El planeta Venus, salido de su aislamiento, modestamente delimitado contra el Sol, muestra sin disfraz su magnitud real, y su disco, en otros tiempos tan encantador, aparece aquí melancólicamente oscurecido.
JEREMIAH HORROCKS
Debemos demostrar que somos mejores, y que la ciencia ha hecho más por la humanidad que la gracia divina o suficiente.
DENIS DIDEROT
PROTAGONISTAS
TRÁNSITO DE 1761
Gran Bretaña
Nevil Maskelyne: Santa Elena
Charles Mason y Jeremiah Dixon: Cabo de Buena Esperanza
Francia
Joseph-Nicolas Delisle: Academia de Ciencias de París
Guillaume Le Gentil: Pondicherry (India)
Alexandre-Gui Pingré: Rodrigues
Jean-Baptiste Chappe d’Auteroche: Tobolsk, Siberia
Jérôme Lalande: Academia de Ciencias de París
Suecia
Pehr Wilhelm Wargentin: Real Academia de Ciencias de Estocolmo
Anders Planman: Kajana (Finlandia)
Rusia
Mijaíl Lomonosov: Academia Imperial de Ciencias de San Petersburgo
Franz Aepinus: Academia Imperial de Ciencias de San Petersburgo
Norteamérica
John Winthrop: San Juan de Terranova
TRÁNSITO DE 1769
Gran Bretaña
Nevil Maskelyne: Royal Society, Londres
William Wales: Fuerte Príncipe de Gales, bahía de Hudson
James Cook y Charles Green: Tahití
Jeremiah Dixon: Hammerfest (Noruega)
William Bayley: Cabo Norte (Noruega)
Francia
Guillaume Le Gentil: Pondicherry (India)
Jean-Baptiste Chappe d’Auteroche: Baja California (México)
Alexandre-Gui Pingré: Haití
Jérôme Lalande: Academia de Ciencias de París
Suecia
Pehr Wilhelm Wargentin: Real Academia de Ciencias de Estocolmo
Anders Planman: Kajana (Finlandia)
Fredrik Mallet: Pello (Laponia)
Rusia
Catalina la Grande: Academia Imperial de Ciencias de San Petersburgo
Georg Moritz Lowitz: Guryev (Rusia)
Norteamérica
Benjamin Franklin: Royal Society, Londres
David Rittenhouse: American Philosophical Society,
Norriton, Pensilvania
John Winthrop: Cambridge, Massachusetts
Dinamarca
Maximilian Hell: Vardø (Noruega)
PRÓLOGO
EL RETO
Los antiguos babilonios la llamaban Ishtar, para los griegos era Afrodita y para los romanos, Venus, la diosa del amor, la fertilidad y la belleza. Es el astro más brillante del cielo nocturno, visible incluso en un día despejado. Algunos lo vieron como el heraldo de la mañana y de la tarde, de nuevas temporadas o de tiempos portentosos. Reina como la «estrella matutina» o «lucero del alba» durante doscientos sesenta días, y luego desaparece para reaparecer como «estrella vespertina».
Venus ha inspirado a la especie humana durante siglos, pero en la década de 1760, los astrónomos creían que el planeta tenía la respuesta a una de las preguntas más importantes de la ciencia: era clave para conocer el tamaño del sistema solar.
En 1716, el astrónomo británico Edmond Halley publicó un ensayo de diez páginas que llamaba a los científicos a unirse en un proyecto que abarcaba todo el globo… y que cambiaría el mundo de la ciencia para siempre. El 6 de junio de 1761, Halley predijo que Venus atravesaría la cara del Sol. Durante unas horas, el brillante astro aparecería entonces como un círculo completamente negro. Creía que una medición exacta de la duración de aquel raro encuentro celeste proporcionaría los datos que los astrónomos necesitaban para calcular la distancia entre la Tierra y el Sol.
El único problema era que el llamado tránsito de Venus era uno de los eventos astronómicos predecibles más raros. Los tránsitos siempre se producen un par de veces (separadas por un lapso de ocho años) en un intervalo de más de un siglo, al cabo del cual vuelven a presentarse. Según contaba Halley, antes de su época solo se había observado semejante fenómeno una vez, en 1639. El testigo fue un astrónomo llamado Jeremiah Horrocks. El siguiente par de tránsitos se produciría en 1761 y 1769, y luego en 1874 y 1882.
Halley contaba sesenta años cuando escribió su ensayo, y sabía que no viviría para ver el tránsito (a menos que alcanzara la edad de ciento cuatro años), pero quería asegurarse de que la siguiente generación estuviera perfectamente preparada. En la revista de la Royal Society, la institución científica más importante de Gran Bretaña, Halley explicó por qué razón el evento era tan trascendental, qué tenían que hacer los «jóvenes astrónomos» y desde dónde debían observarlo. Escogió el latín, el idioma internacional de la ciencia, con la esperanza de aumentar las posibilidades de que los astrónomos de toda Europa pusieran en práctica su idea. Cuantas más personas le leyeran, mayor era la probabilidad de éxito. Halley subrayaba la importancia de que varias personas midieran la inusual cita celeste en diferentes lugares del globo al mismo tiempo. No bastaba con observar el paso de Venus solo desde Europa; los astrónomos tendrían que viajar a lugares remotos de los hemisferios norte y sur para estar lo más separados posible. Y solo si combinaban sus resultados (las observaciones del norte complementaban a las del sur) podrían lograr algo que hasta entonces había sido casi inimaginable: una medición matemática precisa de las dimensiones del sistema solar, el santo grial de la astronomía.