en el Nodo, que se convertía en fecunda fuente de argumentos para los chistes contra Franco.

Aunque los públicos eran diferentes: a misa sólo iban los de derechas y al cine todo el mundo. O casi, porque las chicas más adictas a las misas sólo podían ir al cine cuando la película estaba clasificada como «blanca» (todos los públicos) o «azul» (niños y jóvenes), es decir, casi nunca. Porque la mayoría de las cintas eran «rosa» (sólo apta para mayores) o «grana» (mayores con reparos). Hasta que Rita Hayworth desbordó la clasificación enseñando cómo se quita un guante y su película Gilda entró en los territorios de lo inclasificable.

El franquismo se sirvió del Nodo para presentar su particular visión de España y el mundo sin posibilidades de contraste, porque también la radio, la prensa y hasta el teatro estaban sometidos a la censura. Sin embargo, alguien dijo que la España franquista era «una dictadura moderada por el incumplimiento general de las leyes». Y con el Nodo sucedió lo mismo. Visto desde ahora, podemos comprobar cómo las consignas políticas no fueron exactamente observadas y no lograron la finalidad de configurar una mentalidad uniforme y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista.

Un noticiario para el Caudillo

Es sabido que Franco fue el principal galán del Nodo, donde apareció en 1376 ocasiones, y que la frase más repetida del noticiario fue «Su Excelencia el Jefe del Estado». Según la historiadora Sheelagh Elwood, la carrera del general en el Nodo pasó por tres fases correspondientes al desarrollo de su régimen. Entre 1943 y 1960, el Generalísimo figuró irregularmente en el noticiario. Sus apariciones crecieron entre 1951-1954, época de la normalización internacional de España, para multiplicarse entre 1960-1969, cuando apareció en reportajes más largos, detallados y frecuentes, alcanzando su punto álgido en 1965, en el marco de la operación propagandística desplegada por Fraga con ocasión de los «25 años de paz». En esta época se consolidó su imagen inaugurando pantanos, que se grabó en la memoria colectiva. En cambio, sus apariciones disminuyeron desde 1965 y, muy sensiblemente, a partir de 1970, para no mostrar la decrepitud.

Siempre fue un gran aficionado al cine. En su juventud, cuando mandaba El Tercio, logró que el periodista y escritor gallego Alejandro Pérez Lugín rodara dos reportajes referidos a sus combates. Ya Generalísimo escribió el argumento de la película Raza, dirigida por Sáenz de Heredia, que también condujo el documental hagiográfico Franco ese hombre, culminado con su propia aparición. Y fue adicto a la sala de proyección de El Pardo, donde las películas pasaban sin censura.

Quizá la síntesis jocosa de su postura ante el Nodo se refleja en esta falsa historia que hizo fortuna mientras mandaba: Franco era tan aficionado al cine que decidió asistir, de incógnito, a un certamen que se celebraba en Hollywood. Pero una vez allí, se desconcertó porque no hablaba inglés ni conocía a nadie. Se encontró solo en un enorme salón lleno de desconocidos, que se saludaban, charlaban y reían, mientras nadie le dirigía la palabra. Comprendió el error de no haber traído la Guardia Mora y ya comenzaba a desesperarse cuando se le acercó un hombre alto, de rostro inconfundible, que le tendió la mano familiarmente mientras se presentaba:

—Gary Cooper, de la Metro Goldwyn Mayer.

El Generalísimo, feliz al fin, respondió en el mismo tono:

—Francisco Franco, del Nodo.

Epílogo

Título original Los años del NODO Gabriel Cardona Rafael Abella 2008 Editor - photo 1

Título original: Los años del NODO

Gabriel Cardona & Rafael Abella, 2008

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.0

Cualquier persona mayor de treinta años que haya vivido en este país España - photo 2

Cualquier persona mayor de treinta años que haya vivido en este país (España) sabe lo que fue el Nodo, y muy probablemente tiene grabada en la memoria su sintonía. Pensar en el Nodo es evocar un tiempo determinado y una serie de imágenes fijadas para siempre en el fondo de nuestras retinas: las tardes de gloria de Manolete, el gol de Zarra, la visita a España de Eisenhower o de Eva Perón, la Guardia Mora, las familias numerosas, el primer Seiscientos, la llegada de las suecas, el yate Azor, Eurovisión, los «Veinticinco Años de Paz», la boda de don Juan Carlos y doña Sofía, los Beatles con montera y sombreros cordobeses… «El mundo entero al alcance de todos los españoles»: así se anunciaban los Noticiarios y Documentales Cinematográficos, que fueron el programa informativo oficial, auspiciado por el régimen franquista, que se vio en los cines —de forma obligatoria, inapelable— desde el año 1943 hasta una fecha tan tardía como 1981, ya definitivamente superado por el cambio de sistema y por el impacto de la televisión. Pero durante casi cuarenta años, el Nodo representó, más allá de su evidente función propagandística, una forma de ver el mundo y de comunicarlo.

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