Charpentier nos cuenta la leyenda del apóstol Santiago y su llegada a España, la relación del camino de Compostela y las constelaciones, los “cagots”, los vascos, los laberintos, la oca y otros temas recurrentes, con la importancia de los “Jacques” que el autor ya tocó en su anterior libro y que aquí se nos revelan como los grandes iniciadores del pasado.
Louis Charpentier
El misterio de Compostela
ePub r1.0
Titivillus 19.05.16
Título original: Les Jacques et le mystère de Compostelle
Louis Charpentier, 1971
Traducción: Rosa M.ª Bassols
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Notas
[1] Según Santiago de Vorágine: La Leyenda áurea.
[2] Ives Bottineau: Les chemins de Saint-Jacques.
[3] Henri Dontenvilee: La Mythologie française, ed. Pagot.
[4] Louis Charpentier: Los Gigantes y el misterio de los orígenes, Ed. Plaza & Janés.
[5] Alfredo Gil del Río: Horizontes riojanos, Centro riojano de Madrid.
[6] Frank Waters: Book of the Hopi, Ballantine Books Inc., Nueva York.
[7] Louis Charpentier: El enigma de la catedral de Chartres, Ed. Plaza & Janés.
[8] El autor se refiere aquí a la costumbre francesa de denominar «Jacques» a los campesinos: «Jacques Bonhomme», el campesino del pueblo. (N. de la. T.).
[9] Ediciones Robert Laffont.
[10] Capítulo dedicado al Gigante Isoré en Los Gigantes y el misterio de los orígenes, op. cit.
[11] Sólo existen concentraciones de dólmenes en regiones relativamente cercanas al mar o a ríos navegables, o que lo fueron.
[12] Gérard de Sede: El tesoro cátaro, Ed. Plaza & Janés.
[13]Op. cit.
[14] Véase La Pendule à Salomon, de Raoul Vergez, Ed. Julliard.
[15]Los Gigantes y el misterio de los orígenes, op. cit.
[16] Clément de Jaurreguiberry: Un peuple et une langue pus comme les autres. Documentos suletinos.
[17] Frank Bourdier: Préhistoire de France, Ed. Flammarion.
[18] Gérard de Sède: El tesoro cátaro, op. cit.
[19] Este establecimiento posee un curioso Cristo en una cruz en forma de Y que parece haber dado su nombre de Crucifijo en la Encomienda, pero el cristo es del siglo XVI, muy posterior a la desaparición de la Orden del Temple.
[20] Yves Botineau: Les cheins de Saint-Jacques, Ed. Arthaud.
[21] Por mi parte creo que los comienzos fueron mucho más antiguos, pero la Era dolménica duró milenios.
[22] Ed. Robert Laffont.
[23] Buenos Aires, 1932.
[24] Fulcanelli: El misterio de las catedrales, Ed. Plaza & Janés.
[25] Fulcanelli: Las moradas filosofales, Ed. Plaza & Janés.
I. LA PEREGRINACIÓN A SANTIAGO DE COMPOSTELA
Hacia mediados del siglo IX corrió un rumor en el Occidente cristiano: en algún lugar de España, hacia los confines de la costa cantábrica, en el reino de Galicia libre de la invasión musulmana, hombres santos, misteriosamente avisados por unos resplandores, habían descubierto la tumba del apóstol Santiago el Mayor.
Asimismo se decía que grandes muchedumbres acudían a venerar las santas reliquias…
Más tarde, con el transcurso de los años, la leyenda se exageró. Se habló de milagros asombrosos. Llegaban gentes de Francia, de Italia, de Alemania, de Inglaterra. Se trazaron rutas de peregrinación que iban de abadía en basílica, de santa reliquia en santa reliquia… Se convirtió en una moda: aquel que no podía emprender el viaje a Jerusalén o que desdeñaba la visita a Roma, demasiado fácil, tomaba la ruta de Santiago. Se abrían hospitales y albergues para los pobres peregrinos; las órdenes militares se volvían hospitalarias, vigilaban los caminos…
De este modo, se trazaron cuatro rutas principales en Francia, rutas que partían de lugares de reunión en París, Vézelay, Le Puy y Saint-Gilles. En etapas que llevaban de monasterio a albergue, conducian a los peregrinos hasta los puertos pirenaicos, y luego, por montes y valles, éstos peregrinaban hasta la lejana Finisterre, en las orillas oceánicas.
