Primera edición, 2014
Primera edición electrónica, 2015
DR © El Colegio de México, A.C.
Camino al Ajusco 20
Pedregal de Santa Teresa
10740 México, D.F.
www.colmex.mx
ISBN (versión impresa) 978-607-462-644-5
ISBN (versión electrónica) 978-607-462-829-6
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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN . ORO Y PLATA EN LOS INICIOS DE LA ECONOMÍA GLOBAL
BERND HAUSBERGER
ANTONIO IBARRA
El presente libro tiene su origen en una mesa organizada para el Tercer Congreso Internacional de la Asociación Mexicana de Historia Económica, que se celebró en Cuernavaca, Morelos, a finales de octubre de 2007. La sesión se llamaba “El comercio mundial de la plata y del oro. Estudios comparativos sobre México, Brasil, China y la India (siglos XVI-XIX )”, La producción, los flujos y la monetarización de los metales preciosos formaban un sistema que en cada momento y cada lugar produjo una serie de vínculos hacia adelante y hacia atrás — forward y backward linkages — formando una red de causas y efectos a primera vista inextricable. Sin embargo, creemos que esta cualidad es precisamente en la que se funda su carácter sistémico: no tiene principio ni fin, sino que sus componentes se condicionan mutuamente. Por consiguiente, un cambio en cualquier punto provoca un cambio del sistema, con el cual adquiere su dinámica temporal. Así, el valor de la plata dependía de los montos producidos y de su disponibilidad en los mercados, pero el valor de la plata en los mercados externos de igual modo influyó en las coyunturas de la producción. Valdría la pena analizar en profundidad esta interrelación (muchas veces sostenida). Se sobreentiende que esto plantea un enorme reto a la investigación, tal vez no tanto a nivel teórico como a nivel metodológico y narrativo.
Una de las alteraciones que revolucionaron el sistema aludido fue el descomunal aumento de la oferta de metales preciosos debido a la producción de las nuevas minas americanas en el siglo XVI . Es importante subrayar que en 1492, cuando Cristóbal Colón pisó por primera vez tierras americanas, el oro y la plata ya funcionaban como medios de pago en amplias esferas económicas del espacio eurásico, que iba de Europa, incluyendo el norte y la costas orientales de África, hasta China y Japón, cuyo centro, sin embargo, estaba formado por el océano Índico, el primer “sistema mundo”, como lo ha llamado Janet Abu-Lughod. Ya en este sistema gobernaba una pauta que se conservaría hasta el siglo XIX (y parece que se repite en la actualidad): China e India exportaban mercancías y las otras zonas pagaban su déficit comercial en moneda. Por consiguiente, y aunque los circuitos y flujos ya en esa época eran complejos, al final los metales preciosos producidos sobre todo en las periferias europeas, africanas y surasiáticas confluían en la India y en China. El mundo musulmán ocupaba una posición intermedia, es decir, organizaba los flujos del occidente al oriente, y aportaba a ellos también con su propia producción minera.
Las consecuencias de la entrada de América a los circuitos de oro y plata fueron, ante todo, cuatro: 1) la entrada misma no sólo expandió el sistema, sino que le dio —en el pleno sentido de la palabra— una dimensión global; 2) el repentino aumento de la masa de metales preciosos disponibles tuvo una fuerte repercusión en los sistemas monetarios internacionales, con consecuencias (muy debatidas, por cierto) inflacionarias y de devaluación de la moneda, pero en todo caso facilitó la monetarización de crecientes porciones de las actividades económicas, en cuanto al comercio, los salarios y la extracción fiscal, en muchas partes del mundo. Aunque otras maneras de pago (semillas de cacao, los caracoles kauri, monedas de cobre o muchas formas de trueque) persistían, fueron subordinadas a la convertibilidad en metálico, De esta forma se estableció una ventaja comunicativa (en el más amplio sentido de esta palabra) que formaría una base para la posterior expansión colonial e imperialista, cuando la industrialización y el desarrollo del capitalismo diera a los europeos una superioridad militar (también esta palabra la usamos aquí en el más amplio sentido).
No obstante, hay que hacer una aclaración importante: no todos los metales preciosos que circulaban o se almacenaban en la época que trata este libro procedían de América. Estaba presente un stock enorme, pero difícil de cuantificar, de metales acumulados a través de los siglos, y, además, los metales nuevos entraron a los circuitos globales y regionales de diferentes procedencias. Desde una perspectiva mexicana es necesario subrayar que durante la mayor parte del periodo observado, la zona minera hispanoamericana más importante fue los Andes, circunstancia que el gran aumento de la producción novohispana hacia finales de la época colonial así como la mirada nacional(ista) de la historiografía suelen minimizar. Desde México y los Andes, por otro lado, se tiende a menospreciar la producción y la enorme importancia que sobre todo el oro brasileño tuvo en el siglo XVIII . Regresando a la plata, China recibiría gran parte de su metal hasta mediados del siglo XVII de Japón. El Imperio otomano, como veremos en el texto con el que Şevket Pamuk participa en este libro, por largos periodos logró autoabastecerse. Pamuk estima que en los mejores momentos de los años treinta del siglo XVIII salieron de las minas otomanas hasta 40 toneladas de plata al año. En el Centro y Norte de Europa, donde desde finales del siglo XVII la minería estaba recuperándose de la depresión en la que la habían hundido las primeras llegadas masivas de plata americana, se ha calculado una producción anual promedio de unas 20 toneladas entre 1670 y 1740; después, de las nuevas minas húngaras (situadas en lo que hoy forma territorio de Eslovaquia), entre 1740 y 1780, saldrían entre 32 y 36 toneladas al año, mientras que en Rusia la producción alcanzó, alrededor de 1770, unas 30 toneladas anuales. Pero México solo, entre 1761 y 1767, produjo alrededor de 260 toneladas de los minerales beneficiados. Este dato no toma en cuenta el enorme aumento de la segunda mitad del siglo, y obviamente, al tratarse de datos fiscales, también faltan las cantidades no registradas. A principios del siglo XIX , cerca de 1 000 toneladas de plata procedían de Hispanoamérica, la mayor parte de México. Según los datos que presenta Renate Pieper en este libro, la producción centroeuropea a finales del siglo XVIII fue de unas 51 toneladas, mientras que la hispanoamericana había subido de 296 toneladas anuales en la década de los treinta a unas 700 toneladas en los noventa. Con todo, hay que tener en cuenta que la producción bruta tal vez en ninguna zona del mundo esté tan bien estudiada como en el caso de Hispanoamérica (lo que ante todo debemos al afán centralizador y burocrático de la Corona, que produjo una documentación sin parangón). Por lo tanto, posiblemente hay zonas mineras en otras partes del mundo cuya producción no ha sido debidamente tomada en cuenta. El cuadro que reproducimos a continuación puede servir para dar una idea aproximada de la situación:
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