lo que entre sueños se goza.
I NTRODUCCIÓN
Los principios
Lisa Gherardini está en el Museo del Prado y La Gioconda , en el Louvre. Dos cuadros distintos como dos gotas de agua, pintados al mismo tiempo; mientras Leonardo se dedica a crear un ser imaginado sin parangón en la naturaleza, su ayudante sigue con el encargo de retratar a la mujer del próspero comerciante florentino. Pasan los años, el meticuloso trabajo del maestro no termina y las dos pinturas quedan en manos de sus autores: una va a Francia y la otra, a Milán, en propiedad de Salai, el fiel discípulo de Da Vinci y posible firma de Mona Lisa . A los pocos años el cuadro milanés llega a España y, una vez en las colecciones reales, su paisaje es ocultado tras una gruesa capa de color negro. Pasan casi trescientos años y el Prado descubre que aquel repinte esconde un secreto a la vista de todos. Una vida imposible de explicar en un párrafo.
El hallazgo más importante en la historia del arte del último siglo altera muchos de los millones de párrafos escritos sobre uno de los grandes maestros del Renacimiento, confirma la existencia de dos cuadros diferentes con el mismo motivo y desvincula los nombres que históricamente han permanecido inseparables: Mona Lisa , el que responde a la señora Gherardini, mujer del Giocondo, y La Gioconda , apelativo con el que los asistentes del maestro llamaron «simpática» a la dama de inquietante sonrisa. Pero, sobre todas las cosas, el cuadro del Museo del Prado es la única prueba documental directa que existe del trabajo del genio en su taller.
La otra Gioconda es un documental escrito, una serie de reportajes literarios que se detienen en las labores de conservadores y restauradores, en sus fuentes, en sus estudios, en su ojo, en su criterio y en las decisiones capaces de desmontar siglos de conocimiento. Es un libro profundamente periodístico, cosido con el mismo tipo de crónicas que solían brillar en el papel de las empresas periodísticas, pero que hace años han enterrado. Aquí cohabitan cuadros con ministros de cultura incapacitados para asumir sus tareas, con historiadores que prevarican aprovechando su autoridad en la materia, con marchantes y galerías de arte que inflan los precios de pintores de segunda para vendérselos a clientes millonarios, con restauradores que pagarían por hacer lo que hacen, con conservadores que investigan para aclarar la vida de un pintor extraordinario, con un artista en constante redefinición, con más cultura que espectáculo, con un patrimonio que nunca ha recibido atención, con la intención de ser más exigente con un país rico en lo que descuida. Aclaro que este viaje al interior del hábitat de los especialistas que alumbraron este misterio, en el que nos detenemos en las técnicas más sorprendentes de investigación y en la incesante actividad de un museo, no puede ser un libro de historia del arte, sino sobre la historia del arte, sobre sus variaciones y variantes, sus sorpresas, sus pasiones, sus errores, sus atractivos, sus luces y sombras, y los secretos de un patrimonio cultural que nunca ha escapado del olvido. Esto es tarea de periodista, no son lodos para el historiador. Tengo el disfraz de ambos, pero si me visto con las ropas del primero manda el porqué y cuando son las del otro el qué.
Estamos en un libro, la última oportunidad a la que siempre recurre el periodismo de largo aliento, el de crónica y reportaje, para abrir el foco y contextualizar, para ir con urgencia pero sin prisa a asuntos que requieren más tiempo y espacio, para profundizar en el interés general con dedicación, intención y rigor para iluminar todas las zonas que se quedan a oscuras en las noticias, que, por su naturaleza digital, son veloces y breves. Apenas un suspiro. Aquí hay menos titulares que explicaciones, menos sustantivos y más sustancia. Más narración y menos precipitación. Estas son las orillas de ese río bravo y caudaloso que es la información, donde han quedado varadas la narración, la reflexión, la interpretación, los detalles, el análisis y la opinión. Son los viejos apuntes de un negocio impreso en palabras que olvida sus principios.
No creo que el lector haya fallecido. Cuando me dicen que ha muerto los que me dicen que ha muerto, pienso que los muertos son ellos y que lo han matado porque necesitan lectores que no lean. Necesitan consumidores, a millones, que caigan en la trampa de una imagen, de un cebo, de una cara conocida, de un icono televisivo que venda papel los domingos. Si la información desapareció con el lector, con los acreedores ha llegado el esperpento. Pero somos muchos los periodistas que todavía le somos fieles y que vamos a ir a buscarle allá donde se esconda, porque sabemos que la lectura no le ha decepcionado. Queremos a quien se muere por leer y evitamos a los que dicen que leer le mata. Haremos lo que sea para mantener una relación basada en la satisfacción mutua: investigar y descubrir, divulgar y conocer. Escribir y leer. Verbos emparejados por los que camina la comunicación más allá de los soportes.
Recuerdo una comida de redacción en una cadena de restaurantes italianos donde siempre nos atienden tarde. Ese día uno de nosotros toma de segundo un filete de ternera al que, con mucho cuidado, separa toda la grasa que rodea la carne magra. «¡Cómo le puedes quitar lo más sabroso!», le dice alguien. En buena medida, el periodismo está a dieta en muchos aspectos y ha perdido parte de su sabor. Es más bonito y aparente, no hay duda, y la calidad de sus materiales es brillante y muy colorista, pero ¿a qué sabe? A lo mismo. A nada. Han desaparecido los márgenes de la noticia, donde se concentra lo sabroso, donde los lectores sacan el máximo provecho. El cuchillo los extirpa y los deja caer por el borde del plato.
El descubrimiento de Mona Lisa es la prueba irrefutable de los frutos que produce un sistema económico y social en el que todos los ciudadanos contribuyen al enriquecimiento mutuo gracias a su aportación a la cultura. En España se hace a través de impuestos, que se encarga de repartir el gobierno. Otros modelos recurren a las desgravaciones fiscales de empresas que ayudan al mecenazgo. Son dos caminos para llegar al mismo sitio, el interés público. Los especialistas del Prado, en el ejercicio de su labor, hallaron una fuente de información crucial para conocer el trabajo de una figura mítica como Leonardo da Vinci. Con su labor atenta y escrupulosa respondieron a la confianza que los españoles habían depositado en sus investigaciones, en un momento en el que su museo, nuestros museos, son auditados y cuestionados exclusivamente por su rentabilidad económica. Un momento en que se promueve la inversión privada y se recorta la financiación pública.
A las pocas semanas de presentar la pieza a los medios de comunicación de todo el mundo, la dirección del museo recibió la noticia de la retirada del 25 por ciento de la aportación pública; un año después, el premio con el que se le vuelve a pagar por el esfuerzo de crecer hasta el 65 por ciento en aportación propia a sus presupuestos es una nueva rebaja de la aportación del Estado, esta vez dramática, del 30 por ciento, que deja a la pinacoteca con 11 millones de euros. La caída ha sido paulatina desde 2003, año en el que aportamos al museo 22 millones de euros, y en picado desde 2011 con 21 millones de euros, 16 en 2012 y los mencionados 11 para 2013. El aeropuerto abandonado de Castellón recibirá 17 millones de euros. Hoy al Prado, mientras se esfuerza por mantener el conocimiento que aporta cohesión social, le preocupa su supervivencia. Por eso era importante detenerse y desvelar las estructuras menos conocidas de uno de los tres museos más importantes del mundo en medio del derrumbe económico de un país europeo. La revelación de Mona Lisa demuestra que la verdad suele estar teñida de negro.