A mediados del siglo VIII un miembro de la familia Omeya, eliminada de la jefatura del Islam al producirse la revolución Abbasida, pudo escapar a Occidente, estableciendo en Al-Andalus un emirato independiente del poder central musulmán, que se hallaba en Bagdad. El protagonista de dicha epopeya fue Abd al-Rahman I, fundador de la dinastía hispano-árabe de los Omeyas. Antes de que transcurrieran dos siglos, un descendiente suyo, Abd al-Rahman III, emir desde el año 912, daba un nuevo paso al adoptar, el 929, el título de califa y de príncipe de los creyentes. Con ello había conseguido añadir a la autonomía política lograda por su antecesor la independencia religiosa.
El califato de Córdoba fue, sin duda, la etapa más brillante de la historia de Al-Andalus. Como ha señalado certeramente el insigne arabista Emilio García Gómez, el califato cordobés fue un estado poderoso y civilizado… sin rival en Occidente y sólo comparable a Bizancio y Bagdad. En el orden interno, los Omeyas restablecieron su autoridad, apoyándose en un ejército vigoroso y una administración eficiente. En cuanto a las relaciones exteriores, los Omeyas desarrollaron una política expansiva en el norte de África, pensando siempre en contrarrestar la influencia fatimí, al tiempo que mantuvieron a raya a los cristianos del norte de la Península. En el trasfondo de la época califal encontramos una indiscutible prosperidad económica, vigente hasta los años finales del siglo X. En ese contexto florecieron las artes, particularmente en Córdoba, capital de Al-Andalus y una de las urbes más pujantes de aquella época. Paralelamente, conocieron un notable impulso las actividades literarias e intelectuales.
Pero el califato de Córdoba tuvo una vida efímera, pues apenas duró un siglo. Es más, las dos últimas décadas de su existencia fueron testigo de una anarquía sin igual. El final de la dinastía Omeya, acaecido el año 1031, supuso la conversión de Al-Andalus en un conglomerado de pequeños estados, los denominados reinos de taifas. Pero fue también la señal para el inicio de la gran ofensiva de los cristianos del norte contra los musulmanes de Hispania.
Julio Valdeón
El Califato de Córdoba
Cuadernos Historia 16 - 102
ePub r1.0
Titivillus 30.06.17
Título original: El Califato de Córdoba
Julio Valdeón, 1985
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Toma de Barcelona por Abd al-Rahman II (grabado de la Historia de España ilustrada,
de Rafael del Castillo, 1880).
Indice
EL CALlFATO DE CORDOBA
Por Julio Valdeón Baruque
Catedrático de Historia Medieval.
Universidad de Valladolid
Evolución política
A BD al-Rahman III accedió al emirato de Córdoba el año 912, cuando contaba 21 de edad. Hijo de una esclava concubina, Muzna, al parecer de origen vascón, destacaban entre sus rasgos físicos sus ojos azules y una cabellera rubia, tirando a rojiza. Su abuelo Abd Allah, a quien sucedió como emir, le había confiado desde joven asuntos de responsabilidad política, lo que le permitió adquirir experiencia de gobierno. Sin duda, la iba a necesitar para hacer frente al complicado panorama que ofrecía Al-Andalus en el momento de su ocupación del emirato, pues a la rebelión iniciada años atrás por amar ibn Hafsun se añadía la tendencia autonomista de las Marcas fronterizas. Por si fuera poco, arreciaban los peligros exteriores, los cristianos del norte de la Península y, en el seno de la propia familia islámica, los fatimíes del norte de África.
El nuevo emir, no obstante, tenía un programa de gobierno muy claro, el restablecimiento de la autoridad de los Omeyas en Al-Andalus. Para lograr ese objetivo, estaba dispuesto a emplear todos los medios necesarios, aceptando, sin castigo, a cuantos rebeldes se sometieran a su autoridad, pero siendo implacable con los recalcitrantes.
Lo primero que se propuso Abd al-Rahman III fue sofocar la sublevación de amar ibn Hafsun. Dicha revuelta, iniciada a finales del siglo IX, había degenerado, prácticamente, en una guerra civil, pues detrás de ibn Hafsun se encontraban los muladíes y, después de su conversión al cristianismo, el año 899, los mozárabes. Ibn Hafsun, por lo demás, tenía propósitos secesionistas frente al poder central cordobés. Pero la rápida y enérgica ofensiva del nuevo emir tuvo sus frutos. La conquista de Algeciras y otras localidades vecinas por Abd al-Rahman III debilitó considerablemente la posición de amar ibn Hafsun. Aunque después de la muerte del dirigente rebelde, ocurrida el año 917, sus hijos continuaron la resistencia, no sin disputas entre ellos, el movimiento ya se encontraba en franco retroceso. El asalto final fue la ocupación de Bobastro, centro neurálgico de los Hafsun desde que se iniciara la sublevación, por las tropas cordobesas el año 928.
Mezquita de Córdoba. Arquería perteneciente a la ampliación de Abd al-Rahman II
Paralelamente, Abd al-Rahman III había recuperado el control sobre Sevilla, la cual, bajo la dirección de una familia local (los al-Hach-chach), se había independizado de tacto del poder cordobés a comienzos del siglo X. Más grave era, no obstante, el problema que se planteaba en las Marcas, territorios fronterizos de Al-Andalus, con los reinos cristianos peninsulares. Allí los gobernadores habían aprovechado las disputas del emirato cordobés en la segunda mitad del siglo IX para reforzar su poder y actuar con plena autonomía respecto al poder central. Pues bien, después de la caída de Bobastro, Abd al-Rahman III volcó sus esfuerzos al control efectivo de las Marcas. Una campaña victoriosa por el Algarve, Beja y Badajoz concluyó con la ocupación de esta última ciudad el año 929 y, en consecuencia, el sometimiento de la Marca inferior. A continuación se dirigió el Omeya hacia la Marca media. Toledo ofreció tenaz resistencia, pero después de un prolongado cerco, que duró dos años, hubo de rendirse (932). Más complicada era la situación de la Marca superior pero, después de diversas alternativas y de la correspondiente campaña militar, Abd al-Rahman III pudo restablecer el dominio de Zaragoza.
Expansión y pacificación
Las relaciones entre Córdoba y los cristianos del norte peninsular se mantuvieron, en la primera mitad del siglo X, dentro de un relativo equilibrio, aunque acaso más favorable al musulmán. El año 920 las tropas cordobesas infligieron una severa derrota a la coalición formada por los reyes de León y Navarra en Valdejunquera. Cuatro años más tarde, los islamitas efectuaron una nueva incursión victoriosa por tierras cristianas (la denominada por las crónicas musulmanas campaña de Pamplona). Pero en tiempos de Ramiro II de León, los cristianos vencieron sin paliativos a los cordobeses en la batalla de Simancas (939). Con todo, puede decirse que el avance cristiano apenas rebasó la línea del río Duero. Por lo demás, las disputas internas acaecidas en el reino de León, después de la muerte de Ramiro II, permitieron al Omeya restablecer su influencia entre los cristianos.