Creemos que nuestra época es la más grande de la historia de la humanidad, llena de una originalidad que parece ilimitada, pero este dinamismo no es una característica necesaria de las grandes épocas. Entre las civilizaciones más duraderas y estables ha estado la Europa medieval. La inmutabilidad alcanzada y, con ella, la estabilidad permitieron el desarrollo de un pensamiento estructurado y una belleza intelectual sin paralelo. Como las grandes catedrales góticas de Europa occidental, las certezas formaban parte esencial de la época medieval. Su monumento intelectual fue la filosofía, en gran medida estática y acumulativa, del Escolasticismo, y el maestro por antonomasia de la Escolástica fue Tomás de Aquino.
En Tomás de Aquino en 90 minutos, Paul Strathern presenta un recuento conciso y experto de la vida e ideas de Tomás de Aquino, y explica su influencia en la lucha del hombre por comprender su existencia en el mundo. El libro incluye una selección de escritos de Tomás de Aquino, una breve lista de lecturas sugeridas para aquellos que deseen profundizar en su pensamiento, y cronologías que sitúan a Tomás de Aquino en su época y en una sinopsis más amplia de la filosofía.
Paul Strathern
Tomás de Aquino en 90 minutos
Filósofos en 90 minutos - 23
ePub r1.0
Titivillus 30.10.15
Título original: Thomas Aquinas in 90 minutes
Paul Strathern, 1996
Traducción: José A. Padilla Villate
Retoque de cubierta: Piolin
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Epílogo
La filosofía de Santo Tomás de Aquino, bajo el nombre de Tomismo, fue rápidamente adoptada en su totalidad por la Iglesia. Se consultaban sus obras en problemas de doctrina y su filosofía llegó a ser la última autoridad intelectual. (El Papa, naturalmente, seguía siendo la máxima autoridad real, pero sus decisiones acostumbraban a tener escaso contenido intelectual).
Esto tuvo un efecto asfixiante sobre el pensamiento filosófico, que se vio reducido a mera sofistería sobre lo que Aristóteles y Tomás de Aquino habían querido decir realmente. Comentarios y exégesis se pusieron a la orden del día y la filosofía original quedó más muerta que una piedra. (Puede argüirse que esto había sido así desde la muerte de San Agustín, casi ochocientos años antes de que Tomás de Aquino entrara en escena).
Este panorama continuó después de la muerte de Tomás de Aquino durante los dos siglos restantes de la era medieval y, sorprendentemente, persistió durante el Renacimiento, cuando los esquemas mentales de la civilización europea cambiaron radicalmente. La tierra y la Iglesia Católica Romana fueron desalojadas del centro del universo. La ciencia y el humanismo imperantes inspiraron una seguridad intelectual que permitió a los europeos circunnavegar el globo y redibujar el mapa del cielo. Sin embargo, la filosofía quedaba sin tocar, el Tomismo seguía enseñándose en las universidades y el mundo especulativo permaneció atrapado en un aristotélico pliegue del tiempo de dos mil años.
Hubo que esperar al siglo XVII para que aparecieran las primeras grietas en esta vasta estructura gótica, sobre la que se había derrochado más trabajo comunitario e ingenio gargolesco que en cualquier obra humana antes o después. Entonces, en 1637, publicó Descartes su Discurso del Método, en el que se cuestionaban todas las certidumbres acerca del mundo anteriormente aceptadas y se llegaba a una roca sobre la cual basar todo el pensamiento; ésta fue su famoso dictum “Cogito ergo sum” (Pienso, luego existo). Había comenzado la filosofía moderna y las telarañas de Aristóteles y el Tomismo fueron barridas para siempre.
Vida y obras de Tomás de Aquino
Tomás de Aquino (Tommaso d’ Aquino) nació en un castillo seis kilómetros al norte de Aquino, en la Italia meridional. Este castillo algo lóbrego permanece todavía sobre la colina que domina el pueblo de Roccasecca, justo al lado de la autostrada entre Roma y Nápoles. Tomás era el séptimo hijo del conde Landolfo d’ Aquino; el célebre poeta lírico Rinaldo d’ Aquino puede muy bien haber sido uno de sus hermanos. Lo que es todavía más interesante, Tomás era sobrino de Federico II, el rebelde emperador del Sacro Imperio Romano, cuya corte en Sicilia fue el escenario de un Renacimiento prematuro. Hombre de talento excepcional, Federico fue excomulgado por el Papa, pero emprendió entonces una cruzada por su cuenta que retomó Jerusalén para la Cristiandad (dejando así al Papa un tanto perplejo).
A la edad de cinco años, Tomás fue enviado a la escuela con los monjes de Monte Cassino, donde su intelecto agudo y su temperamento religioso se hicieron pronto notar; nueve años más tarde, su educación se interrumpió cuando Tío Federico expulsó a los monjes porque sospechaba que se estaban haciendo demasiado amigos del Papa, su enemigo. Tomás fue enviado entonces a la Universidad de Nápoles, que había sido fundada por Federico. (Por ese tiempo, Federico había decidido fundar también una nueva religión en la que él sería el mesías; cuando su primer ministro rehusó hacer de San Pedro, le mandó cegar y exponer en una jaula).
La Universidad de Nápoles se había convertido, bajo la protección de Federico II, en un centro importante de los nuevos conocimientos que comenzaban a extenderse por el mundo medieval. Se estaba redescubriendo el saber clásico y la Universidad de Nápoles atrajo sabios desde los más apartados rincones de Europa. A Tomás le enseñó lógica un erudito transilvano llamado Maestro Martín y escuchó clases de filosofía natural (ciencias) del Maestro Pedro de Hibernia (Irlanda).
Así pues, fue el Maestro Martín quien introdujo a Tomás de Aquino en los tratados de lógica de Aristóteles, que tan dominante papel desempeñaron en el pensamiento medieval. A Aristóteles se le atribuye generalmente la invención de la lógica en el siglo IV a. C. La palabra lógica deriva del griego logos (palabra, o lenguaje) y significaba originariamente algo así como “reglas del discurso”. Para Aristóteles la lógica era un organon (herramienta) de uso en filosofía, pero, como tal, podía usarse en cualquier rama del conocimiento. El objetivo de la lógica era la analítica, “desatar“ o “desenredar”.
Pero la lógica que heredó Tomás de Aquino en el siglo XIII había hecho muy pocos progresos en el milenio transcurrido desde que había sido inventada por Aristóteles; su forma principal de argumentación era el silogismo, descrito por Aristóteles como “un razonamiento por el cual se establecen unos ciertos hechos, y estos hechos generan un conocimiento posterior que sigue necesariamente”. Un ejemplo simple de silogismo es el siguiente:
Todos los hombres son mortales.
Todos los griegos son hombres.
Por lo tanto, todos los griegos son mortales.
Este método de razonamiento se demostró altamente productivo cuando lo usó Aristóteles, liberando el pensamiento y dirigiéndolo hacia nuevo conocimiento. La estructura básica de la lógica de Aristóteles seguía siendo sólida en tiempos de Tomás de Aquino, pero sus métodos empezaban a ser viciados y restrictivos, se les consideraba como sagrada escritura y se hacían pocos intentos por mejorarlos. Se veía el razonamiento como poco más que el uso ritual del método lógico y no como la herramienta imaginada por el filósofo. La mente rápida de Tomás de Aquino le permitió enseguida ser un experto en esta destreza verbal, aunque también se dedicó a más profundas especulaciones filosóficas, y observó que tales métodos podían ser usados igualmente en ellas con el fin de depurar sus pensamientos.
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