APÉNDICE
Los “principios” de Bissell
Extractos de la «sesión Bissell»,
celebrada en 1968 en la sede del
Consejo de Relaciones Exteriores,
tal como fueron reimpresos
por el Africa Research Group
La tercera reunión del Grupo de Debates sobre Información secreta y política exterior se celebró en la Harold Pratt House el 8 de enero de 1968, a las cinco de la tarde. Se hallaban presentes: Richard M. Bissell, Jr., director del debate; Douglas Dillon, presidente; William J. Barnds; secretario; William R. Harris, transcriptor; George Agree, Frank Altschul, Robert Amory, Jr., Meyer Bernstein, coronel Sidney B. Berry, Jr., Allen W. Dulles, George S. Franklin, Jr., Eugene Fubini, Julius C. Holmes, Thomas L. Hughes, Joseph Kraft, David W. MacEachron, Philip W. Quigg, Harry Howe Ransom, Theodore C. Sorensen, David B. Truman.
El presidente, Mr. Dillon, abrió la sesión subrayando que, aunque toda esta serie de debates era off the record, el tema que se trataría en la presente reunión resultaba especialmente delicado y estaba sujeto a las restricciones previamente anunciadas.
Mr. Dulles observó que los problemas referentes a las relaciones entre la CIA y las instituciones privadas se examinarían en una reunión posterior, aunque ni Mr. Bissell ni los demás asistentes tenían que sentirse coartados en la discusión de estos problemas durante la actual sesión.
En su condición de director de los debates de la sesión, Mr. Bissell pasó revista a las operaciones encubiertas en la política exterior de los Estados Unidos y formuló su opinión sobre ellas.
Aludiendo brevemente a la cuestión de la responsabilidad, de si estas agencias son instrumentos de la política exterior, Mr. Bissell señaló que, ante un grupo de personas como los asistentes, no tema necesidad de entrar en detalles sobre la conformidad de la CIA a las directrices de la política exterior; que podía dar por supuesto que, aunque la CIA participa en la formulación de aquellas directrices (como hacen otras «agencias de acción», es decir la AID, los departamentos y los cuerpos militares y, por supuesto, el Departamento de Estado), la CIA era una agencia al servicio de la política exterior del país.
En realidad, según la experiencia personal de Mr. Bissell, el papel de la CIA estaba más cuidadosamente circunscrito y los límites establecidos eran respetados con más escrupulosidad que en el caso de la ECA [Economic Cooperation Administration], donde había trabajado anteriormente Mr. Bissell.
El control esencial sobre la CIA recaía en un comité interministerial que comprendía un representante del personal asesor de la Casa Blanca, el subsecretario de Estado, el secretario adjunto de Defensa y, en los últimos años, el director de la CIA. Con el tiempo, este comité se ha ido transformando en un dispositivo cada vez más eficaz y poderoso para imponer su control. Revisa todos los proyectos nuevos y periódicamente inspecciona los que ya se hallan en marcha.
Puesto que se trata de un comité interministerial formado por funcionarios sumamente ocupados y que se reúne sólo una vez por semana, este grupo de control tiene una eficacia limitada. Si fuera el único instrumento de control existente, Mr. Bissell lo consideraría insuficiente, pero de hecho este comité constituye sólo el nivel más alto de control, mientras que, a niveles inferiores, existe una serie de procedimientos de revisión intermedios. Los proyectos se suelen examinar en la correspondiente oficina del secretario adjunto de Estado y, siempre que afecten a los intereses del Departamento de Defensa, a un nivel análogo en este último departamento; con frecuencia, han sido estudiados previamente a niveles inferiores de ambos departamentos. Era muy poco corriente llevar los temas al Grupo Especial antes de examinarlos a niveles inferiores y, si en estos últimos se suscitaban objeciones, en la mayor parte de los casos los temas no eran sometidos ya al Grupo Especial —excepto los proyectos importantes o los temas decisivos, recurribles a todos los niveles, incluyendo el Grupo Especial.
En el campo operativo se aplicaba un procedimiento similar. En general, el embajador tenía el derecho a estar enterado de cualquier operación encubierta que se desarrollara en su jurisdicción, aunque en casos especiales (a solicitud del jefe de Estado del país o del secretario de Estado) el encargado de estación recibía órdenes de ocultar ciertas informaciones al embajador. En realidad, en una ocasión esta restricción se impuso a petición del propio embajador, que prefería permanecer ignorante de ciertas actividades.
Es sabido que, en su mayor parte, las operaciones «quemadas», entre las que se contaban a menudo algunas de las más importantes, habían sido aprobadas por el propio Presidente. El proyecto de los U-2, por ejemplo, había nacido en el seno del Comité Land (de información secreta), que formaba parte del grupo Killian para el estudio de un ataque por sorpresa; fue propuesto como una recomendación del antedicho grupo al Presidente, con el apoyo de la USIB; su puesta en vigor, en el mayor de los secretos, fue autorizada por el Presidente y, con la sola excepción de unos pocos vuelos iniciales (la autorización inicial permitía operar para un período de diez días «si el tiempo reinante lo permitía»), cada uno de los vuelos era expresamente autorizado por el Presidente, con el refrendo de los secretarios de Estado y Defensa.
A ciertos efectos, las operaciones encubiertas deberían dividirse en dos clases: 1) Reunión de información secreta, en primer lugar espionaje, es decir la obtención de información secreta por medios ocultos; y 2) acción encubierta, o el intento de influir sobre los asuntos internos de otras naciones —lo que otras veces se llama «intervención por medios ocultos o encubiertos.
Aunque estas dos categorías de actividad se pueden separar en teoría, la reunión de información secreta y la acción encubierta se interaccionan y se sobreponen. Se han realizado esfuerzos en el pasado para separar ambas funciones, pero el resultado ha sido considerado en general como «un desastre total desde el punto de vista de la organización». Uno de estos intentos fue el establecimiento, en los primeros días de la CIA (1948), de la OPC, dirigida por Frank G. Wisner, como un organismo separado para la acción encubierta. Aunque la CIA la apoyaba y la encubría, esta organización era independiente y Wisner despachaba directamente con los secretarios de Estado y de Defensa. «Beedle» Smith, cuando fue nombrado DCI, decidió que, puesto que él era responsable de la OPC, él tenía que llevarla, y la fusionó de tal manera con la organización de la información secreta que en el interior de los Servicios Clandestinos conjuntos se estableció una integración completa entre las funciones de reunión de información secreta y de acción encubierta en cada división de área.
Además de nuestra experiencia con la OPC, hay que mencionar a los alemanes y a los británicos, que en plena guerra, durante cierto tiempo, poseyeron organizaciones para las operaciones especiales encubiertas separadas de, e inevitablemente en competencia con sus servicios de espionaje. En todos los casos la experiencia ha dado malos resultados. Aunque en el interior de la CIA hay muchos desacuerdos en materia de doctrina, es unánime la opinión de que la separación entre los servicios de información secreta y los de acción encubierta seria desastrosa, ya que de ella se derivaría una competencia en el reclutamiento de agentes, un reclutamiento doble de los mismos agentes, un aumento de los riesgos para la seguridad y una dispersión de los esfuerzos.
En cuanto a la primera categoría, la reunión de información secreta, tendríamos que preguntarnos: a) ¿Cuál es el campo de acción de la «reunión de información por medios encubiertos»? b) ¿Cuáles son las funciones de la reunión de información secreta que pueden desempeñarse mejor de un modo encubierto?