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Thelen_ Albert Vigoleis - La isla del segundo rostro

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Thelen_ Albert Vigoleis La isla del segundo rostro

La isla del segundo rostro: resumen, descripción y anotación

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Subtítulo: De las memorias aplicadas de Vigoleis Vigoleis y su inseparable compañera Beatrice, exiliados voluntarios del nazismo, desembarcan en Mallorca en 1931 para visitar a un cuñado moribundo. Sus maletas han desaparecido, y el cuñado goza de buena salud. Así empieza esta novela autobiográfica en la que el autor desgrana sus vivencias a través de todo tipo de peripecias y de situaciones disparatadas. Al mismo tiempo, esboza un retrato de la época, hasta el estallido de la guerra civil, una comedia humana en la que desfilan innumerables personajes de la fauna autóctona –pícaros, contrabandistas, prostitutas, anarquistas, un judío erotómano, un grande de España místico, escritores– y extranjeros ilustres –Keyserling, Robert Graves…–. Una suerte de odisea bufa sobre una época llena de malos presagios, obra insolente y satírica y a la vez desgarradora, que traduce todo el amor que pueda sentir por la humanidad un gran pesimista.

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Subtítulo: De las memorias aplicadas de Vigoleis
Vigoleis y su inseparable compañera Beatrice, exiliados voluntarios del nazismo, desembarcan en Mallorca en 1931 para visitar a un cuñado moribundo. Sus maletas han desaparecido, y el cuñado goza de buena salud. Así empieza esta novela autobiográfica en la que el autor desgrana sus vivencias a través de todo tipo de peripecias y de situaciones disparatadas. Al mismo tiempo, esboza un retrato de la época, hasta el estallido de la guerra civil, una comedia humana en la que desfilan innumerables personajes de la fauna autóctona –pícaros, contrabandistas, prostitutas, anarquistas, un judío erotómano, un grande de España místico, escritores– y extranjeros ilustres –Keyserling, Robert Graves…–. Una suerte de odisea bufa sobre una época llena de malos presagios, obra insolente y satírica y a la vez desgarradora, que traduce todo el amor que pueda sentir por la humanidad un gran pesimista.

