Annotation
Aunque siempre han existido libros e imágenes obscenas, la "pornografía" es un fenómeno reciente. En el siglo XVIII, por ejemplo, la palabra ni siquiera existía. Fue con el descubrimiento de Pompeya que su definición (y por ende su catalogación) empezó a convertirse en un problema. Desde entonces el vocablo ha significado tantas cosas que cualquier intento por definir lo que ahora designa corre el riesgo de degenerar muy pronto en el absurdo.
Por eso -dice Walter Kendrick- en el museo secreto la palabra "pornografía" aparece casi siempre entre comillas para significar que aquello de lo que se habla no es una cosa sino un concepto, una estructura de pensamiento que ha cambiado asombrosamente poco desde que apareció hace ya un siglo y medio…
Walter Kendrick
El museo secreto
La pornografía en la cultura moderna
Traducción de J. Eduardo Jaramillo-Zuluaga
Título original en inglés: The Secret Museum. Pornography in modern culture
© 1987 Viking, Nueva York
© 1995 Tercer Mundo
Primera edición en lengua española: febrero de 1995
Impreso y hecho en Colombia
363 págs.
Para Dan,
que tuvo que soportarlo
AGRADECIMIENTOS
Acepto completa responsabilidad por los defectos de este libro, aunque a muchas personas debo agradecer sus virtudes, si algunas tiene. De manera especial quiero agradecer a David Berry, Robin Berry, Mark Caldwell, Robert Cornfield, Giovanni D. Favretti, Eliot Fremont-Smith, Christopher Graham, Rosalind Krauss,M. Mark, Perry Meisel, Tom Schmidt, Tonice Sgrignoli, Polly Shulman, Jennifer Stone, Dinny Taylor, Mark Taylor, Michael Timko y Amanda Vaill.
Quiero agradecer también a la Universidad de Fordham y al personal de la Biblioteca Pública de Nueva York y de la Biblioteca de la Universidad de Nueva York.
Mi más profundo reconocimiento es para Dan Applebaum, quien intentó (y no siempre con éxito) conservarme en mi sano juicio.
PRÓLOGO
En la tercera parte de Los viajes de Gulliver, Gulliver visita el reino de Batnibarbi cuyos habitantes han caído presa de los ridículos proyectos fraguados por la Academia de Legado, la capital del reino. El resultado es una miseria generalizada. Como lo explica a Gulliver un desdichado noble de la localidad,
los profesores discurren nuevos métodos y reglas de agricultura y edificación y nuevos instrumentos y herramientas para todos los trabajos y manufacturas, con los que ellos responden que un hombre podrá hacer la tarea de diez, un palacio ser construido en una semana con tan duraderos materiales que subsista eternamente sin reparación, y todo fruto de la tierra llegar a madurez en la estación que nos cumpla elegir y producir cien veces más que en el presente, con otros innumerables felices ofrecimientos. El único inconveniente consiste en que todavía no se ha llevado ninguno de estos proyectos a la perfección; y, en tanto, los campos están asolados, las casas en ruinas y las gentes sin alimentos y sin vestido .
Deseoso de conocer el origen de tal infortunio, Gulliver visita aquella funesta Academia y en su escuela de lenguas encuentra el más insensato de todos los proyectos:
siendo las palabras simplemente los nombres de las cosas, sería más conveniente que cada persona llevase consigo todas aquellas cosas de que fuese necesario hablar en el asunto especial sobre que habría de discurrir […]. [Muchos] de los más sabios y eruditos se adhirieron al nuevo método de expresarse por medio de cosas: lo que presenta como único inconveniente el de que cuando un hombre se ocupa en grandes y diversos asuntos se ve obligado, en proporción, a llevar a espaldas un gran talego de cosas, a menos que pueda pagar uno o dos robustos criados que lo asistan. Yo he visto muchas veces a dos de estos sabios, casi abrumados por el peso de sus fardos, como van nuestros buhoneros […] .
La sátira de Swift se dirigía contra la Royal Society, fundada en 1660, donde se habían debatido proyectos aún más atrevidos que éste. Por suerte para la salud mental de Inglaterra, los sueños de estos "sabios" fueron generalmente ignorados; de no haber sido así, la nación se habría visto asolada por las mismas desdichas que asolaron al imaginario reino de Balnibarbi.
