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Peter Villanueva Hering - Errores, Falacias y Mentiras

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Peter Villanueva Hering Errores, Falacias y Mentiras

Errores, Falacias y Mentiras: resumen, descripción y anotación

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Sentimos decepcionarle, querido lector, pero si lee este libro sólo descubrirá que la Estatua de la Libertad no está en Nueva York, que Sherlock Holmes nunca dijo «Elemental, querido Watson», que Julio César no era emperador, que el agua caliente se congela antes que la fría o que algunos inventos no son más que cuentos chinos, pues el tradicional chop suey nació en Estados Unidos hace poco más de un siglo. Así han sido y son las cosas en nuestro mundo, y cambiarlas ahora, así como así, va a ser muy complicado. No es que el universo sea perfecto, pero sí muy sencillo: un mecanismo de relojería donde, tarde o temprano, las cándidas mentiras, los errores de apreciación y las farsas malintencionadas caen, como todas las cosas, por su propio peso. De la biología exótica a la sociología posmoderna, de la física recreativa al arte del plagio o de la medicina insana a la astronomía apocalíptica, Peter Villanueva Hering repasa en Errores, falacias y mentiras, la historia de la equivocación y el engaño en todas sus disciplinas. Un recorrido por las mentiras que han pasado a mejor vida y las que aún circulan hoy día, de lectura tan divertida como reveladora: la perfección no está hecha para el ser humano y, por muy tozudo que sea el mundo en su simplicidad, más lo será el hombre en su ignorancia. Y eso es tan cierto como que todo libro empieza por el epílogo.

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Sentimos decepcionarle, querido lector, pero si lee este libro sólo descubrirá que la Estatua de la Libertad no está en Nueva York, que Sherlock Holmes nunca dijo «Elemental, querido Watson», que Julio César no era emperador, que el agua caliente se congela antes que la fría o que algunos inventos no son más que cuentos chinos, pues el tradicional chop suey nació en Estados Unidos hace poco más de un siglo. Así han sido y son las cosas en nuestro mundo, y cambiarlas ahora, así como así, va a ser muy complicado. No es que el universo sea perfecto, pero sí muy sencillo: un mecanismo de relojería donde, tarde o temprano, las cándidas mentiras, los errores de apreciación y las farsas malintencionadas caen, como todas las cosas, por su propio peso. De la biología exótica a la sociología posmoderna, de la física recreativa al arte del plagio o de la medicina insana a la astronomía apocalíptica, Peter Villanueva Hering repasa en Errores, falacias y mentiras, la historia de la equivocación y el engaño en todas sus disciplinas. Un recorrido por las mentiras que han pasado a mejor vida y las que aún circulan hoy día, de lectura tan divertida como reveladora: la perfección no está hecha para el ser humano y, por muy tozudo que sea el mundo en su simplicidad, más lo será el hombre en su ignorancia. Y eso es tan cierto como que todo libro empieza por el epílogo.



Peter Villanueva Hering
Errores falacias y mentiras

Diseño: Winfried Báhrle

Ediciones del Prado.

© Peter Villanueva Hering, 1998

© Ediciones del Prado, 1998

Depósito legal: Na. 694-2000

Fotocomposición: punt groe & associats, s. a., Barcelona

Impresión y encuadernación: RODESA (Rotativas de Estella, S. A.) Navarra, 2000.

Impreso en España

SBN 84-226-8230-3

N.° 31047

Epílogo

«En toda recopilación, el dato más obviamente correcto, más allá de toda necesidad de comprobación, es el error.»

TERCERA LEY DE FINAGLE

El primer error a la hora de presentar un libro es creer que los lectores seremos obedientes y empezaremos por el prólogo, continuaremos por el primer capítulo y así sucesivamente. Es falso. El proceso acostumbra a ser mucho más azaroso y, no estoy seguro, pero creo que la mayoría de las veces la lectura comienza por las últimas páginas. Cuando el lector está cansado de deambular, entonces recurre al prólogo, pero sólo como modo de descansar leyendo algo que no requiera atención. Al menos es lo que yo hago siempre. Por estos motivos, y puesto que esta sección ha sido también lo último en ser redactado (justo en el momento de haber dado cuenta del último fin del mundo y haber incorporado los últimos hallazgos que dicen que la Tierra está completamente hueca), me ha parecido más honesto cambiarle el nombre tradicional. El lector habrá recorrido una serie de capítulos, quizá todos, y se habrá encontrado a una serie de gentes e historias incalificables, desde el que se prendió fuego para que no lo enterraran vivo hasta los científicos que descubrieron unos rayos que salían de las parturientas, pasando por camaleones que no se camuflan, ovnis escondidos detrás de cometas, las nubes que no son vapor de agua, los temibles chupacabras, el hombre-polilla y demás fauna de variado pelaje. Puede que el lector esté un poco confuso después de haberse asomado al caótico mundo de despropósitos que reflejan estas páginas: le ofrezco una clasificación para poner un poco de orden y poder continuar la lectura.

