Llega a la conclusión de que el cosmos o reunión de los cuerpos celestes es esférico
Cuando, gracias a su despierta inteligencia, que le había hecho fijarse en un argumento como éste, tuvo la certeza de que el cuerpo celeste es finito, quiso saber qué figura tiene, y cómo lo limitan las superficies que lo terminan.
Consideró primero el sol, la luna y las demás estrellas, observando que todas salen por oriente y se ponen por occidente. De entre ellas, las que pasaban por su cenit, describían un círculo grande; las que, apartándose de él, se inclinaban hacia al Norte o hacia al Sur formaban otros, menores que aquéllos.
Todas las más alejadas del cenit, hacia cualquiera de las dos partes, tenían sus círculos menores que las más próximas; de modo que los círculos más pequeños en que se mueven los astros, son dos: uno alrededor del polo Sur, o sea, la órbita del Suhayl, y el otro alrededor del polo Norte, es decir, la órbita de al-Farqadan. Como [nuestro solitario] habitaba en la línea del Ecuador, según dijimos al principio, todos estos círculos eran perpendiculares al plano de su horizonte y estaban dispuestos simétricamente por el Sur y por el Norte; Hayy veía los dos polos a la vez. Fijábase en que cuando una estrella se levanta en un círculo grande y otra en uno pequeño, si las salidas son simultáneas, también lo son las puestas. Como esto sucedía en todas las estrellas y en todos los tiempos, se convenció de que el cielo tiene figura esférica.
Confirmóle tal creencia el observar que el sol, la luna y las estrellas salen por oriente, después de haberse ocultado por occidente, y que aparecían a su vista con un mismo tamaño a la salida, a mediado de su carrera y al ocaso. Si su movimiento no fuera circular, sería posible que en algún tiempo las viera más próximas; y siendo así, sus dimensiones y sus volúmenes le aparecerían distintos, y las vería mayores cuando estuvieran cercanas, y menores a medida que se alejasen: pero como no sucedía así, afirmábase en la idea de la esfericidad.
Siguió observando el movimiento de la luna, tomado de occidente a oriente, y también el de los planetas, hasta llegar a conocer una gran parte de la ciencia del cielo. Vio claro que sus movimientos se desarrollan en muchas esferas, contenidas todas en una sola, que es la más alta y la que mueve todo, de oriente a occidente, en el período del día y de la noche. Exponer sus progresos en esta ciencia sería largo y es asunto divulgado en los libros; para nuestro propósito basta con lo que hemos expuesto.
Semejanzas del mundo celeste con el mundo sublunar
Cuando llegó a este grado de conocimientos, diose cuenta de que la esfera celeste y lo que gira a su alrededor, es a manera de un todo, cuyas partes están unidas entre sí; de que los cuerpos, acerca de los cuales había reflexionado antes, como la tierra, el agua, el aire, las plantas, los animales, etc, están contenidos y permanecen en ella; de que en su totalidad la esfera misma es algo semejante a un individuo de la especie animal: sus estrellas brillantes hacen las veces de los sentidos; las diversas esferas unidas entre sí, son como los miembros; y todo lo que, dentro de ella, pertenece al mundo de la generación y de la corrupción, desempeña el papel que en el interior de los animales realizan los diferentes residuos y humores, en los cuales muchas veces se forman otros seres, como sucede en el macrocosmos.
