F ERNANDO P ÉREZ -B ORBUJO Á LVAREZ
LA OTRA ORILLA DE LA BELLEZA
En torno al pensamiento de Eugenio Trías
Herder
Diseño de la cubierta: Claudio Bado
© 2005, Fernando Pérez-Borbujo Álvarez
© 2005, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN: 84-254-2442-9
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ISBN EPUB: 978-84-254-2789-3
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A Eugenio Trías,
mi maestro, mentor y amigo. El primer hijo de la belleza humana, de la belleza divina, es el arte. En él se rejuvenece y se perpetúa a sí mismo el hombre divino. Quiere sentirse a sí mismo, por eso coloca su belleza frente a sí. Así se dio el hombre a sí mismo sus dioses. Pues al principio el hombre y sus dioses eran una sola cosa, y en ella, desconocida de sí misma, estaba la belleza eterna. (H ÖLDERLIN, Hiperión o el eremita en Grecia ) Cercano está el dios
y difícil es captarlo.
Pero donde hay peligro
crece lo que nos salva.
En las tinieblas viven las águilas
e intrépidos los hijos de los Alpes
franquean el abismo
sobre frágiles puentes.
Y, como en torno, se acumulan
las cumbres del tiempo
y cerca viven los amados
languideciendo sobre montañas muy separadas,
¡oh, danos tu agua inocente;
danos el ala
con el sentido más fiel,
para cruzar allá y volver de nuevo!
(H ÖLDERLIN, Patmos )
ÍNDICE
PRÓLOGO
Siguiendo la hipótesis central de este ensayo me gustaría poder afirmar que el lector tiene entre sus manos el intento, fracasado o no eso queda a juicio del propio lector, de intentar entender a Trías en el único modo que el autor cree que puede ser entendido: mediante la elaboración de una obra inteligente que aspira a ser bella. La dificultad de entender la obra de Trías no radica en el hecho de que su autor aún esté vivo y permanezca entre nosotros, provocando que la comprensible morbosidad humana todavía no se interese por el hijo de sus entrañas, su producción filosófica, ya que es manía inveterada de nuestras tierras interesarnos más por los muertos que por los vivos, como ya sentenciara lúcidamente Ortega y Gasset. Tampoco es debido a la falta de distancia histórica que nos permita entender el contexto, las circunstancias y peripecias que determinaron el nacimiento de una propuesta filosófica tan singular en el contexto hispano, tan alejado aparentemente de las grandes corrientes del pensamiento continental europeo. Más bien, la dificultad estriba en que la obra de Trías nos parece demasiado «evidente». Su escritura, clara y cristalina, de una aparente facilidad que se sostiene en un trabajo profundo y minucioso y que refleja una clara voluntad de estilo, oculta el venero profundo y silencioso de su pensamiento en las carnes traslúcidas de una escritura que enamora y encandila. A este hecho hay que unirle que Trías es hijo de su tiempo y de su época, y por eso da curso a su pensamiento con todos los retazos de la tradición cultural que se encuentran a su mano. En su obra se entremezclan las referencias a Botticelli con Freud, a Duchamp con Heidegger, a Sade con Tomás de Aquino. En la línea de los grandes filósofos de la cultura, como G. Simmel en Alemania, Trías construye un imponente edificio filosófico con materiales de lo más diverso, con fragmentos, que pueden dar a su filosofía la falsa apariencia de un collage . Si bien es imposible sustraerse al atractivo de un cierto «vanguardismo con resabios clasicistas», de una «peculiar contemporaneidad de fuste clásico», que nos pone ante la paradoja de una singularísima síntesis de tradición y modernidad, realizada con una libertad de espíritu sin precedentes, creo que debemos dejar que el impulso de esa escritura, y el atractivo de su original forma de gestar su filosofía, nos lleven, de un modo natural, hasta el centro mismo de su propuesta filosófica.
Algunos lectores de Trías se sorprendieron del cambio que su filosofía dio, sobre todo, a partir de Los límites del mundo (1983), donde empezó a forjarse su propuesta de una filosofía del límite en la que elaboraba su concepción del ser humano como ser fronterizo. Acusaron un cambio también temático y formal. La escritura pareció hacerse más dura y aún más cristalina; los temas de la reflexión filosófica parecieron dirigirse a las desiertas arenas de la metafísica y de los principios últimos de fundamentación trascendental de la razón humana; pareció disolverse, como por arte de magia, todo aquel mundo de ensueño y pasión, de vitalismo y fuerza de los escritos de su primera producción. Será inevitable, en un futuro próximo, que los intérpretes de Trías quieran ver en su obra dos etapas claramente diferenciadas, con temáticas y estilos distintos.