La obra se alimenta de dos campos: uno, las mentiras dichas y errores cometidos por diversos personajes a lo largo de la historia, en su mayoría la más reciente; el otro, los errores, mentiras y falacias que circulan como conocimiento común pero que no son conocimiento y que en ocasiones sirven para sostener teorías de todos conocidas.

En las mentiras o fraudes de científicos, artistas, pensadores y fantaseadores, el criterio de selección ha consistido en que sus actos fueran o muy sonados o de graves consecuencias (como las lobotomías de Walter Freeman) o que por su ingenio o estupidez constituyeran incidentes más que curiosos: a esta sección pertenecen el asesinato por parte de Jonathan Swift de un astrólogo prediciendo su muerte o la falsificación de los diarios de Hitler.

En cuando a los errores cometidos por personajes famosos, me he limitado a aquellos que con su postura se enfrentaban al conocimiento de su época o a un mínimo sentido común, condición que cumple el estudio de los pensamientos de las cabezas guillotinadas o aquel físico que insistió en recomendar que Estados Unidos acumulara plutonio porque en el futuro reemplazaría al oro como estándar monetario internacional. Al seguir este criterio no he incorporado teorías como las de los cuatro humores hipocráticos, el geocentrismo y cosas semejantes: quien estaba equivocado era una época, no un individuo.

En los conocimientos errados ha cabido todo aquello que creemos saber y todo aquello que, a base de repetirnos una y otra vez, nos han hecho tomar por cierto: la utilización del 10% del cerebro, que el alcohol es un estimulante, que Cleopatra era egipcia, que Bogart dijo «Tócala otra vez, Sam», que Eva le ofreció una manzana a Adán, que podemos comprar el nombre de una estrella, que los avestruces esconden la cabeza, que Darwin defendió la idea de que sobrevive el más fuerte, que existe la combustión humana espontánea o que Nerón tocaba la lira mientras ardía Roma y luego acusó a los cristianos.

El mundo que reflejan estas historias es mucho menos perfecto que el que reflejan la historia y la ciencia habituales, tan sospechosamente llenas de aciertos, momentos estelares y gente brillante, cuando en realidad el que pasó a la historia en contadas ocasiones sabía qué suelo navegaba y muchos innovadores se estaban limitando a repetir lo que se llevaba haciendo unas cuantas décadas, pero hicieron magia: le pusieron un nombre (el suyo, casi siempre). Hay también un buen puñado de casos lamentables: el fraude de quien no tiene otra intención que poner su nombre en los libros y olvida que la realidad es tozuda y continúa presentando sus datos, independientemente de cuántos ratones logre pintar o cuántos pacientes dejar inválidos.

Entre unos y otros nos han hecho vivir en un mundo donde la ciencia parece capaz de todo, pero tan exageradamente capaz que habitamos un imperio de lo fantástico que no tiene nada que envidiar a una sociedad animista. Esa ciencia capaz de todo va descubriendo un «mágico mundo de color» en el que nos comunicamos telepáticamente, el subsuelo está poblado de seres con extraños poderes, una cosa llamada ADN marino nos anuncia en la televisión que nos quita las arrugas, los extraterrestres han convertido el planeta en una especie de Torremolinos galáctico, descendemos de una especie de hermafroditas que ponían huevos, el cáncer se cura aplicando luz de diferentes colores sobre el paciente y tantas otras cosas. La ciencia real es mucho más humilde y más contundente (siempre y cuando el científico no se convierta en candidato a figurar en este libro), y el mundo, aparte de más sutil, es mucho más sencillo. Está plagado de limitaciones.

Me he prometido ser breve, pero abusando de la paciencia del lector es de ley reconocer mi agradecimiento a tres personas: si Gregorio Doval no me hubiese propuesto la tarea, y si además no hubiese insistido en ello, yo no habría escrito estas páginas; si un tal Miguel que va por ahí compartiendo mis apellidos no hubiese hecho un par de preguntas aparentemente estúpidas (sólo aparentemente), la idea de hurgar en los errores no habría aparecido; y si Pizca no hubiera tenido una insultante capacidad de abstracción sólo comparable a la de Miguel, que a ambos salva de toda verborrea sin poner en peligro la amistad, la labor habría sido mucho menos divertida. Hay otro agradecimiento, más general pero no menos profundo a todas aquellas personas que, conocedoras de un tema, han escrito textos claros y los han publicado, ya sea sobre papel o en Internet, para que los demás podamos quitarnos de encima las toneladas de ideas preconcebidas y aparentar que sabemos algo.

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