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Guy De Forestier - Queridos mallorquines

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Guy De Forestier Queridos mallorquines
  • Libro:
    Queridos mallorquines
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    www.papyrefb2.net
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Queridos mallorquines: resumen, descripción y anotación

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En este sábado perezoso de descanso, jornada de reflexión y solaz, ideal para el dolce far niente (el dulce no hacer nada, que de pequeño yo creía que era un tenor italiano), me apetece irme a Mallorca literariamente y hablar de un libro realmente divertido. Se subtitula «Claves de trato personal en la isla de Mallorca» y efectivamente es una estupenda guía para turistas, no de la isla, sino del modo de ser tradicional de sus habitantes. El típico mallorquín puede parecer un poco cerrado a primera vista, pero es más que otra cosa introvertido, orgullloso y sobre todo discreto. No le gusta llamar la atención, ni molestar y huye de las estridencias. Cada vez valoro más esa cualidad. Por otro lado, sabe disfrutar de las cosas sencillas de la vida y de la maravillosa isla en la que vive. Son memorables el capítulo dedicado al saludo, la historia del cabo Gardner y las descripciones de una sociedad bastante matriarcal en la que la mujer toma todas las decisiones importantes. Hay todavía muchos mallorquines que le entregan el sueldo a su mujer y ésta les da algo de suelto para sus gastos. Escrito con fino sentido del humor y un toque de ironía, se lee muy bien, se aprende y se disfruta. Una joya. Guy de Forestier es un seudónimo, que intenta representar un pesonaje extranjero que aglutina los protagonistas reales de muchas de las anécdotas que se cuentan. Su mirada es carñosa, irónica y compasiva. El verdadero autor es el arquitecto e ingeniero industrial Carlos García-Delgado Segués, nacido en Cataluña y afincado en Mallorca desde niño. Ha ganado varios premios de Arquitectura y Urbanismo, y ha publicado «Arquitectura tradicional de la isla de Mallorca», «La casa popular mallorquina» y «Las raíces de Palma». Una buena lectura para anticipar las vacaciones y pensar ya lo bien que se estaría en ese trozo de paraíso que llaman Mallorca.

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En este sábado perezoso de descanso, jornada de reflexión y solaz, ideal para el dolce far niente (el dulce no hacer nada, que de pequeño yo creía que era un tenor italiano), me apetece irme a Mallorca literariamente y hablar de un libro realmente divertido. Se subtitula «Claves de trato personal en la isla de Mallorca» y efectivamente es una estupenda guía para turistas, no de la isla, sino del modo de ser tradicional de sus habitantes. El típico mallorquín puede parecer un poco cerrado a primera vista, pero es más que otra cosa introvertido, orgullloso y sobre todo discreto. No le gusta llamar la atención, ni molestar y huye de las estridencias. Cada vez valoro más esa cualidad. Por otro lado, sabe disfrutar de las cosas sencillas de la vida y de la maravillosa isla en la que vive.
Son memorables el capítulo dedicado al saludo, la historia del cabo Gardner y las descripciones de una sociedad bastante matriarcal en la que la mujer toma todas las decisiones importantes. Hay todavía muchos mallorquines que le entregan el sueldo a su mujer y ésta les da algo de suelto para sus gastos. Escrito con fino sentido del humor y un toque de ironía, se lee muy bien, se aprende y se disfruta. Una joya.
Guy de Forestier es un seudónimo, que intenta representar un pesonaje extranjero que aglutina los protagonistas reales de muchas de las anécdotas que se cuentan. Su mirada es carñosa, irónica y compasiva. El verdadero autor es el arquitecto e ingeniero industrial Carlos García-Delgado Segués, nacido en Cataluña y afincado en Mallorca desde niño. Ha ganado varios premios de Arquitectura y Urbanismo, y ha publicado «Arquitectura tradicional de la isla de Mallorca», «La casa popular mallorquina» y «Las raíces de Palma».
Una buena lectura para anticipar las vacaciones y pensar ya lo bien que se estaría en ese trozo de paraíso que llaman Mallorca.

