Estadistas de todos los países han condenado siempre la diplomacia secreta; sin embargo, todos la han practicado para prometer luego renunciar a ella. Pero ¿en qué consiste la diplomacia secreta? En las negociaciones no oficiales entre Estados alejadas de los cuadros diplomáticos habituales.
Un tema apasionante que nos permite conocer, en mayor grado que la diplomacia oficial, las intenciones, la inquietud de las conciencias y el ideal de algunos al servicio de todos, así como los paralelismos en los mecanismos de negociación que tuvieron lugar durante ambos conflictos.
Los archivos de la diplomacia secreta durante las dos guerras mundiales nos revelan las intrigas llevadas a cabo por los beligerantes con el fin de conseguir nuevos aliados, ejecutar políticas de desinformación o de espionaje, así como las múltiples tentativas de paz.
En La diplomacia secreta durante las dos guerras mundiales se da respuesta a múltiples incógnitas: ¿Podrían haberse terminado antes los dos conflictos armados? ¿Cuántas vidas humanas podrían haberse salvado? ¿Qué intereses políticos, económicos y militares impidieron que la diplomacia secreta llegara a buen fin? ¿Trabajaron los dirigentes en la lucha por dominar el mundo o dirigir su propio destino y el de su patria?
Jacques de Launay
La diplomacia secreta durante las dos guerras mundiales
¿Podría haber cambiado el curso de la historia?
Título original: Diplomatie secrète pendant les deux guerres mondiales
Jacques de Launay, 2005
Traducción: Diego Martín, 2005
Revisión: 1.0
Autor
JACQUES DE LAUNAY, diplomático e historiador belga. Durante la Segunda Guerra Mundial participó activamente como diplomático al servicio del gobierno belga.
Es autor, entre otros, de los libros de historia Enigmas: grandes espías; Hitler en Bélgica y La caída del fascismo.
[1] Lord Grey of Fallodon, Twenty five Years, Londres, 1925.
Libro I
LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
(1914-1918)
PRIMERA PARTE
1
La entrada en guerra de Turquía
(1914-1915)
El mes de julio de 1914 transcurre en un ambiente frenético: los acontecimientos políticos se suceden; la tensión entre las naciones y los Gobiernos aumenta hasta límites insospechados. Agosto presencia el estallido. La guerra tiene a partir de entonces un vertiginoso devenir. Los austrohúngaros invaden Serbia; los alemanes, Bélgica; y los rusos, la Polonia alemana. Sin embargo, son muchos los países que se mantienen al margen del conflicto.
Rumania e Italia no están aliadas a Austria-Hungría y Alemania más que por alianzas defensivas. Italia ha solicitado a Austria-Hungría que le informe sobre las compensaciones que le serían concedidas en caso de intervenir en el conflicto (artículo 7 del Tratado de la Triple Alianza). Ante su persistente silencio, Roma y Bucarest han decidido proclamar su neutralidad el 3 de agosto de 1914.
El conde Czernin, embajador de Austria en Bucarest, ejerce entonces una gran presión sobre el rey de Rumania, Carol, de tendencias germanófilas, e incluso le ofrece Besarabia como precio a su participación en el conflicto bélico.
El rey Carol I de Hohenzollern, primo segundo del káiser, era un hombre austero, comprometido con los deberes de su cargo, y acostumbrado a ser obedecido en su país. Sin embargo, Guillermo II ejercía sobre él una gran autoridad moral. Carol estaba convencido de que las potencias centrales lograrían un arrollador triunfo y propuso a sus ministros que contestaran favorablemente al llamamiento de la Triple Alianza. Los aliados, por su parte, habían propuesto la cesión de Transilvania. La opinión de Rumania era opuesta a los designios de Austria y por tanto el rey Carol debía decidirse por una estricta neutralidad. Czernin había fracasado.
El 4 de agosto, los Estados escandinavos publicaron una declaración de neutralidad. Y, finalmente, el rey de Grecia, Constantino, cuñado de Guillermo II, cedió ante las propuestas del presidente de su Consejo, Venizelos, claramente favorable a los aliados. El monarca heleno escribió al káiser que Alemania cuenta con «sus simpatías personales», pero que la neutralidad de Grecia es una cuestión absolutamente inevitable.
Constantino era consciente de la necesidad de evitar un conflicto abierto con el presidente de su Consejo, conocedor de la enorme popularidad que tenía entre su pueblo. Deseaba emprender una política personal pero desarrollarla en tiempos más favorables. Sin embargo, mantuvo en secreto con el káiser una cordial correspondencia en la que le recordaba los felices momentos de su paso por la Kriegsakademie de Berlín. Tanto para Constantino como para Venizelos, la neutralidad no significaba más que un compás de espera. Ni la presión de la reina, favorable a Alemania, ni la insistencia del embajador alemán modificarían la actitud del rey Constantino.
Bulgaria, atenazada por Rusia y Austria, se mostraba indecisa y prefería reservar su decisión. También ella permanecerá neutral por el momento.
Tan sólo Turquía había tomado partido. El Gobierno de la joven Turquía, presidido por Enver Bajá, impresionado por la fuerza militar de Alemania, mantuvo un estrecho contacto con la diplomacia de este país. El 2 de agosto se firmó en secreto un tratado de alianza germano-turca, que no impidió sin embargo que el 5 de agosto los turcos anunciaran oficialmente su neutralidad.
¿Qué había sucedido? El Gobierno turco deseaba terminar antes sus preparativos y no intervenir más que en el momento oportuno, mostrándose cauto a todos los llamamientos alemanes con vistas a acelerar su participación en la guerra.
Durante ese tiempo, las fuerzas de invasión disfrutaron de diferente suerte. El ejército alemán había desbordado las fronteras de Bélgica, pero se había visto bloqueado en el Mame el 9 de septiembre de 1914. Por su parte, el ejército ruso fue detenido el 30 de agosto por Hindenburg en Tannenberg.
Los rusos instaron a los rumanos a intervenir de una vez en el conflicto. El Gobierno rumano contestó el 21 de septiembre desestimando esa oferta. Los aliados exigieron de nuevo una decisión búlgara aunque no pusieron como precio a su intervención los territorios perdidos y cedidos a los griegos y a los serbios en 1913 por el Tratado de Bucarest. Sin embargo, ni griegos ni serbios se mostraron dispuestos a renunciar a los bienes adquiridos.
Algunos meses más tarde, los austrohúngaros penetraron en Serbia y, el 2 de diciembre de 1914, lograron controlar Belgrado. Los aliados presionaron a Grecia para que interviniera en el conflicto. Venizelos se mostró dispuesto a aceptarla, mostrándose firme en que se le proporcionara una garantía sobre la neutralidad búlgara. Pero el Gobierno de Sofía permaneció sordo a las llamadas de los diplomáticos aliados. A finales de 1914, sólo Turquía había abandonado su neutralidad y el 29 de octubre, muy a su pesar, se unirá a Alemania.
El almirante Souchon rompe las hostilidades
En el momento en que estalla la guerra, dos cruceros alemanes, el Goeben y el Breslau, navegan por el Mediterráneo. La presencia de los dos navíos de guerra preocupa al Almirantazgo británico. El máximo responsable de la escuadra británica del Mediterráneo, el almirante Milne, recibe las siguientes instrucciones: «Vigilen particularmente al