La filosofía de Berkeley niega la existencia de la materia. Según él no existe el mundo material, sólo la experiencia, de modo que cuando algo no se ve, no existe. Entonces, ¿cómo es que el mundo persiste? Porque está soportado por la percepción continua de un Dios que todo lo ve.
Las ideas de Berkeley parecen llevar el empirismo hasta extremos absurdos, pero ¿no tenemos nosotros que abandonar el sentido común y lo obvio para progresar más allá de la existencia cotidiana? En Berkeley en 90 minutos, Paul Strathern presenta un recuento conciso y experto de la vida e ideas de Berkeley, y explica su influencia en la lucha del hombre por comprender su existencia en el mundo. El libro incluye una selección de escritos de Berkeley, una breve lista de lecturas sugeridas para aquellos que deseen profundizar en su pensamiento y cronologías que sitúan a Berkeley en su época y en una sinopsis más amplia de la filosofía.
Paul Strathern
Berkeley en 90 minutos
Filósofos en 90 minutos - 2
ePub r1.0
Titivillus 12.11.15
Título original: Berkeley in 90 minutes
Paul Strathern, 2000
Traducción: José A. Padilla Villate
Retoque de cubierta: Piolin
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Introducción
Berkeley pertenece a esa clase de filósofos que dan mala fama a la filosofía. Cuando se lee por primera vez su obra se piensa que es absurda. Y es verdad, lo es. La filosofía de Berkeley niega la existencia de la materia. Según él, no existe el mundo material.
La filosofía moderna fue iniciada en el siglo diecisiete por el filósofo francés René Descartes, quien sostuvo que el único conocimiento verdadero del universo se basa en la razón. Menos de medio siglo más tarde, el cartesianismo, como fue llamado, encontró la oposición del filósofo inglés John Locke, fundador del empirismo. Locke adoptó un punto de vista más próximo al sentido común al afirmar que el único conocimiento verdadero del universo se basa en la experiencia.
Fue quizás inevitable que la filosofía permaneciera durante mucho tiempo dentro de la camisa de fuerza del sentido común. Justamente veinte años después del Ensayo sobre el entendimiento humano de Locke apareció Un ensayo acerca de una nueva teoría de la visión de Berkeley, que liberó a la filosofía de la mayoría de lo que nosotros consideramos como realidad; y llevó el pensamiento empirista de Locke a conclusiones lejanas al sentido común. Según Berkeley si el conocimiento se basa enteramente en la experiencia sólo podemos conocer nuestra propia experiencia. No conocemos en realidad el mundo, sólo nuestra percepción particular de él. ¿Qué le sucede al mundo cuando no lo estamos experimentando? En lo que nos concierne, cesa simplemente de existir.
De modo que, según Berkeley, si algo no es visto es que no existe. Ésta es la postura que adoptan los niños cuando cierran apretadamente los ojos para evitar comer más espinacas o puré de ciruelas. Pero para cuando hemos llegado al elevado status de comerlas espinacas y las ciruelas por separado (o ya no las comemos), hemos superado por lo general esta actitud. Berkeley no. Según él, el árbol no existe si no lo vemos o percibimos de algún otro modo, como tocarlo u olerlo. Por tanto, ¿qué le pasa al árbol? Berkeley era un hombre temeroso de Dios que llegó a obispo, lo que le indujo a encontrar una explicación ingeniosa de cómo persiste el mundo cuando no lo experimentamos. Su postura se explica con sencillez en las siguientes coplillas:
Dijo una vez un joven, pensativo:
Dios pensará que es muy raro
que el árbol siga en el parque,
existiendo,
si no hay nadie por allí.
Y la réplica:
Querido señor:
Lo sorprendente es su asombro,
pues siempre estoy en el parque,
vigilando,
y por eso sigue allí,
pues lo observa
su afectísimo
DIOS
En otras palabras: podemos saber que el mundo existe sólo cuando lo percibimos, pero cuando no lo hacemos nosotros directamente está siendo sostenido por la percepción continua de un Dios que todo lo ve.
La conclusión empírica de Berkeley (no hay una realidad permanente) y su milagrosa solución (un Dios eterno y omnipresente) suenan a sofistería. La sensibilidad de hoy en día no tiene por lo general tiempo para trucos aparentemente intelectuales, que más parecen cosa de la Edad Media que de nuestra época científica. De modo que nos asalta la sorpresa cuando vemos que la física de las partículas subatómicas se ha visto forzada a sacar una conclusión asombrosamente similar a la de Berkeley. Según el principio de indeterminación de Heisenberg, no es posible medir a la vez el momento y la posición de una partícula subatómica. Si se mide (esto es, si se percibe) una de los dos propiedades, la otra queda indeterminada. Así, en un sentido muy real, sólo la cualidad que es percibida (la posición medida, digamos) es real, y la otra cualidad (su momento: masa por velocidad) no existe de manera determinable. Únicamente podemos «conocer» aquella que estamos percibiendo. El otro elemento está, en cierto sentido, «allí» (como si fuera percibido por un Dios que todo lo ve), pero no puede alcanzar una existencia determinada hasta que lo percibimos.
La filosofía de Berkeley parecía llevar el empirismo hasta un extremo absurdo. Pero si llevamos las implicaciones de las suposiciones del sentido común hasta sus conclusiones lógicas, el resultado tiene a menudo muy poco que ver con las suposiciones «obvias» del sentido común de las cuales partimos. El sentido común es la manera en que intentamos manejar la vida cotidiana. Pero si queremos progresar más allá de la imprecisión y el embrollo de la existencia diaria para llegar a una verdad más cierta, frecuentemente tenemos que abandonar lo obvio. Como observó Einstein: «El sentido común es el cúmulo de prejuicios adquiridos a la edad de dieciocho años».
Vida y obra de Berkeley
Berkeley fue el primer irlandés (y el último) que hizo una contribución importante a la filosofía. Nació, el 12 de marzo de 1685; en la villa campesina de Kilkenny sesenta millas al suroeste de Dublín. Su padre fue un inmigrante inglés partidario del rey y con ínfulas de caballero; pero que en realidad era un joven oficial de dragones convertido en granjero.
George Berkeley fue criado cerca de Kilkenny, en una casa de piedra situada junto a la ribera del río Nore, a lado de la torre en ruinas del castillo de Dysert. La casa debió de ser originariamente uno de los edificios aledaños al castillo, y hoy está también hundida. La última vez que visité este lugar, todo lo que quedaba de la casa de Berkeley eran los restos de los muros derruidos cubiertos de hiedra. Al otro lado del campo está la ruina de la torre del castillo de Dysert, con los cuervos graznando por las almenas. Por debajo de las colinas boscosas, el sol del atardecer centelleaba en la curva del río.
Al cumplir once años, Berkeley fue enviado a estudiar interno al Kilkenny College, entonces la mejor escuela de Irlanda. El satírico Jonathan Swift y el dramaturgo William Congreve habían sido educados allí durante la década anterior. A la edad de quince años, Berkeley paso a un colegio universitario, el Trinity College de Dublín, que había sido fundado dos siglos antes por Isabel I para educar a uno de sus jóvenes admiradores ignorantes.
En 1704, cuando contaba diecinueve años de edad, Berkeley recibió la licenciatura. Es evidente que disfrutó de su época de estudiante, pues permaneció en Dublín durante unos pocos años «a la espera de obtener una beca».
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