El Corán —literalmente «la recitación»— es para los musulmanes la revelación de Dios y el libro que contiene Su Mensaje a los hombres. Es la Palabra increada de Dios revelada a través del arcángel Gabriel en lengua árabe al profeta Muhammad en el curso de los veintitrés años de su función profética.
Es la Palabra divina recitada que será transmitida a la comunidad de forma oral. Su contenido comprende el conjunto de los ciento catorce capítulos o azoras consignadas por escrito ya durante la vida del profeta por algunos de sus seguidores o ashâb, «compañeros». Sin embargo, el Corán es, para los musulmanes, mucho más que un libro escrito.
Anónimo
El Corán
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Titivillus 23.10.16
Título original: القرآن
Anónimo, 1801
Traducción: Andrés Guijarro
Editor digital: Titivillus
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Introducción
CUANDO una persona que no profesa la fe islámica escucha la palabra «Corán», tiende inmediatamente a pensar en la presentación escrita del texto revelado que contiene el conjunto de los ciento catorce capítulos o azoras que el arcángel Gabriel comunicó oralmente al profeta Muhammad (Mahoma) —que tenía entonces cuarenta años—, en el curso de los veintitrés años de su función profética. Sin embargo, el Corán es, para los musulmanes, mucho más que un libro escrito. Es la Palabra divina recitada por el arcángel de la Revelación al Profeta, que a su vez la transmitirá a su comunidad de forma oral. Tras ese periodo de comunicación verbal, las palabras dictadas por el mensajero divino fueron consignadas por escrito, en vida del Profeta, por algunos de sus seguidores o ashâb («compañeros»), que es como los conoce el islam. Tras la muerte de Muhammad, el texto escrito fue utilizado para constituir definitivamente un libro que serviría de soporte para la lectura, la recitación ritual, el estudio y los comentarios.
Este libro sagrado, considerado por la mayoría de los musulmanes —y no sin razón— como «intraducible», no es solamente una guía para los fieles. Cada versículo, cada palabra, cada letra, es considerada una revelación divina. El Corán es para los musulmanes la Palabra de Dios. Podríamos decir que, mientras el cristianismo es la religión del Verbo hecho hombre, el islam es la del Verbo hecho libro. En efecto, la teología musulmana ortodoxa ha mantenido desde siempre de forma rigurosa que este libro es como el Verbo divino: eterno e increado.
La primera palabra revelada a Muhammad fue «iqra», es decir, «recita» o «lee»:
¡Recita, en el Nombre de tu Señor, que ha creado!
Ha creado al hombre a partir de un coágulo.
¡Recita, pues tu Señor es el Más Generoso,
el que ha enseñado con el cálamo!
(Cor. 96, 1-4)
La raíz verbal del término iqra, es decir, q-r-', aparece en el término «Corán» (qur’ân, en árabe). Por tanto, Corán significa «recitación, lectura».
En el islam, el símbolo supremo de la revelación es un libro. En otras religiones, el «descenso de lo Absoluto» ha adoptado otras formas, pero en el islam, más que en ninguna otra, la revelación aparece vinculada a un «libro». Los místicos del islam han considerado siempre que el Universo entero podía ser considerado como una escritura de Dios. La creación del mundo obedece al mismo ritmo, y traza el mismo trazado caligráfico del espíritu divino que el Corán.
Se ha dicho que la caligrafía es el arte de los iconoclastas. Del mismo modo que decimos que, en el cristianismo, las catedrales son «evangelios de piedra», el templo, el sagrario y los iconos del islam son las letras del texto sagrado. Escritura y dibujo a la vez, la caligrafía árabe es el arte islámico por excelencia.