Algunas ideas insensatas, sin embargo, tienen una más larga y empecinada existencia. Entre las más empecinadas (e insensatas) está la noción de que "las palabras son simplemente los nombres de las cosas". Hace ya más de dos siglos y medio que Swift se burló de esta idea; su supervivencia entre nosotros sólo redunda en nuestro detrimento y confusión. Si tal idea fuera literalmente cierta, seríamos entonces incapaces de hablar de abstracciones como "justicia" y "libertad"; el hecho de que podamos hacerlo y de que incluso lleguemos al extremo de sacrificar la vida por ellas, indica todo lo compleja que para nosotros puede ser la relación entre las palabras y las cosas. Y no obstante, hay ciertas palabras que habitualmente resultan problemáticas debido a que su inestable y cambiante relación con las cosas suele ser ignorada o rechazada. La palabra "amor" es la primera de ellas y la palabra "pornografía" es, sin duda, la segunda.
Si hoy en día un sabio de Balnibarbi quisiera hablar de "pornografía", tendría que acarrear en su espalda un formidable atado de cosas. Ante todo, necesitaría unos cuantos frescos de Pompeya, y una selección de sus estatuas, collares y amuletos. Sepultadas por el Vesubio en el año 79 D.C., y exhumadas por excavaciones que comenzaron a principios del siglo XVIII y continúan todavía en la actualidad, estas reliquias obligaron a curadores y catalogadores a acuñar el término "pornografía", palabra que tomaron del griego, aunque los mismos griegos (quienes al parecer pintaban a cada oportunidad escenas de índole sexual) no habrían sabido nunca lo que se debía entender por "pornografía". También las obras de Catulo, Juvenal, Marcial, Suetonio y de otros muchos escritores romanos, tendrían que ponerse en aquel fardo de cosas que la posteridad consideraría "pornográficas", aunque los mismos romanos no encontraban nada reprochable en ellas.
La Edad Media contribuiría con una escasa selección, pero gran parte de Chaucer iría a dar a aquel fardo, lo mismo que Boccaccio y Margarita de Navarra. Muchas obras de la literatura renacentista merecerían estar igualmente allí, incluyendo (como descubrieron los seguidores de Bowdler) unos buenos trozos de Shakespeare. Y en la medida en que nos acercamos a nuestra época, el fardo del sabio balnibarbiano parecería más bien una antología universal. Casi todas las representaciones dramáticas de la época de los jacobinos o de la Restauración serían consideradas "pornográficas", y aunque Earl de Rochester nada sabía de esta palabra, su propio nombre se convertiría en sinónimo de ella. Y entre los gestos ya olvidados de aquellos tiempos, merecería rescatarse el de Pepys, quien actuó como un visionario cuando quemó su ejemplar de La escuela de las mujeres, "pues por mi honra que aquella no debe ser incluido entre mis libros".
El siglo XVIII proporciona, junto con las primeras reliquias de Pompeya, un libro tan quintaesencialmente "pornográfico" que su venta estuvo prohibida en los Estados Unidos hasta 1966, más de doscientos años después de su publicación: Memorias de una mujer de placer, escritas por John Cleland y mejor conocidas como Memorias de Fanny Hill. Y para no quedarse atrás, Francia contribuye con el legendario Donatien-Alphonse-François, marqués de Sade, cuya voluminosa obra total pertenece también a la colección, y esto para no decir lo mismo de su propio nombre. Además de estos dos casos notables, la gran mayoría de las obras ficticias del siglo XVIII, así como buena parte de su arte pictórico, merecerían ponerse en el fardo. Fielding, Sterne, Smollett, Rowlandson y Hogart en Inglaterra; Prévost, Rousseau, Fragonard y casi todo lo que viniese de Francia, serían más tarde calificados de "pornográficos". Y Swift también, por supuesto: sorprendería a muchos saber que Gulliver no hizo un viaje sino tres, y que apagó un incendio en Lilliput orinando sobre la ciudad.