GUERRA POR LA PAZ
EL FIN DE LA DIPLOMACIA
Ronan Farrow
UNA ANGUSTIANTE EXPLORACIÓN DEL COLAPSO DE LA DIPLOMACIA NORTEAMERICANA Y LA RENUNCIA DEL LIDERAZGO GLOBAL
«Este es uno de los libros más importantes de nuestro tiempo.» Walter Isaacson
La política exterior de Estados Unidos está sufriendo una terrible transformación, cambiando su lugar en el mundo. Las instituciones diplomáticas y su desarrollo se desangran tras varios recortes presupuestarios: los diplomáticos que negocian los grandes tratados y protegen a sus ciudadanos están abandonando en masa esa labor. Las oficinas del Departamento de Estado están vacías, mientras en el extranjero el tejido militar industrial ha asumido el trabajo una vez que ha sido adoptado por los conciliadores de la paz. Estados Unidos se ha convertido en una nación que primero dispara y luego se cuestiona las cosas.
En un asombroso viaje desde los pasillos del poder en Washington hasta algunos de los lugares más remotos y peligrosos del planeta (Afganistán, Somalia y Corea del Norte entre ellos), el aclamado periodista de investigación Ronan Farrow nos explica algunos de los cambios más trascendentales y menos comprendidos en la historia de Estados Unidos.
A través de documentos inéditos y entrevistas con señores de la guerra, denunciantes anónimos y políticos, además de con todos los exsecretarios de Estado que aún viven, desde Henry Kissinger hasta Hillary Clinton, Guerra por la paz es un libro necesario y riguroso para comprender el papel de la diplomacia en un mundo en guerra.
ACERCA DEL AUTOR
Ronan Farrow es colaborador habitual en The New Yorker, donde sus reportajes de investigación le valieron el Premio Pulitzer, el National Magazine Award y el George Polk Award, entre otros. Antes de iniciar su carrera en periodismo, trabajó para el Departamento de Estado en Afganistán y Pakistán.
ACERCA DE LA OBRA
UNA INVESTIGACIÓN PERIODÍSTICA QUE SE LEE COMO UN THRILLER DE ESPÍAS. MUCHOS CALIFICAN AL AUTOR COMO EL JOHN LE CARRÉ DE NUESTRA GENERACIÓN.
Mejor libro de 2019 para USA Today.
Uno de los mejores libros del año para The New York Times.
Seleccionado para el L.A. Times Book Club.
Uno de los libros más importantes de 2019 para Entertainment Weekly.
Uno de los libros del año para la revista Time.
Agradecimientos
H e realizado más de doscientas entrevistas para Guerra por la paz. Le debo mucho a las fuentes cuyos relatos testimoniales, documentos y conocimientos recorren cada página. Es posible que nunca pueda hacer públicos algunos de sus nombres. Para cada uno de los que habló, a veces asumiendo un riesgo personal o profesional: gracias. Para los diplomáticos de carrera, especialmente —Tom Countryman, Erin Clancy, Robin Raphel, Anne Patterson, Bill Burns, Christopher Hill, Chris LaVine y muchos otros como para enumerarlos aquí— espero que este libro sea un análisis que se ajuste al trabajo que realizan. Espero que sea lo mismo para Richard Holbrooke y su complicado e importante legado.
Sin él, este libro no habría sido posible.
Estoy igualmente agradecido a los secretarios de Estado que tuvieron la gentileza de entrevistarse conmigo: Henry Kissinger, George P. Shultz, James Baker, Madeleine Albright, Colin Powell, Condoleezza Rice, Hillary Clinton, John Kerry y Rex Tillerson. Fueron generosos con su tiempo y su franqueza. Vaya igualmente mi agradecimiento a otros líderes militares y civiles que hablaron conmigo: David Petraeus, Michael Hayden, Leon Panetta, John Allen, James Stavridis, William Caldwell, entre muchos otros.
