ÍNDICE
A mi familia.
PRÓLOGO
L os expertos conocen el fenómeno como APT. El simple uso de esas siglas pone en alerta a los servicios de inteligencia. Un APT es algo muy peligroso, al menos en potencia. Es una amenaza ( threat ), es persistente ( persistent ) y es avanzada ( advanced ). Y no es un juego en el que participen espabilados jovenzuelos desde el ordenador de su casa, con una máscara de Anonymous. Un Advanced Persistent Threat es una serie continuada de ataques cibernéticos con objetivos muy concretos y, lo más importante, dirigida por el gobierno de un país contra otro país, o contra empresas, o contra alguna entidad nacional o multinacional. La palabra es ciberespionaje, y ningún país del mundo ha llegado a los niveles de sofisticación alcanzados por China y Rusia. Disponen de los mejores recursos informáticos y de una organización preparada hasta el detalle desde hace, al menos, una década.
En el caso de Rusia, además, se ha empezado a crear una cierta aureola mística en torno a un grupo de individuos, conocidos en algunos ámbitos especializados como APT29, pero más famosos por el apodo que les gusta utilizar: los Duques. The Dukes trabajan al servicio del gobierno ruso al menos desde 2008, cuando el exespía del KGB Vladimir Putin tuvo que ceder la presidencia de la Federación Rusa durante cuatro años, por motivos constitucionales, a su marioneta política Dimitri Medvedev, quedándose como primer ministro a la espera de intercambiar los cargos en 2012, como así hicieron.
Los Duques han operado contra organizaciones criminales que amenazaban a Rusia. Pero también, y sobre todo, son conocidos y temidos por realizar operaciones de ciberespionaje contra otros países, utilizando herramientas de malware creadas por ellos y que llevan nombres como OnionDuke, CloudDuke, MiniDuke o PinchDuke. Sus primeros ataques detectados fueron contra los rebeldes chechenos. Pero pronto empezaron a actuar contra gobiernos y entidades occidentales. Lo hicieron, por ejemplo, contra la OTAN cuando empezaron las hostilidades en Ucrania. Disponen de recursos técnicos, humanos y económicos. Estados Unidos lo sabe. Estados Unidos lo teme. Estados Unidos lo sufre.
Desde hace años, el FBI ha tratado de frenar la entrada de estos ciberespías rusos en los servidores de las instituciones americanas. No siempre lo ha conseguido. Para evitar esas invasiones no todo parece tan sencillo como construir un muro en la frontera de México. Los Duques lanzaron ataques sobre los servidores de la Casa Blanca, y del Pentágono, y del Congreso, y de los partidos políticos americanos. No necesitaban enviar agentes 007, para que atravesaran las fronteras con pasaportes falsos, antes de colarse sin ser vistos en las sedes de esas instituciones para hacer fotos con una minicámara. Ahora, los espías están cómodamente sentados en algún remoto lugar de la extensa Eurasia, delante de una pantalla. Sin riesgo y muy efectivo.
¿Ganó Donald Trump las elecciones gracias a los Duques de Vladimir Putin? Igual que ocurre con tantas otras preguntas, la que se acaba de plantear tiene respuesta evidente para algunos ( sí para sus enemigos, y no para sus amigos) y quedará en la duda perpetua para la mayoría. Pero Trump nunca podrá librarse de ella. La pregunta hará dudar para siempre de la limpieza y de la legitimidad de su victoria y reblandecerá su legado para la historia, sea cual sea.
De la misma manera, decenas de millones de americanos y cientos de millones de otros ciudadanos del mundo consideran incomprensible que el presidente de los Estados Unidos haya resultado ser el candidato que perdió las elecciones por casi tres millones de votos. Se han dado muchas explicaciones constitucionales sobre las bondades del viejo sistema del Colegio Electoral. Es un método de elección indirecta, como los hay en otros muchos países democráticos del mundo. Con el Electoral College , los votantes eligen a los compromisarios de cada uno de los cincuenta estados de la Unión. El número de compromisarios depende de la población de cada estado. Y un candidato consigue el cien por cien de los compromisarios de un estado aunque solo tenga un voto más que su rival. The winner takes it all . El ganador se queda con todo.