Se moría en la ruta o bien se regresaba, mostrando orgullosamente la venera, signo de la peregrinación cumplida, la «concha de Santiago», condecoración del valeroso peregrino.
Según los hagiógrafos, Santiago, el Santiago de que se trata aquí, era uno de los apóstoles, conocido con el calificativo de «el Mayor» para distinguirlo de otro Santiago, también apóstol, llamado «el Menor».
Era hijo de Zebedeo y de María Salomé y hermano de san Juan Evangelista. Se le suponía nacido en Betsaida, y había sido uno de los «Hijos del Trueno».
Era, junto con Juan, uno de los íntimos del Señor, el cual le admitía en sus secretos. Herodes Agripa le había mandado decapitar el 8 de las calendas de abril (25 de mayo), día de la Anunciación.
A partir de estos hechos se creó una leyenda, que se amplió con el transcurso de los años, conforme a las necesidades de maravillas que manifestaban los peregrinos, y Santiago de Vorágine, en el siglo XII, la relató piadosamente tal como sigue:
Tras la muerte de Cristo, Santiago predicó primeramente en Judea y Samaria, y luego se embarcó y llegó a España para tratar de cristianizar ese país. No tuvo mucho éxito, ya que no conseguía formar más que nueve discípulos, o quizá siete; o tal vez solamente uno. Se admite, además que era seguido por un perro, más sensible a su influencia que los paganos… No debemos olvidar el perro…
A consecuencia de este fracaso, regresó a Judea, donde su acción legendaria se caracterizó por una serie de conflictos con un mago llamado Hermógenes, conflictos dirigidos la mayor parte de las veces por legiones de ángeles y de demonios. Habiendo encadenado Hermógenes a un cierto Fileto, Santiago lo libró de sus cadenas; el mago envió entonces a una legión de demonios atados con ligaduras de fuego, de las que Santiago los liberó, y por estos mismos demonios, se hizo entregar a su enemigo encadenado, al que luego, sin rencor, quitó las cadenas y convirtió. Hermógenes, arrepentido, le entregó sus libros de magia para que los quemara, pero Santiago se negó a ello y los mandó echar al mar…
Después de su decapitación «algunos discípulos robaron su cuerpo durante la noche por temor a los judíos, lo pusieron sobre un barco y, abandonando a la Divina Providencia el cuidado de su sepultura, subieron a bordo de aquel navío que carecía de gobernalle. Conducidos por el ángel de Dios, llegaron a las costas de Galicia, el octavo día de las calendas de agosto, al reino de Loba. Había entonces en España una reina que llevaba ese nombre y que quizá lo merecía».
Acordémonos de Loba… (Louve).
«Los discípulos descargaron su cuerpo y lo colocaron sobre una enorme piedra que, fundiéndose como cera bajo el cuerpo, se transformó maravillosamente en un sarcófago».
Esto tampoco debemos pasarlo por alto…
«Los discípulos fueron entonces a decir a Loba: «El Señor Jesucristo te envía el cuerpo de su discípulo a fin de que recibas muerto a aquel que no pudiste recibir vivo». Le contaron entonces el milagro por el que habían llegado sin timón hasta las costas de su país, y le pidieron un lugar conveniente para la sepultura. La reina, al oír aquello, les dirigió, mediante supercherías, a un hombre muy cruel, o, según algunos autores, al rey de España, al objeto de obtener en esto su consentimiento…».