Shana Mansbach, mi infatigable asistente de investigación, participó en cientos de horas de entrevistas, pruebas y notas a pie de página. Se negó a abandonar el proyecto, incluso cuando se alargó más de lo previsto y tenía mejores cosas que hacer. Fue precedida por los maravillosos Arie Kuipers y Nathan Kohlenberg. A todos nos dio una red de seguridad Andy Young, mi meticuloso contrastador de hechos, que buscó tiempo para revisar los manuscritos mientras, por alguna razón, era un compañero de viaje a tiempo completo de Lady Gaga.
Mi agente, Lynn Nesbit, luchó mucho para mantener viva Guerra por la paz. Ella es la mejor aliada que un escritor podría tener. Ha representado a cincuenta años de lumbreras literarias, es la negociadora más dura que conozco y hace entrenamientos regulares de pesas rusas. Todos deberíamos ser Lynn Nesbit.
También debo agradecer al equipo de W. W. Norton, que publicó Present at the Creation de Dean Acheson en 1969, haciendo de esta, en cierto sentido, una secuela muy oscura. John Glusman fue un editor paciente y compasivo. Drake McFeely creyó en el proyecto cuando otros fueron inconstantes y me abandonaron a mí y al proyecto. Muchos de sus colegas también trabajaron duro: Louise Brockett, Rachel Salzman, Brendan Curry, Steven Pace, Meredith McGinnis, Steve Attardo, Julia Druskin, Nancy Palmquist y Helen Thomaides, entre otros. Los libros, al igual que la diplomacia, son una institución golpeada por los tiempos cambiantes. Los de investigación requieren el compromiso de personas buenas y serias como estas.
Varios expertos en política exterior que respeto, entre ellos Ian Bremmer, Richard Haass y Samantha Vinograd, leyeron los manuscritos e hicieron comentarios que no tenían tiempo de hacer. Contribuyeron sobremanera a estas páginas. David Remnick, David Rohde y mis otros editores en The New Yorker me dieron consejos inestimables y toleraron amablemente el tiempo que me llevó concluir el libro.
Por último, nada de lo que hago sería posible sin mi familia y los amigos que me quedan después de que este libro me volviera irascible e inaccesible durante media década. Mi madre estuvo presente en cada una de mis llamadas exaltadas que acompañaban mis progresos, y en cada llamada desesperada cuando las cosas casi se desmoronan. Jon Lovett, que normalmente cobra por este tipo de cosas, proporcionó innumerables comentarios. Jennifer Harris, siento haberme perdido tu boda para ir a entrevistar a un caudillo. Te juro que ensayé la canción.
Mitos americanos
E l diplomático no fue siempre una especie en peligro de extinción. Quienes sienten reverencia por la profesión señalan que otrora fue floreciente, sostenida por figuras legendarias, trotamundos, cuyos logros siguen siendo el sostén del orden internacional moderno. Las historias de la diplomacia son parte del mito fundador de Estados Unidos. Sin las negociaciones de Benjamin Franklin con los franceses no se habría firmado el tratado de alianza ni el apoyo naval para garantizar la independencia de Estados Unidos. Si Franklin, John Adams y John Jay no hubieran pactado el Tratado de París, la guerra contra los británicos no habría terminado oficialmente. Si Adams, un yanqui de Massachusetts de orígenes modestos, no hubiese viajado a Inglaterra y presentado sus credenciales como nuestro primer diplomático en la corte del rey Jorge III, es posible que el nuevo Estados Unidos jamás hubiera estabilizado sus relaciones con los británicos después de la guerra. Incluso en el siglo XIX , cuando los diplomáticos apenas ganaban un sueldo que les alcanzara para vivir y el Congreso cargó al Departamento de Estado con un chorro de responsabilidades domésticas —desde mantener la casa de la moneda hasta autentificar documentos oficiales—, el Departamento definió el mapa moderno de Estados Unidos, negociando la compra de Luisiana y solucionando las controversias con Gran Bretaña a propósito de la frontera con Canadá. Al término de la Primera Guerra Mundial, cuando la nación se replegó en sí misma y confrontó la Gran Depresión, los secretarios de Estado orquestaron la Conferencia Naval de Washington sobre el desarme y el Pacto de París, renunciando a la guerra y forjando vínculos que después resultaron fundamentales para movilizar a los aliados contra las potencias del Eje.
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