GUY DE FORESTIER
Queridos mallorquines
José J. de Olañeta
Sinopsis
En este sábado perezoso de descanso, jornada de reflexión y solaz, ideal para el dolce far niente (el dulce no hacer nada, que de pequeño yo creía que era un tenor italiano), me apetece irme a Mallorca literariamente y hablar de un libro realmente divertido. Se subtitula «Claves de trato personal en la isla de Mallorca» y efectivamente es una estupenda guía para turistas, no de la isla, sino del modo de ser tradicional de sus habitantes. El típico mallorquín puede parecer un poco cerrado a primera vista, pero es más que otra cosa introvertido, orgullloso y sobre todo discreto. No le gusta llamar la atención, ni molestar y huye de las estridencias. Cada vez valoro más esa cualidad. Por otro lado, sabe disfrutar de las cosas sencillas de la vida y de la maravillosa isla en la que vive.
Son memorables el capítulo dedicado al saludo, la historia del cabo Gardner y las descripciones de una sociedad bastante matriarcal en la que la mujer toma todas las decisiones importantes. Hay todavía muchos mallorquines que le entregan el sueldo a su mujer y ésta les da algo de suelto para sus gastos. Escrito con fino sentido del humor y un toque de ironía, se lee muy bien, se aprende y se disfruta. Una joya.
Guy de Forestier es un seudónimo, que intenta representar un pesonaje extranjero que aglutina los protagonistas reales de muchas de las anécdotas que se cuentan. Su mirada es carñosa, irónica y compasiva. El verdadero autor es el arquitecto e ingeniero industrial Carlos García-Delgado Segués, nacido en Cataluña y afincado en Mallorca desde niño. Ha ganado varios premios de Arquitectura y Urbanismo, y ha publicado «Arquitectura tradicional de la isla de Mallorca», «La casa popular mallorquina» y «Las raíces de Palma».
Una buena lectura para anticipar las vacaciones y pensar ya lo bien que se estaría en ese trozo de paraíso que llaman Mallorca.
Autor: Forestier, Guy de
©1995, José J. de Olañeta
ISBN: 9788476512227
Generado con: QualityEbook v0.75
1. SER MALLORQUÍN
H ASTA hace pocos años, ser mallorquín era algo absolutamente normal en Mallorca. Todavía recuerdo la época no lejana en que alguien señalaba con el dedo para alertar: «¡Mira, un turista!». Pero hoy en día la población foránea supera —entre turistas y residentes— a la de mallorquines, de modo que, si esta tendencia se mantiene, pronto nos sorprenderemos diciendo: «¡Oh, un mallorquín!»
Esta inversión en la población puede venir acompañada de una inversión cultural, y podría ocurrir que los viejos hábitos de esta isla mediterránea se vieran poco a poco desplazados por los de los nuevos invasores, a los que alguien ha llamado «los bárbaros del Norte», haciendo alusión a sus costumbres, a veces algo toscas. Este calificativo es seguramente exagerado, pero no cabe duda de que en Mallorca existe un buen número de hábitos y costumbres ancestrales que responden a una sabia manera de vivir, calmada y placentera, y que están corriendo el peligro de irse tontamente al garete. Nada sería más lamentable. Sin duda nuestros visitantes del Norte tienen cosas que enseñarnos, pero sospecho que son muchas más las que tienen que aprender.
Se habla a menudo de que Mallorca fue un paraíso que está desapareciendo poco a poco. Pues bien, una de las partes del paraíso que sigue en pie es precisamente esa manera de ser, exasperantemente flemática, del mallorquín. Ser mallorquín es ya uno de los retazos del paraíso que merecen ser preservados, de la misma manera que se protegen las casas o los monumentos.
Como ya le ocurriera a George Sand el carácter mallorquín resulta en extremo peculiar a muchos visitantes (no sólo del Norte, sino también del Este y el Oeste), que no alcanzan a asimilar la sabia complejidad mediterránea. Este libro se propone un pequeño camino de acercamiento, que inicie al foráneo en la comprensión de un modo distinto de vivir y de pensar, y que puede reportarle placeres para él todavía insospechados.
Ser mallorquín es ya uno de los retazos del paraíso que merecen ser preservados...
He de decir que soy absolutamente escéptico en cuanto a las posibilidades de éxito de la empresa. Algunos de nuestros visitantes resultan muy obstinados, y seguirán prefiriendo un bratwurst a una llengo amb. Pero al menos podrá servirnos para decir, con cariño pero sin contemplaciones: «¡Mira, un bárbaro!».
Curiosamente, los hábitos mallorquines clásicos suelen caracterizarse por incrementar el placer de vivir sin coste económico alguno, y esto es quizá lo que los ha hecho impopulares en nuestra sociedad mercantilista. Hay que vencer también este prejuicio estúpido: ¡lo caro no tiene por qué ser mejor que lo barato!, e incluso hay cosas totalmente gratis que son preferibles a una odiosa moto acuática.
Si consigo que, después de leer este libro, UNA SOLA PERSONA acepte esta idea, me sentiré profundamente decepcionado; espero que sean algunas más, e incluso espero que «ser mallorquín» siga siendo en Mallorca y por algún tiempo, algo absolutamente normal.
GUY DE FORESTIER Portocolom, agosto 1994.

U NA de las sensaciones más intensas que recuerdo haber vivido a mi llegada a Mallorca, siendo niño, es la de estar en un lugar fuera del mundo, e incluso fuera del tiempo. Mis padres se instalaron en una casa a pocos kilómetros de Palma, cerca del mar. El aroma del jazmín se mezclaba con otros más penetrantes, a romero y a resina de pino. El mar se veía al fondo, entre los árboles. A lo largo de la mañana desfilaban los habituales proveedores: las frutas y verduras venían en un carro tirado por un pequeño asno, y conducido por una payesa risueña que cubría su cabeza con un sombrero de paja. El pan, recién sacado del horno, lo traía un chico montado en un triciclo. Luego venía otro carro con el hielo, y otro más, tirado por el propio vendedor, con el pescado del día. Ningún ruido deshacía la extrema placidez. Los periódicos locales apenas traían noticias del exterior, como si nadie estuviera muy convencido de que ese mundo existiera de verdad; y es que para entonces, a principios de los años cincuenta, pocos mallorquines habían tenido necesidad de constatarlo. Y los que, por alguna obligación, salían de la isla, no perdían nunca la conciencia de que el paraíso seguía allí, en el centro del mundo, y lo demás era periferia. Cuentan que un día, estando un mallorquín de visita en Madrid, entró en un restaurante, se sentó, y se le acercó el camarero:
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