En la mayoría de las cubiertas de los coranes en árabe aparece escrita la frase: «No lo tocan sino los purificados» pues al igual que en la plegaria canónica, también es necesario llevar a cabo la ablución ritual antes de tocar un ejemplar del Libro sagrado. Copiarlo a mano es aún considerado como un acto meritorio desde el punto de vista espiritual. Muchos musulmanes llevan al cuello, a guisa de escapulario o de talismán, algunos versículos del Corán, y la mayoría lleva consigo un ejemplar en miniatura, o al menos algunos capítulos. En el mundo islámico, el prestigio del Corán se extiende a toda escritura. En el pasado, un papel o cualquier otro soporte en el que se hubiera escrito algo con caligrafía árabe, era enormemente respetado, y el trato irrespetuoso hacia el texto escrito, fuera cual fuera su contenido, tenía algo de profanación, puesto que cualquier texto lleva, de alguna forma, un germen del Corán. Aun hoy en día, la mayoría de los libros publicados en los países musulmanes comienzan por la fórmula: «En el nombre de Dios, el Infinitamente Misericordioso, el Misericordioso sin límites». Del mismo modo, una carta personal o cualquier escrito, especialmente si es manuscrito, comenzará por esta fórmula, que encabeza 113 de las 114 azoras o capítulos del Corán. El árabe, por tanto, es una lengua sagrada en el sentido de que es una parte integral de la revelación coránica, cuyos sonidos y palabras juegan un papel fundamental en los ritos del islam. Por supuesto, no es necesario conocer el árabe perfectamente para llevarlos a cabo, pero las fórmulas del Corán usadas en las plegarias rituales y en otros actos de adoración deben ser recitadas solo en árabe, que es la única lengua que, en el islam, permite «actualizar» la presencia divina y la gracia (baraka, en árabe) del Libro sagrado. Por esta razón, el Corán no puede ser traducido a ninguna otra lengua con propósitos rituales. Este es también el motivo por el cual los musulmanes no árabes han cultivado desde siempre el estudio de la lengua árabe. La eficacia de las plegarias canónicas, las letanías, las invocaciones, etc., está contenida no solo en el significado, sino también en los sonidos del texto, así como en lo que alguien ha denominado «las reverberaciones del lenguaje sagrado». Una de las maravillas del Corán —y no precisamente la menor de ellas— es esa eficacia capaz de conmover los corazones de los hombres casi mil cuatrocientos años después de que fuera revelado.
EL CONTEXTO
La Meca y Medina, las dos ciudades santas del islam, situadas a más de trescientos kilómetros de distancia la una de la otra, se encuentran en la zona media de la costa de la Arabia occidental, cerca del mar Rojo. Su puerto más próximo es Yedda, ciudad costera a la que cientos de miles de musulmanes de todos los países llegan cada año con la intención de peregrinar a estas dos ciudades, donde el Profeta del islam, Muhammad, hijo de Abd Allah y nieto de Abd al-Muttalib, su abuelo paterno, vivió durante los sesenta y tres años de su vida, del 570 al 633 de la era cristiana. Fue en Medina donde murió y donde se halla su tumba, en la primera mezquita que él erigió con sus compañeros a su llegada a esta ciudad.
Arabia es la península más grande del mundo, con un territorio en su mayoría desértico. Durante mucho tiempo permaneció protegida de las invasiones romana, griega y persa, las tres principales grandes potencias hegemónicas, que establecieron sus inmensos imperios a su alrededor durante siglos, antes y después de la llegada del cristianismo. El clima de Arabia, su posición geográfica y su cultura fundamentalmente beduina le permitieron evitar conflictos mayores con estos tres imperios. Hasta poco antes del nacimiento del Profeta, Persia y Bizancio habían estado enfrentadas en una guerra extenuante, pero ninguna de las dos había considerado la posibilidad de invadir esa región inhóspita y desolada. Además, ninguna de las dos religiones mayoritarias en la zona, judaísmo y cristianismo, habían logrado introducirse de forma masiva en Arabia. Existían algunas poblaciones judías en los asentamientos agrícolas de Yazrib (la futura Medina), Jaybar y Fadak, y algunos árabes se habían convertido al cristianismo a título individual, pero eso era todo.