Este libro está dedicado a nuestros padres
y a la memoria del padre de John, Mortimer Markoff
La captura del pirata informático Kevin Mitnick tuvo lugar la noche del 14 de febrero de 1995 y fue el final de una de las más espectaculares persecuciones de los últimos tiempos. Mitnick ha sido el "hacker" más buscado de la historia por robar información, valorada en millones de dólares, procedente del sistema informático de distintos departamentos del Gobierno de los Estados Unidos, importantes empresas y universidades. Esta obra relata la historia real de Mitnick y su lucha con uno de los autores del libro. Fue el día de Navidad de 1994, cuando el pirata informático cometió el error de iniciar un ataque contra los ordenadores de Tsutomu Shimomura, reconocido experto en seguridad y coautor del libro. A partir de ese momento, se produjo un espectacular enfrentamiento, que convirtió a Kevin Mitnick en auténtico objeto de culto en Estados Unidos. Para apreciarlo en todo su alcance, basta con seguir el rastro de decenas de Webs dedicadas a él en Internet.
"Takedown" es el relato de una auténtica aventura informática, con todos los ingredientes del thriller y de las viejas leyendas de forajidos y perseguidores. Es, además, un inmejorable camino para comprender todo lo que está en juego ante el enorme desarrollo de la informática en el mundo entero.
Tsutomu Shimomura es físico analista y experto en seguridad de sistemas y miembro del Centro de Superordenadores de San Diego. Markoff es periodista del New York Times.
Tsutomu Shimomura & John Markoff
Takedown
Persecución y captura de Kevin Mitnick
ePub r1.0
Yorik30.06.13
Título original: Takedown (Catching Kevin)
Tsutomu Shimomura & John Markoff, 1996
Traducción: Héctor Silva
Editor digital: Yorik
ePub base r1.0
TSUTOMU SHIMOMURA. Es físico anaista y experto en seguridad de sistemas. Actualmente es miembro del Centro de Superordenadores de San Diego. Ha trabajado como investigador en el Departamento de Física de la Universidad de San Diego, en California y en el Laboratorio Nacional de Los Álamos en Nuevo México.
JOHN MARKOFF. Sus conocimientos sobre tecnología han hecho de él uno de los más respetados periodistas en esta materia. Informa sobre Silicon Valley, para el New York Times. Ha escrito sobre ordenadores y tecnología para Times desde 1989. Trabaja como reportero para el San Francisco Examiner y es coautor de Cyberpunk: Outlaws and Hackers on the Computer Frontier y The High Cost of High-Tech: The Dark Side of the Chip.
Notas
Agradecimientos
Este libro ha sido posible gracias al esfuerzo de numerosas personas. Andrew Gross, Robert Hood, Julia Menapace y Mark Seiden brindaron apoyo técnico a Tsutomu durante las muchas noches de insomnio dedicadas por éste a aclarar la irrupción del 24 de diciembre en sus ordenadores. También Mike Bowen, John Bowler, Liudvikas Bukys, Levord Burns, Soeren Christensen, Dan Farmer, Rick Francis, Brosl Hasslacher, John Hoffman, Bruce Koball, Tom Longstaff, Mark Lottor, Jim Murphy, Joe Orsak, Martha Stansell-Gamm y Kent Walker aportaron su experiencia técnica y legal. Carl Baldini y Paul Swere, ambos de la RDI Computer Corporation, contribuyeron con hardware. Gracias por su apoyo a Sid Karin y su equipo, en el San Diego Supercomputer Center. Nuestro editor en Hyperion, Rick Kot, nos ayudó a traducir a términos accesibles una historia plagada de infinidad de detalles técnicos, y Tim Race, editor de John Markoff en el New York Times, aportó sus conocimientos. Deseamos asimismo dar las gracias a nuestros agentes, John Brockman y Katinka Matson. Cuando empezamos a escribir, Nat Goldhaber tuvo la amabilidad de ofrecernos su hospitalidad. Un agradecimiento especial a Jimmy McClary y a Leslie Terzian. Y finalmente a Roger Dashen, que es desde hace mucho tiempo amigo y consejero de Tsutomu.
take-down (ták/ doun/) adj. Deporte. Movimiento o maniobra propia de la lucha o las artes marciales, en el que un oponente es tumbado por la fuerza al suelo.
The American Heritage Dictionary of the English Language,
Third Edition
Hacker es un término sin traducción, que describe al usuario fanático del ordenador, conocedor de todos los detalles del aparato y que sabe modificarlo y utilizarlo incluso impropiamente. De esto último deriva una segunda acepción, la de intruso o pirata informático, al que los programadores suelen llamar “cracker”, probablemente a partir del sustantivo “crack”, grieta, hendidura, etcétera. (N. del T.)
Prólogo
Si se encuentra usted a tres hombres sentados a solas en una furgoneta en el aparcamiento de una zona comercial a las dos de la mañana y uno de ellos está manipulando una antena de extraño aspecto extraerá naturalmente una única conclusión.
Que son polis.
Yo no lo era, y a pesar del alboroto en los medios informativos que habría de estallar tres días después, refiriéndose a mí como “cybercop” y “cybersleuth”, jamás me había propuesto serlo. En el verano de 1995 lo único que yo aspiraba a ser era un aficionado al esquí, y en ese sentido no estaba teniendo mucho éxito hasta el momento. Durante la mejor época para el esquí que se recuerde en California, allí estaba yo una gélida mañana, varado en el aparcamiento de un barrio de Raleigh, Carolina del Norte, muy lejos de cualquier cosa que se pareciese a una pista de esquí.
Manejaba una antena con cierto aspecto de pistola de rayos, y en el regazo acunaba un artefacto que hacía pensar en un temporizador de grandes dimensiones que emitía una sorda señal sibilante, muy parecida a la que produce un modem cuando establece una conexión.
El sonido proveniente del aparato se había vuelto persistente, prueba de que yo había acorralado a mi presa, un escurridizo bandido informático que, mediante una combinación de astucia delictiva y pura buena suerte, había conseguido mantenerse durante más de dos años un paso por delante del FBI y de al menos otras tres agencias de la ley.
Entretanto, yo había sido una de sus víctimas. En diciembre, él y posiblemente alguno de sus compinches habían forzado la entrada en mis ordenadores y robado un software escrito por mí, que, perversamente utilizado, podría ocasionar estragos en la comunidad de Internet.
Ahora estaba en condiciones de tomarme la revancha. Pero ninguno de los que estábamos en la furgoneta era policía. El conductor era un robusto ingeniero de una compañía de teléfonos móviles, y en la parte de atrás se sentaba un periodista del New York Times que se nos había incorporado siguiendo mi odisea. Diez minutos antes, nuestra furgoneta había rodeado despacio un vulgar edificio de apartamentos, mientras yo movía la antena a un lado y a otro, concentrado en captar en un visualizador digital la aparición de señales indicativas de que me acercaba a la fuente de la llamada del teléfono móvil. Estaba resuelto a terminar mi persecución, pero en ese momento, en medio del sopor de la fatiga causada por una semana casi sin dormir en persecución de un nebuloso rastro de huellas digitalizadas a través de las redes de ordenadores que forman Internet, experimentaba la tensión a que está expuesto aquel que se excede en un esfuerzo continuado.