Piensa Hayy si el mundo sería producido o eterno. Razones que halla en pro y en contra de cada tesis
Una vez que tuvo la certeza de que el conjunto celeste es, en realidad, como un solo individuo, y cuando redujo en su mente a unidad las múltiples partes, usando el mismo razonamiento que empleara para reducir a la unidad los cuerpos existentes en el mundo de la generación y de la corrupción, pensó si el universo mundo sería algo producido, después que no existió, y que de la nada ha venido al ser, o bien sería algo que no ha dejado de existir en el pasado y que no ha sido precedido por la nada, bajo ningún aspecto. Dudó en esta ocasión y ninguna de las dos opiniones pesó en su ánimo más que la otra. Porque cuando se decidía por la tesis de la eternidad, le salían al paso muchas objeciones respecto a la imposibilidad de la existencia infinita, semejantes al razonamiento por el que había llegado a concluir la no existencia de un cuerpo infinito. Veía también que esta [existencia] no está libre de [accidentes] producidos y no es posible que exista antes que ellos; y lo que no puede preexistir a los [accidentes] producidos, es, por tanto, producido. Y cuando se decidía por la opinión de la producción [de la nada], le salían al paso otras objeciones. Veía que la tesis de la creación del mundo, después de no haber existido, no se puede concebir, sino justamente con la idea de que el tiempo lo haya precedido; pero éste es una parte de la totalidad del mundo, inseparable de él; luego no se puede uno imaginar el mundo posterior al tiempo. Además, se decía: «Si el mundo es producido, necesariamente ha de tener un productor; éste, ¿por qué lo ha hecho surgir en tal momento y no antes? ¿Le ha sobrevenido una novedad, no existiendo nada fuera de él, o ha sido por un cambio verificado en su esencia?
Pero ¿quién habrá producido este cambio?». Y no cesó de pensar en este asunto durante años, saliéndole siempre al paso objeciones, sin que lograra decidirse por una opinión.
Si el mundo es producido, necesita un creador, que no será cuerpo
Cansado de estas investigaciones, se puso a reflexionar acerca de las consecuencias que se derivan de las dos opiniones, pues acaso serían las mismas en ambas. Entonces comprobó que, suponiendo la producción del mundo y su venida a la existencia desde la nada, se deduce necesariamente que no se pudo haber hecho por sí mismo, y, por tanto, que le es preciso un hacedor que lo haya traído a la existencia; que este hacedor no puede percibirse por medio de ningún sentido, porque, de suceder así, sería un cuerpo; si fuese un cuerpo, formaría parte del mundo, sería producido y necesitaría un productor; si este segundo productor fuese también un cuerpo, necesitaría otro tercero, y este tercero, un cuarto, y así sucesivamente hasta el infinito, lo cual es absurdo. El mundo exige, por tanto, un hacedor que no sea cuerpo; y si no es cuerpo, no habrá medio de percibirlo por ningún sentido, puesto que los cinco sentidos sólo perciben los cuerpos o sus accidentes; si no puede ser percibido, tampoco puede ser imaginado, porque la imaginación no es más que la representación de las formas de las cosas sensibles, cuando éstas han desaparecido; si no es cuerpo, son imposibles en él todas las cualidades corpóreas, y le es extraña la primera de ellas, a saber: la extensión en longitud, latitud y profundidad, con todas sus consecuencias. Si el mundo, pues, tiene un hacedor, sin duda que éste tendrá poder sobre aquél y lo conocerá; «¿no lo conocerá quien lo creó? Él es bueno y sabio».
Si el mundo es eterno «a parte ante», necesitará un motor, exterior a él e incorpóreo, que haya producido su movimiento
Si suponía la preexistencia del mundo, es decir, que siempre hubiera sido como es y que no lo hubiese precedido la nada, veía deducirse de esto que su movimiento es eterno a parte ante, puesto que no lo ha precedido ningún reposo, tras el cual haya comenzado. Pero todo movimiento exige necesariamente un motor que, o es una fuerza extendida en un cuerpo, bien sea el mismo del motor, bien sea otro exterior a él, o es una fuerza que no está extendida ni repartida en un cuerpo. Ahora bien, toda fuerza extendida y repartida en un cuerpo, se divide cuando él se divide, doblándose cuando éste lo hace; v. gr., el peso de la piedra, que la mueve hacia abajo: si la piedra se divide en dos partes, su peso se divide en otras tantas; si se le añade otra, su peso se aumenta en lo mismo; si fuera posible que la piedra aumentase hasta lo infinito, su peso aumentaría en igual proporción; y si llegase a una magnitud determinada y en ella se detuviese, el peso llegaría también a un cierto punto, en que se detendría. Pero ha quedado demostrado que todo cuerpo es, indudablemente, finito; luego la fuerza que radique en él lo será también; por tanto, si encontramos una fuerza que produzca un acto infinito, seguramente no radica en un cuerpo. Pero observamos que la esfera celeste se mueve siempre con un movimiento sin fin y sin interrupción, puesto que la suponemos eterna