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Eliphas Levi - La clave de los grandes misterios

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Eliphas Levi La clave de los grandes misterios
  • Libro:
    La clave de los grandes misterios
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  • Año:
    2014
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La clave de los grandes misterios: resumen, descripción y anotación

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El Abad Alphonse-Louis Constant que con el pseudônimo de Eliphas Levi se destacó como Gran Mago y Cabalista del siglo pasado, nació en París, en el día 8 de febrero de 1810, y murió en la misma ciudad en 31 de mayo de 1875. Su convicción y su pensamiento son revelados magistralmente en su Credo Filosófico: Creo en el desconocido que Dios personifica, Probado por el propio ser y por la imensidade, Ideal sobre-humano de la Filosofía, Perfecta inteligencia y suprema bondad. Esta obra (Grande Arcano del Ocultismo Revelado) es el testamento del autor: ƒ un de los más importantes de sus libros sobre Ocultismo. Está dividida en dos partes: 1ª Parte: El misterio real o el arte de hacerse servir por las Fuerzas. 2ª Parte: El misterio sacerdotal o el arte de hacerse servir por los Espíritus.

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LA CLAVE DE LOS GRANDES MISTERIOS Según Enoch, Abraham, Hermes Trismegisto y Salomón Por Eliphas Levi La religión dice: Creed y entonces comprenderéis. La ciencia afirma: Comprended y entonces creeréis. «Llegará un tiempo en que toda la ciencia cambiará su aspecto; el espíritu, destronado y olvidado por largo tiempo, volverá a ocupar su lugar; quedará demostrado que las antiguas tradiciones son totalmente ciertas; que todo el paganismo no es más que un sistema de verdades que han sido corrompidas y colocadas fuera de sitio; que basta con purificarlas, por así decirlo, para hacerlas volver a su primitivo lugar, para verlas brillar en todo su esplendor. En una palabra, todas las ideas cambiarán, y, desde todos los confines, una multitud de elegidos exclamará al unísono: "¡Venid, Señor, venid! ¿Por qué censuráis a los hombres que se elevan ante este majestuoso porvenir y se glorifican de adivinarlo...?"» (J. de Maistre, Tardes de San Petersburgo).

PREFACIO El espíritu humano siente vértigo ante el misterio. El misterio es el abismo que atrae sin cesar nuestra curiosidad inquieta ante sus increíbles profundidades. El más grande misterio del infinito es la existencia de Aquel para quien todo carece de misterio. Al comprender el infinito que es en su esencia incomprensible, El mismo es el misterio infinito y eternamente insondable, es decir, que El es, bajo toda apariencia, ese absurdo por excelencia en el que creía Tertuliano. Necesariamente absurdo, puesto que la razón debe renunciar para siempre a comprenderlo; necesariamente accesible por creencia, puesto que la ciencia y la razón, lejos de llegar a demostrar que no existe, se ven fatalmente movidas a reafirmar la fe en su existencia y a adorarlo ellas mismas con los ojos cerrados. Siendo este absurdo la fuente infinita de la razón, la luz que eternamente resurge de la eterna tiniebla, la ciencia, esta Babel de la mente, puede doblar y multiplicar sus espirales siempre en ascenso, podrá hacer oscilar la tierra, pero nunca llegará al cielo. Dios es aquello que eternamente estamos aprendiendo a conocer. Por tanto, nunca llegaremos a ello totalmente. Sin embargo, el dominio del misterio es un campo abierto a las conquistas de la inteligencia. Se puede llegar allí con audacia; nunca se llegará a reducir su extensión; tan sólo se cambiará de horizonte. Todo saber es el sueño de lo imposible, pero desgraciado de aquel que no osare aprenderlo todo y que no comprenda que para saber alguna cosa es preciso resignarse a estudiar siempre. Se dice que para aprender bien hace falta olvidar muchas veces. El mundo ha seguido este método. Todo lo que se cuestiona en nuestros días ha sido ya resuelto por los antiguos, con anterioridad a nuestros anales, sus soluciones escritas en jeroglíficos no tenían mayor sentido para nosotros. Un hombre ha vuelto a encontrar la clave, ha abierto las necrópolis de la ciencia antigua y ha dado a su siglo todo un mundo de teoremas olvidados, de síntesis sencillas y sublimes como la naturaleza, irradiando siempre de la unidad y multiplicándose como los números, con tan exactas proporciones, que lo conocido demuestra y revela lo desconocido. Comprender esta ciencia es ver a Dios. El autor de este libro, al terminar su obra, creerá haberlo demostrado. Pero, cuando hayáis visto a Dios, el hierofante os dirá: volveos, y en la sombra que proyectáis en presencia de este sol de las inteligencias veréis aparecer al diablo, ese negro fantasma que véis cuando vuestra mirada se aparta de Dios y cuando creéis llenar de nuevo el cielo con vuestra sombra, ya que los vapores de la tierra parecen agrandarla al subir. Conciliar, en un sentido religioso, la ciencia con la revelación y la razón con la fe, demostrar en filosofía los principios absolutos que armonizan todas las antinomias, revelar, en fin, el equilibrio universal de las fuerzas naturales, tal es el triple objetivo de esta obra que estará, por consiguiente, dividida en tres partes. Mostraremos así la verdadera religión de tal forma que nadie, sea o no creyente, podrá desconocerla; ello será lo absoluto en materia de religión. Estableceremos en filosofía los caracteres inmutables de esta VERDAD, que es en ciencia REALIDAD, en juicio RAZON y en moral JUSTICIA. En fin, haremos conocer las leyes de la naturaleza en virtud de las cuales, se mantiene el equilibrio, y mostraremos cuán vanas son las fantasías de nuestra imaginación frente a las fecundas realidades del movimiento y de la vida. Invitaremos también a los grandes poetas