Donald Trump se quedó con todo, porque Hillary Clinton ganó muchísimos votos allí donde no necesitaba tantos, y dejó de ganarlos allá donde le resultaban imprescindibles. A Hillary no le sirvió de nada doblar el número de votos de Trump en California. Ganó, incluso, en el condado de Orange, al sur de Los Angeles, donde los republicanos habían sido los más votados de forma ininterrumpida desde hacía ochenta años. Para nada. Porque donde Clinton necesitaba ganar era en Wisconsin, y en Florida, y en Ohio, y en Pennsylvania, y en Michigan. Y no lo hizo. O bien porque su campaña fracasó en esos estados, o bien porque los Duques lo impidieron vía internet desde las frías tierras de Rusia.
La visión panorámica de los resultados ofrece un dato muy singular: Hillary Clinton ganó por mucha distancia en los estados tradicionalmente demócratas, aquellos en los que aumentar su ventaja con Trump no le suponía ninguna ayuda suplementaria; pero Trump ganó en todos los estados que estaban en disputa, y en la mayoría de ellos por apenas un puñado de votos.
Millones de americanos, incluidos muchos políticos y periodistas, clamaron por un cambio en el sistema del Colegio Electoral. Pero no hubiera sido necesaria reforma alguna. Bastaba con recuperar el espíritu de su propia creación. Back to basics . Alexander Hamilton, federalista de primera hora en el nacimiento de la nación americana, lo explicaba con ojo de visionario en el siglo XVIII . El Colegio Electoral no se creaba para transponer automáticamente el resultado de la votación y, por tanto, confirmar sin más como presidente al candidato con más votos electorales. No, no era eso. El Colegio Electoral se creó precisamente para lo contrario.
En Los papeles federalistas , Hamilton tranquilizaba a sus conciudadanos al afirmar que el sistema del Colegio Electoral «ofrece una certeza moral de que el cargo de presidente nunca caerá en manos de ningún hombre que no esté dotado de las cualificaciones necesarias». Y añadía algo que bien pudo ser escrito antes de que el 19 de diciembre de 2016, los 538 miembros del Colegio Electoral refrendaran a Donald Trump: que esos delegados debían ser hombres juiciosos «capaces de analizar las cualidades» de los candidatos. Es decir, tenían que tomar una decisión por sí mismos, no asumir la que les venía dada. Porque «los talentos para la intriga baja, y las pequeñas artes de la popularidad, por sí solos no bastan para elevar a un hombre a los primeros honores del Estado. Serán necesarios otros talentos y otro tipo de méritos para ganarse la estima y la confianza de toda la Unión, o de una porción tan considerable de ella, que le hagan ser un candidato exitoso para el distinguido cargo de presidente de los Estados Unidos». Hamilton y quienes con él sentaron las bases políticas del país consideraban que no se podía dejar la decisión final sobre el presidente solo en manos del pueblo, a través de una elección directa. Se debía, en su opinión, establecer un filtro de personas especialmente capacitadas para discernir si el ganador merecía serlo. Era lo que querían los padres fundadores. Pero el sistema del Colegio Electoral derivó en un mecanismo automático, no deliberativo, e incluso algunos Estados emitieron leyes para obligar a sus miembros a votar por el candidato ganador en su territorio. Y Donald Trump fue presidente.
Todo lo ocurrido el 8 de noviembre de 2016 nos sitúa ante uno de los procesos electorales más apasionantes y con resultado más increíble en las cincuenta y ocho elecciones presidenciales que se han celebrado en los doscientos cuarenta años de democracia en Estados Unidos. Casi nadie previó lo que iba a ocurrir. Casi nadie quería preverlo. Casi nadie quería creerlo. Casi nadie podía imaginar que el mismo país que había elegido al primer presidente de raza negra iba a elegir después al candidato que se presentaba con un discurso calificado por muchos como racista. Que Donald Trump suceda en el cargo a Barack Obama es mucho más que un sarcasmo de la historia.
Página siguiente