Reconstruir el pensamiento de un filósofo como Sócrates no es tarea fácil, dado que no dejó ninguna obra escrita. Tan solo mediante los testimonios de autores contemporáneos a él, ya sean críticos, historiadores o algunos de sus discípulos, se puede intentar reconstruir una imagen lo más verídica posible de su vida y de su experiencia filosófica. A esos testimonios directos se añaden otras aportaciones que, aun considerándose fuentes menos fidedignas, son sin embargo útiles.
El mensaje socrático provocó un cambio de rumbo crucial no solo en la historia de la filosofía, sino en todo el pensamiento occidental, y su enorme fuerza resulta sorprendente, sobre todo si se tiene en cuenta que fue el propio Sócrates quien decidió no consignar sus ideas por escrito. La grandeza de Sócrates reside en haber sido un pensador profundamente inmerso en su tiempo, pero cuyo legado aún presenta una validez considerable en nuestros días.
Para entender por completo los elementos de originalidad de la filosofía socrática respecto a su época resulta útil recorrer las principales etapas de la evolución del pensamiento griego. Este repaso nos permitirá captar el posicionamiento exacto de la aportación de Sócrates con relación tanto a las tradiciones que lo precedieron como a aquellas que lo siguieron, y pondrá de relieve su papel como verdadero punto de inflexión.
La cosmología y la idea griega del universo
La cosmología (del griego kósmos, «universo», y logos, «discurso») tenía como objetivo el estudio de la estructura y las leyes del universo. Debemos recordar que la cosmología no estaba en absoluto interesada en investigar cuestiones como el origen del universo, sino que tenía principalmente una función descriptiva. La pregunta a la que intentaba dar respuesta era: ¿cómo está hecho el universo?, o mejor aún: ¿cómo debería estar hecho para justificar lo que observamos desde la Tierra, como, por ejemplo, el movimiento de los planetas y de las constelaciones? En realidad debemos recordar que los griegos, a pesar de ser excelentes astrónomos, contaban con unos instrumentos científicos aún bastante limitados; trataban, por lo tanto, de elaborar conjeturas verosímiles para explicar lo que observaban en el cielo.
Téngase entonces en cuenta que el término con que los griegos designaban el universo, kósmos, presentaba también un segundo significado: «orden». Se trata de un indicio fundamental: para el pensamiento griego, el universo era en realidad un todo ordenado y armónico que, como podemos reconocer en distintos mitos, había sido generado por un caos inicial. También Platón, en el diálogo Timeo, propuso un relato sobre el nacimiento del universo en línea con la típica concepción griega: el demiurgo (es decir, el artífice del universo), inspirándose en el mundo perfecto de las ideas, habría modelado la materia caótica confiriéndole forma y orden. Asimismo, recordemos que la contraposición entre cosmos y caos asumía también un valor ético y estético: el orden equivalía al bien y a la belleza de la misma manera que el desorden equivalía al mal y a la fealdad.
Son cinco las fases que se pueden identificar en este contexto. La primera, denominada presocrática (siglos VII-V a. C.), sitúa en el centro de la propia investigación el problema cosmológico, es decir, el estudio del universo y sus leyes. No debe sorprender el hecho de que los primeros filósofos se interesasen por este tema: ¡qué maravilloso desafío debió de representar para ellos poder explicar los fenómenos naturales, tan fascinantes como misteriosos, evitando referirse a mitos o fuerzas sobrenaturales! El hombre se considera una mera parte —entre otras— de este todo. Son numerosos los filósofos protagonistas de esta fase, pero pueden reagruparse en dos tradiciones fundamentales. La primera es la fisicalista, que se pregunta cuáles son los elementos físicos que constituyen el universo. Aunque presentan notables diferencias entre sí, se incluyen en esta corriente figuras como Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Empédocles de Agrigento, Anaxágoras de Atenas y Demócrito de Abdera. La otra tradición se define como lógico-racionalista y se interesa específicamente por la identificación de las leyes que regulan el universo. Sus principales exponentes son Pitágoras (y su escuela), Heráclito de Éfeso y Parménides de Elea.
La segunda fase es la socrático-sofística (segunda mitad del siglo V a. C.), dentro de la cual se invierten las prioridades de la investigación. Ahora, el elemento central es el hombre, ya no la naturaleza, el universo y sus leyes; la reflexión asume de esta forma una inclinación antropológica. Este cambio de perspectiva no nos debe sorprender. En el siglo V a. C. nos encontramos, de hecho, en la culminación de la primera experiencia democrática de la historia: la polis (ciudad-Estado) griega, y en particular Atenas, se convierte en el escenario del compromiso político directo a favor de la propia comunidad, un contexto donde las opiniones no se imponen con la fuerza física, sino con la eficacia de la mejor argumentación. Incluso dentro de la tradición sofística se pueden distinguir dos orientaciones precisas de estudio: la moral y la lingüística. La primera, en particular con Protágoras, identifica el patrón utilitarista, según el cual la utilidad es el único criterio de elección, como principio guía del comportamiento humano. Se trata sin embargo de un utilitarismo no individualista, como en cambio se suele concebir en la filosofía moderna: en la polis, de hecho, la comunidad se antepone siempre al individuo. Por otro lado, en la orientación lingüística, figuras como Gorgias hacen hincapié en el carácter convencionalista del lenguaje, y demuestran cómo a través de los instrumentos de la retórica este puede convertirse en una potente arma de persuasión. Como veremos, la relación entre los sofistas y Sócrates es compleja. El problema reside en identificar los elementos de continuidad, pero sobre todo los de ruptura, que permiten a Sócrates trazar el nuevo rumbo tanto de la filosofía griega como de todo el pensamiento occidental.
En al fresco La escuela de Atenas, realizado en la Sala de la Signatura de los Palacios Apostólicos, Rafael representó a los más grandes filósofos de la Antigüedad: Platón y Aristóteles, ubicados en el centro del fresco, y Sócrates, a la izquierda y de perfil, conversando.
La tercera fase en la historia de la filosofía griega (siglo IV a. C.) se caracteriza por la aportación de dos gigantes. Platón y Aristóteles.
Ambos desarrollan su propia reflexión a partir del pensamiento socrático, aunque los resultados a los que llegan son totalmente distintos, casi opuestos. El interés primordial se hace metafíisico y ontológico: se cuestionan cuáles son los fundamentos del ser.