No obstante, el presente ensayo quiere abrir las puertas a la exploración de un sustrato más profundo, y no tan aparente en su obra, que dota de coherencia y unidad, de un sentido vivo y orgánico al conjunto de su producción filosófica; pretende sacar a la luz ese venero escondido y silencioso que recorre la obra de Trías y que se abreva en un suelo metafísico que se forja durante el siglo XIX, en el período que va de Schelling a Nietzsche, y que tiene sus grandes predecesores en Leibniz y Spinoza: una metafísica que entiende el ser como voluntad. El ser es un querer, un desear; el trasfondo de todo ser es un fondo pasional. No es extraño, por tanto, que prosiguiendo el hilo de la pasión podamos percibir como Trías, en un gesto simbólico sin precedentes, sea capaz de girar toda la historia de la metafísica que culmina en Nietzsche, con su proclama de la muerte de Dios, hacia el padre y maestro de la misma, Platón. El ser es voluntad de poder en Nietzsche en tanto que es voluntad de poder creador, artístico, que genera una obra que se reproduce mediante una mimesis creativa. Nietzsche percibe en este poder genésico de la pasión, de eros , la dimensión platónica expuesta por Platón en el Banquete , según la cual eros anhela procrear en la Belleza. De este modo, Platón y Nietzsche se configuran en el alfa y el omega, el principio y el fin, de este círculo mágico en el que se mueve la filosofía de Trías.
Trías viene a cerrar el círculo de la historia de la metafísica que, en su filosofía del límite, consigue unir voluntad e inteligencia en el marco de una metafísica artística o estética. El límite, la gran Idea de su propuesta filosófica, le permitirá unir inteligencia y voluntad. La inteligencia nace de la pasión y se abre a ella; y sin renunciar a la dura labor del concepto y las categorías, se complementa con el recurso al simbolismo. Una inteligencia que no es un mero órgano pasivo o receptor sino que, animada por su fondo pasional, es logos que nace de la acción y el padecimiento, que se eleva majestuoso desde la experiencia y alcanza su telos último en la producción de una obra de arte bella, plasmación concreta de una intelección acabada y perfecta. Como decía Vico, factum est certum: sólo de lo hecho tenemos un conocimiento perfecto y cabal. Ese conocimiento siempre es, no obstante, parcial y fragmentario, puesto en entredicho por una realidad que continuamente se sustrae al existente, el cerco hermético, el ámbito de lo que no aparece y hacia el que remite y está polarizada eróticamente nuestra existencia que es siempre en referencia a un fundamento en falta, en su doble ambivalencia: el fundamento del origen, lo matricial, el arcano; y el cerco hermético del fin, el misterio.
Por ese motivo, el pensamiento en Trías avanza en círculos que se anudan de un modo roto y quebrado, sin permitir que la circularidad genere la forma perfecta de una espiral progresiva, como tentativamente el mismo autor se planteó en La aventura filosófica (1985). La razón fronteriza, la razón de un ser en el que se conjugan de este modo voluntad e inteligencia, avanza en la forma de la «variación». Recogiendo la idea de Nietzsche de que la voluntad remite, por su propia dinámica, a un «eterno retorno de lo igual», Trías transforma, con ayuda de Platón, esta idea de la repetición en la sugestiva idea de la variación, de inspiración musical. Concebir, entender, es «procrear en la belleza», lo cual implica que la obra de arte, también la de la inteligencia, es la que nos mueve reflexivamente a pensar y ese pensamiento se cumple cuando finaliza la hermenéutica de la obra de arte con la producción de otra obra de arte semejante. De este modo, la tradición cultural se convierte en la continuidad de una hermenéutica, libre e inteligente, de «recreación» de las grandes obras de arte que tienen la capacidad de convocar el poder pasional del individuo para que éste se plasme en creación inteligente y bella. Se entiende, ahora, que no hay reto mayor y más exigente que intentar «recrear» la obra de un autor cuyo leitmotiv es precisamente este imperativo que aúna en su seno inteligencia, libertad y belleza; verdad, moralidad y estética.
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