Prefacio
Un libro tendría que hablar por sí mismo. Pero dado que este ha provocado una insólita cantidad de atención desde que se publicó por primera vez la versión original inglesa, para aquellos lectores que se pregunten el porqué de toda esta conmoción puede ser útil volver a presentar los objetivos del libro y dar respuesta a algunas críticas.
La motivación para escribir el libro es la nueva y voluminosa información sobre evolución humana reciente que está apareciendo a partir de los estudios del genoma. Se está desarrollando un panorama cada vez más detallado de la diferenciación de la población humana moderna desde que se dispersó desde su patria ancestral africana hace unos 50.000 años. Este sería un relato puramente científico, pero la raza, que es el resultado final de esta diferenciación, es un tema que genera mucha controversia política.
La historia tiene lugar en el marco de la evolución humana. Los dos temas se tratan siempre por separado, como si la evolución humana se hubiera detenido en un intervalo razonable antes de que se iniciara la historia. Pero la evolución no puede detenerse. No hay prueba alguna de que este hiato conveniente haya ocurrido nunca. Las nuevas pruebas procedentes del genoma dejan incluso más claro que la evolución y la historia están entrelazadas, quizá no de manera íntima, pero lo suficiente para conceder a la genética al menos algún pequeño papel en la conformación del mundo actual.
El propósito de Una herencia incómoda es explorar este territorio nuevo e, incidentalmente, demostrar que se pueden describir las diferencias evolutivas entre poblaciones humanas sin proporcionar el menor soporte para el racismo, la opinión según la cual existe una jerarquía de las razas y que algunas son superiores a otras. Es indudable que hay diferencias entre las poblaciones, pero son muy sutiles. Lejos de ser distintas, las razas difieren simplemente en la cualidad que los genetistas denominan frecuencia relativa de los alelos. Tales diferencias existen porque, una vez se hubieron distribuido por todo el globo, las diversas poblaciones humanas fueron en gran parte independientes unas de otras, y por ello siguieron sendas evolutivas diferentes.
Puede parecer que esta consideración no tiene nada de excepcional, pero hiere toda una serie de consignas académicas. Hace tiempo que muchas personas, entre las que se cuentan científicos sociales y gran parte de la izquierda académica, hicieron lo que me parece que es una elección desafortunada: la de basar su oposición al racismo no en principios, sino en la afirmación de que la raza es un constructo social, no una realidad biológica. Por ello se oponen rabiosamente, por motivos políticos, a cualquier discusión de la base biológica de la raza. Sus ideales son honorables, pero sus tácticas no lo son tanto.
Al referirse a quienquiera que explore la base biológica de la raza como «racista científico», y por lo tanto, en esencia, demonizarlo como racista, la izquierda académica ha conseguido suprimir casi toda discusión sobre la diferenciación humana. La mayoría de investigadores eluden el tema en lugar de arriesgarse a verse calumniados con insinuaciones de racismo y de poner en peligro su carrera y su financiación.
En general, aquellos que se han mostrado críticos con este libro han ignorado sus argumentaciones centrales y, en cambio, han intentado desacreditarlo indirectamente. Una táctica ha sido implicar que el libro es racista, aunque esto requiere atribuirle afirmaciones que no hace. En realidad, el libro es un intento de explorar de qué manera puede entenderse la variación humana a partir de una perspectiva explícitamente no racista. Con un flujo creciente de datos procedentes del genoma, esta es una tarea que habrá que acometer más pronto o más tarde. Si el libro ha tenido éxito en considerarlos, es algo que debe decidir el lector.
Otra táctica ha sido afirmar, sin pruebas, que el libro está lleno de errores y tergiversaciones. Tales ataques, que incluyen una carta firmada por un gran número de genetistas académicos, no citan ejemplos específicos de su falta: se espera que el lector acepte las meras aserciones infundadas de los críticos como evidencia suficiente. Tales críticas tienen motivaciones políticas y, en mi opinión, carecen de mérito. Hasta donde yo sé, el libro no contiene errores importantes y es tan preciso como es posible en cualquier descripción de un campo científico que se mueve rápidamente.
En esta edición he corregido una cita errónea, aunque esta no supone ninguna diferencia para la argumentación correspondiente, he puesto al día informes que nuevas pruebas dejaron desfasados, y he clarificado la argumentación en varios lugares. No he visto razón alguna para modificar la argumentación de la primera mitad del libro: que la raza tiene una base biológica, base que se fundamenta en la sutil cualidad de la frecuencia relativa de los alelos. Lejos de ofrecer ninguna base para el racismo, este hecho científico sólo pone de relieve la unidad genética de la humanidad.
La segunda mitad del libro, tal como se explica en el primer capítulo, es especulativa. Plantea la cuestión de si el comportamiento social humano, y por lo tanto la naturaleza de las sociedades humanas, ha experimentado un cambio evolutivo en el pasado reciente. No hay muchas pruebas sobre este punto, en parte porque no ha habido un estudio sistemático de dicha cuestión. En mi opinión, existe al menos una hipótesis plausible de que la selección natural no ha ignorado modelar el comportamiento social de una especie muy social. Si las sociedades humanas han continuado evolucionando a lo largo de los últimos miles de años, un proceso de este tipo iluminaría de manera considerable muchos aspectos de la historia y del mundo moderno. Notablemente, contribuiría a explicar por qué hay instituciones, que bajo gruesas capas de cultura descansan sobre el comportamiento social humano, que tienden a diferir de una sociedad a otra en pautas a largo plazo.
Conjeturar que un pequeño componente evolutivo ha contribuido a la rica diversidad de las sociedades humanas no parece algo impresionantemente implausible. De hecho, es mucho más probable que la alternativa, según la cual la evolución no ha desempeñado ningún tipo de papel en el modelado de las sociedades actuales. Pero el dogma dominante en las ciencias sociales ha sostenido durante décadas que todas las diferencias entre las sociedades humanas son puramente culturales, y cualquier cuestionamiento de esta tesis provoca una agitación considerable.