ALBERT VIGOLEIS THELEN
La isla del segundo rostro
Traducción de Joaquín Adsuar Ortega
Anagrama
Sinopsis
Subtítulo: De las memorias aplicadas de Vigoleis
Vigoleis y su inseparable compañera Beatrice, exiliados voluntarios del nazismo, desembarcan en Mallorca en 1931 para visitar a un cuñado moribundo. Sus maletas han desaparecido, y el cuñado goza de buena salud. Así empieza esta novela autobiográfica en la que el autor desgrana sus vivencias a través de todo tipo de peripecias y de situaciones disparatadas. Al mismo tiempo, esboza un retrato de la época, hasta el estallido de la guerra civil, una comedia humana en la que desfilan innumerables personajes de la fauna autóctona –pícaros, contrabandistas, prostitutas, anarquistas, un judío erotómano, un grande de España místico, escritores– y extranjeros ilustres –Keyserling, Robert Graves…–. Una suerte de odisea bufa sobre una época llena de malos presagios, obra insolente y satírica y a la vez desgarradora, que traduce todo el amor que pueda sentir por la humanidad un gran pesimista.
Título Original: Insel des zweiten Gesichts
Traductor: Adsuar Ortega, Joaquín
©1953, Vigoleis Thelen, Albert
Editorial: Anagrama
ISBN: 9788422648338
Generado con: QualityEbook v0.84
Albert Vigoleis Thelen
La isla del segundo rostro
T ÍTULO de la edición original: Die Insel des zweiten Gesichts Traducción del alemán: Joaquín Adsuar Onega, cedida por Editorial Anagrama, S.A.
Diseño: Emil Tröger
Ilustración: Castell del Rei, Pollenga, de Santiago Rusiñol, perteneciente a la colección del Banco NatWest
Círculo de Lectores, S.A.
Valencia, 344, 08009 Barcelona 1 3 5 79 4 902 8 6 42
Editorial Anagrama, S.A.
© 1989, Claasen Verlag GmbH, Düsseldorf
© Editorial Anagrama, S.A., 1993
Depósito legal: B. 531-1994
Fotocomposición: gama, s.l., Barcelona
Impresión y encuadernación: Printer industria gráfica, s.a., N. II, Cuatro caminos s/n, 08620 Sant Vicenç dels Horts Barcelona, 1994.
Printed in Spain
ISBN 84-226-4833-4
N.° 39651
Para Beatrice
Umbrarum hic locus est, somni, noctisque soporae.
VIRGILIO, La Eneida
AL LECTOR
Todos los personajes de este libro viven o han vivido. Sin embargo, aquí —como el autor— aparecen tan sólo en la conciencia desdoblada de su personalidad, por lo cual no se les puede hacer responsables de sus actos ni de las imágenes que puedan haberse creado en el lector. En la misma medida en que la disociación de los personajes desprovistos de su «yo» parece ser mayor o menor, también el transcurrir cronológico de los acontecimientos está sometido a cambios estructurales que pueden llegar incluso a anular el sentido del tiempo.
En los casos de duda, la verdad decide.
PRÓLOGO
S E diría que estas notas comienzan con una ficción si no fuera porque, después de veinte años, aún sigo esforzándome en dilucidar cuál fue la causa de mis peores tormentos durante aquella travesía nocturna: las vulgares pulgas que invadían el saco de dormir que pedí prestado a un marinero o la horrible pesadilla que se apoderó de mí para arrastrarme hasta la calle Nicolaas Beets de Amsterdam, donde acababa de cerrarse la tumba sobre una mujer joven de cuya muerte yo, el doble de su amante infiel, había sido la causa. Un comienzo siniestro para el libro, podría pensarse. Bien, nos quedaremos en los fulgurantes relámpagos lejanos y si, como autor, se me permite añadir unas palabras, debo anunciar que a largo plazo aquí no ocurrirá nada macabro, salvo al final, todavía lejano, cuando estallarán bombas y el odio, la noche, los terrores y, en resumen, los disparos de los fusiles de la guerra civil española entrarán en acción... ¡Adiós, hermanos, aquí tenéis mi pecho al descubierto!
En este pecho que, como por un milagro de la Virgen del Pilar, no fue agujereado por el plomo, mi corazón, que es el mismo que el de mi tragelaphus Vigoleis, sigue latiendo de modo inexorable y sin sorpresas hoy como en aquellas horas, cuando al amanecer de un día de verano salté de mi litera y, junto con la manta sucia y los parásitos, dejé los embrollos de mi pesadilla y me sacudí como un caniche que sale del agua. Mis compañeros de viaje, que como nosotros habían buscado refugio contra el repentino frío de la noche en los apestosos camarotes, volvieron a animarse y salieron en busca de novedades. Los de habla española, muy ruidosos, se sentían como en casa sobre los tablones cabeceantes; yo y los otros como yo, por el contrario, nos mostrábamos prudentes, circunspectos y pensativos, con los labios adelantados y entreabiertos como dispuestos a degustar de inmediato el sabor del nuevo mundo. Una vez más, era Beatrice, la cual hace así su entrada poco solemne en este libro —que no abandonará hasta su última página—, quien más se me parecía. Ciertamente, necesitaría adaptarse al nuevo papel que yo quería atribuirle: personaje de mis memorias. Pero, a fuer de honrado, ¿no tenía yo que hacer lo mismo? No habiendo sabido hasta entonces adaptarme a la vida, por la que pasé torpemente, era como si sobre la frente llevara marcado el signo de mi incapacidad de vivir; agonizante al que todo el mundo puede hurgar con su dedo en la herida, ¿podría parecer más capaz y más ágil como «héroe» de un libro? El hecho de haber llevado conmigo durante más de veinte años un material muy poco corriente sin atreverme a aderezarlo con la salsa de la literatura, podría dar que pensar. Confieso que no fue tanto el temor a la hoja impresa como el miedo a balancearme en la cuerda floja lo que me impidió hacerlo, puesto que no nací dotado de buena memoria y, además, he vivido una existencia marcada por múltiples fracasos. Y si a mí Vigoleis me ayuda a veces a llevar la carga, Beatrice tiene que soportarla ella sola sobre sus hombros. Por eso le está dedicado este libro.
Beatrice había viajado por mares más vastos que el Mediterráneo, hablaba el idioma del país y estaba habituada a relacionarse con personas de las más distintas capas sociales; debido a que por sus venas corría una parte de sangre inca, se sentía más próxima a la forma de ser del sur.
Sin embargo, cuando me atreví a reunirme con ella en la parte del buque donde estaban los pañoles reservados a las mujeres, advertí que estaba tan fuera de sí como yo mismo.
Llenos de pulgas y separados por sexos, bajo bandera española y cielo español navegábamos con rumbo a la isla.
También los bichitos y los sueños se habían dado cita para atormentar a Beatrice; pero sólo el agitado mundo de sus sueños era distinto del mío, porque, ciertamente, allí donde a ella le picaba, también me picaba a mí. Hasta su sueño logró introducirse la muerte que acechaba a su madre, a quien ciega, víctima de una rápida consunción tanto corporal como espiritual, habíamos tenido que abandonar a su destino en Basilea.
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