Kant llevó una vida de rutina tal que los ciudadanos de Königsberg acostumbraban a poner en hora sus relojes cuando salía a dar su paseo de todas las tardes. Nunca salió de su ciudad natal, a orillas del Báltico y, sin embargo, sus clases de geografía sobre partes remotas del globo terráqueo atraían un público numeroso. Su ingeniosa explicación de la percepción humana revolucionó la filosofía, pero sus críticos sostienen que sólo un hombre que nunca vio una montaña pudo crearla.
En Kant en 90 minutos, Paul Strathern presenta un recuento conciso y experto de la vida e ideas de Kant, y explica su influencia en la lucha del hombre por comprender su existencia en el mundo. Una introducción y un epílogo sitúan la obra de Kant dentro del panorama de la filosofía, también se ofrece una completa lista cronológica. Finalmente, el autor destaca los propósitos de Kant, sus conceptos principales y su estilo mediante una selección de citas de sus obras más importantes, incluidas algunas de la Crítica de la razón pura y de la Crítica de la razón práctica.
Paul Strathern
Kant en 90 minutos
Filósofos en 90 minutos - 9
ePub r1.0
Titivillus 11.11.15
Título original: Kant in 90 minutes
Paul Strathern, 1996
Traducción: José A. Padilla Villate
Retoque de cubierta: Piolin
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Algunos argumentos clave
La versión española de las citas de la Crítica de la razón pura, debida a José del Perojo y Figueras, está tomada de la edición publicada por la Editorial Losada, Buenos Aires, 1957. [N. del T.]
La cita siguiente está sacada del comienzo de la Crítica de la razón pura, donde Kant se dispone a sentar las bases de su filosofía. Como se puede ver en la segunda frase, Kant empieza a la vez que prosigue. Si se persevera y se supera esta emboscada, fácil de advertir, pronto aparecerá el carácter de una mente que trasciende ágilmente al tremedal de su escritura.
No se puede dudar que todos nuestros conocimientos comienzan con la experiencia, porque, en efecto, ¿cómo habría de ejercitarse la facultad de conocer, si no fuera por los objetos que, excitando nuestros sentidos de una parte, producen por sí mismos representaciones, y de otra, impulsan nuestra inteligencia a compararlas entre sí, enlazarlas o separarlas, y de esta suerte componer la materia informe de las impresiones sensibles para formar ese conocimiento de las cosas que se llama experiencia? En el tiempo, pues, ninguno de nuestros conocimientos precede a la experiencia, y todos comienzan en ella.
Pero si es verdad que todos nuestros conocimientos comienzan con la experiencia, todos, sin embargo, no proceden de ella, pues bien podría suceder que todo nuestro conocimiento empírico fuera una composición de lo que recibimos por las impresiones y de lo que aplicamos por nuestra propia facultad de conocer (simplemente excitada por la impresión sensible), y que no podamos distinguir este hecho hasta que una larga práctica nos habilite para separar esos dos elementos.
Crítica de la razón pura, Introducción, Parte I
Prosigue con su razonamiento:
Es, por tanto, a lo menos, una de las primeras y más necesarias cuestiones, y que no puede resolverse a la simple vista, la de saber si hay algún conocimiento independiente de la experiencia y también de toda impresión sensible. Llámase a este conocimiento a priori, y distínguese del empírico en que las fuentes del último son a posteriori, es decir, que las tiene en la experiencia.
Sin embargo, la expresión a priori no determina todo el sentido de la precedente cuestión; pues suele decirse que podemos tener a priori, o en parte al menos, muchos de nuestros conocimientos derivados de la experiencia, porque no los hemos tomado inmediatamente de ella, sino que proceden de reglas generales; sin advertir que esas reglas se derivan también de la misma experiencia. Así se dice de aquel que mina los cimientos de su casa que debía saber a priori que ésta se derrumbaría, en otros términos, que no debía esperar a que la experiencia se lo demostrase; pero eso no puede saberse sino a posteriori, pues ¿quién, sino la experiencia, nos enseña que los cuerpos son pesados y que, aislados de todo apoyo, caen?
Ibid., Introducción, Parte I
Kant continúa explicando:
Entenderemos, pues, en lo sucesivo por conocimientos a priori, no aquellos que de un modo u otro dependen de la experiencia, sino los que son absolutamente independientes de ella; a estos conocimientos son opuestos los llamados empíricos, o que sólo son posibles a posteriori, es decir, por la experiencia. Entre los conocimientos a priori, llámase puro aquel que carece absolutamente de empirismo. Así, por ejemplo, “todo cambio tiene una causa”, es un principio a priori; pero no puro, porque el concepto de cambio sólo puede formarse con la experiencia.
Ibid., Introducción, Parte I
La argumentación prosigue y la trama se complica. No se debiera dejar pasar esta oportunidad, extremadamente rara, de acompañar en su original camino a uno de los intelectos más brillantes de la historia. Quien aspire a alcanzar fácilmente tales alturas desbaratará todo el propósito del ejercicio:
Ésta es la ocasión de dar una señal por la que podamos distinguir el conocimiento puro del empírico. La experiencia nos muestra que una cosa es de tal o cual manera; pero no nos dice que no pueda ser de otro modo. Digamos, pues, primero: si se halla una proposición que tiene que ser pensada con carácter de necesidad, esa proposición es un juicio a priori. Si además no es derivada y sólo se concibe como valiendo por sí misma, como necesaria, es entonces absolutamente a priori. Segunda, la experiencia no da nunca juicios con una universalidad verdadera y estricta, sino con una generalidad supuesta y comparativa (por la inducción), lo que propiamente quiere decir que no se ha observado hasta ahora una excepción a determinadas leyes. Un juicio, pues, pensado con estricta universalidad, es decir, que no admite excepción alguna, no se deriva de la experiencia y tiene valor absoluto a priori. Por tanto, la universalidad empírica no es más que una extensión arbitraria de valor, pues se pasa de un valor que corresponde a la mayor parte de los casos, al que corresponde a todos ellos, como por ejemplo, en esta proposición: “Todos los cuerpos son pesados”. Al contrario, cuando una estricta universalidad es esencial en un juicio, esta universalidad indica una fuente especial de conocimiento, es decir, una facultad de conocer a priori. La necesidad y la precisa universalidad son los caracteres evidentes de un conocimiento a priori, y están indisolublemente unidos. Pero como en la práctica es más fácil mostrar la limitación empírica de un conocimiento que la contingencia en los juicios, y como también es más evidente la universalidad ilimitada que la necesidad absoluta, conviene servirse separadamente de estos dos criterios, que cada uno es por sí solo infalible.
Ibid., Introducción, Parte II
Kant elabora:
Es bien fácil mostrar que realmente hay en el conocimiento humano juicios de un valor necesario y en la más estricta significación universales; por consiguiente, juicios puros a priori. Si se quiere un ejemplo tomado de las ciencias mismas, no hay más que reparar en las proposiciones matemáticas. Si se quiere otro, tomado del uso común del entendimiento, puede mostrarse la proposición “todo cambio exige una causa”. En este último ejemplo, el concepto de causa contiene de tal modo el concepto de necesidad de enlace con un efecto y la estricta generalidad de la regla, que desaparecería por completo si, como hizo Hume, quisiéramos derivarlo de la frecuente asociación de lo que sigue con lo que precede y del hábito (por consiguiente, de necesidad puramente subjetiva) de enlazarlas representaciones. También se podría, sin emplear esos ejemplos, probar la realidad de principios puros
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