del porvenir a rehacer la Divina Comedia, no tanto de acuerdo a los sueños del hombre, sino siguiendo las matemáticas de Dios. Misterio de los otros mundos, fuerzas ocultas, extrañas revelaciones, enfermedades misteriosas, facultades excepcionales, espíritus, apariciones, paradojas mágicas, arcanos herméticos, lo diremos todo y lo explicaremos todo. ¿Quién nos ha dado este poder? No tememos revelarlo a nuestros lectores. Existe un alfabeto oculto y sagrado que los hebreos atribuyen a Enoch, los egipcios a Thoth o a Hermes Trismegisto, los griegos a Cadmos ya Palemedes. Este alfabeto, conocido por los pitagóricos, se compone de ideas absolutas expresadas en signos y en números, y reali1a, mediante sus combinaciones, las matemáticas del pensamiento. Salomón había representado este alfabeto por setenta y dos nombres escritos sobre treinta y seis talismanes, y es aquel que los iniciados del Oriente llaman hasta hoy las pequeñas claves o clavículas de Salomón. Estas claves están descritas y su uso explicado en un libro que el dogma tradicional atribuye al patriarca Abraham. Es el Sepher-Yetzirah, y con ayuda del Sepher-Yetzirah es posible penetrar el oculto sentido del Zohar, el gran libro dogmático de la Kábala hebrea. Las clavículas de Salomón, olvidadas con el tiempo y consideradas como perdidas, las hemos reencontrado y hemos abierto sin pena las puertas de los antiguos templos donde la verdad absoluta parecía dormir, siempre joven y siempre bella, como aquella princesa de la leyenda infantil que espera, luego de un sueño de siglos, al esposo que debe despertarla. Después de nuestro libro aún habrá misterios, pero más altos y más lejanos en las profundidades infinitas. Esta publicación es una luz o una locura, una mistificación o un monumento. Leed, reflexionad y juzgad. Eliphas Levi

PARTE PRIMERA MISTERIOS RELIGIOSOS Problemas a resolver: 1. Demostrar, de una forma cierta y absoluta, la existencia de Dios, y presentar una idea que sea satisfactoria para todas las mentes. 2. Establecer la existencia de una verdadera religión, de manera que llegue a ser indiscutible. 3. Indicar la procedencia y razón de ser de todos los misterios de la religión única, verdadera y universal. 4. Hacer que las objeciones de la filosofía se conviertan en argumentos favorables a la verdadera religión. 5. Establecer el límite entre la religión y la superstición, y explicar la razón de los milagros y prodigios. CONSIDERACIONES PRELIMINARES Cuando el conde Joseph de Maistre, ese gran lógico apasionado, ha exclamado con desesperación: «El mundo está sin religión», nos ha recordado a otros que dicen temerariamente: «Dios no existe.» En efecto, el mundo se encuentra sin la religión del conde Joseph de Maistre, y es probable que también Dios, tal y como lo conciben la mayoría de los ateos, no exista. La religión es una idea basada en un hecho constante y universal; la humanidad es religiosa: así, pues, la palabra religión tiene un sentido necesario y absoluto. La naturaleza misma consagra la idea que representa esta palabra y la eleva a la altura de un principio. La necesidad de creer va estrechamente unida a la necesidad de amar: es por esto que las almas necesitan comulgar con las mismas esperanzas y el mismo amor. Las creencias aisladas no son más que dudas: es el lazo de la mutua confianza el que hace la religión y crea la fe. La fe no se inventa, no se impone, no se establece por convicción política; ella se manifiesta, como la vida, con cierta fatalidad. El mismo poder que gobierna los fenómenos de la naturaleza, extiende y limita, por encima de toda humana previsión, el dominio sobrenatural de la fe. No imaginamos las revelaciones, sino que nos sometemos a ellas y las creemos. En vano protesta nuestro espíritu contra la oscuridad del dogma, subyugado por el atractivo de esta misma oscuridad y, a menudo, el más rebelde de los racionalistas se opondría a aceptar el título de hombre sin religión. La religión encuentra un lugar más amplio entre aquellas realidades de la vida que pretenden creer aquellos que no necesitan de la religión, o al menos pretenden no necesitarla. Todo lo que eleva al hombre por encima del animal, el amor moral, la devoción, el honor, son sentimientos esencialmente religiosos. El culto por la patria y la familia, la fidelidad al pasado y a los recuerdos, son cosas que la humanidad no podrá dejar nunca sin llegar a una degradación total, y que no lograrían existir sin una creencia en algo más que la sencilla vida mortal con todas sus vicisitudes, miserias e ignorancias. Si la total aniquilación fuera el resultado de todas nuestras aspiraciones a las cosas sublimes que sentimos como eternas, entonces el goce del presente, el olvido del pasado y la despreocupación del porvenir serían nuestros únicos deberes y llegaría a ser cierta la afirmación de aquel célebre sofista: el hombre que piensa es un animal venido a menos.

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