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AA. VV. - Malvinas, la trama secreta

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AA. VV. Malvinas, la trama secreta
  • Libro:
    Malvinas, la trama secreta
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2017
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Malvinas, la trama secreta: resumen, descripción y anotación

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El propósito central de este trabajo es analizar con imparcialidad el desarrollo del conflicto bélico que en 1982 enfrentó a argentinos y británicos, para evitar que la versión triunfalista de los vencedores se convierta en la historia oficial de los vencidos. Este volumen es el resultado de un año de investigación llevada a cabo por los autores en la Argentina y en Estados Unidos, donde entrevistaron a casi todos los protagonistas y recopilaron, además de testimonios, documentos inéditos. En sus páginas desfilan los hombres del poder y sus ambiciones, las decisiones secretas que llevaron a los argentinos a enfrentar su primer conflicto bélico y también la primera derrota de sus ejércitos en el siglo XX, y los presupuestos en que se basaban aquéllas. En resumen, la “trama secreta” de esa gran frustración nacional argentina que hoy lleva el nombre de Malvinas.

Óscar Raúl Cardoso, Ricardo Kirschbaum y Eduardo van der Kooy

Malvinas: la trama secreta

Segunda parte
1. «BUENOS DÍAS, ARGENTINOS»

—General Galtieri, es el presidente de Estados Unidos. Si Breznev habla con él, usted no puede negarse.

Eran las 22.10 del 2 de abril de 1982 y la sugerencia del canciller Costa Méndez sonó casi como una súplica mientras el teléfono sonaba insistentemente en el despacho de Galtieri. El presidente hizo un gesto desdeñoso, pero el consejo de su canciller era demasiado irrefutable como para desdeñarlo. Miró su reloj y pensó: «Son más de las 10. El operativo Malvinas ya no puede ser detenido.» Entonces levantó el auricular y se dispuso a hablar con la máxima autoridad de una de las dos superpotencias de este mundo.

La línea entre Buenos Aires y Washington estuvo abierta desde las 2 de la tarde de ese 2 de abril, pero los intentos de Estados Unidos fueron vanos. En esa jornada clave, Galtieri gastó todos sus minutos en charlas ansiosas con los otros dos integrantes de la Junta Militar y su canciller. Se mostraba reacio a un diálogo con Reagan. ¿Flaqueza? ¿Temor a que la conversación lo llevase por otros caminos que no fueran los de la gloria tan deseada? Esa misma mañana, el diálogo con el embajador norteamericano en Buenos Aires había bordeado la grosería. Shlaudeman, sin recurrir a demasiados artilugios diplomáticos, le había preguntado frontalmente al presidente sobre la posibilidad de que hubiese una acción militar en las islas Malvinas. Después se sabría que uno de los objetivos de esa charla breve y nerviosa era lograr que el argentino «atendiera al teléfono». Detrás de la pregunta descarnada de Shlaudeman no había ninguna imprecisión; la respaldaban los formidables aparatos de inteligencia norteamericanos y británicos, que habían llegado a la conclusión certera: una incursión militar argentina a las islas era inminente.

También la concurrencia de Shlaudeman a la Casa Rosada era sólo una consecuencia de las comunicaciones febriles que funcionarios de Estados Unidos y Gran Bretaña habían mantenido en las últimas cuarenta y ocho horas. Sendos mensajes entre Alexander Haig y su colega inglés lord Carrington, entre Ronald Reagan y Margaret Thatcher, eran el trasfondo de ese encuentro acuciante en Buenos Aires.

Galtieri no pudo evitar su irritación. Hizo un gesto negativo con la cabeza mientras miraba al embajador norteamericano:

—No se lo voy a decir, embajador.

El exabrupto de Galtieri hizo abrir los ojos de Shlaudeman. Las palabras del mandatario argentino estaban fuera de todo lo que él entendía por tacto y diplomacia. Prefirió, por razones obvias, no prolongar la entrevista y salió literalmente huyendo en su automóvil hasta la sede de la embajada. Nervioso, pálido, Shlaudeman habló con Haig y confirmó lo que ambos temían: los argentinos se embarcaban en el operativo de recuperación.

De cualquier forma, el representante estadounidense no sabía más que la mayoría de los funcionarios de la Casa Rosada y casi la totalidad de los representantes argentinos en el exterior. Esa desinformación cayó como un balde de agua fría en todos ellos y dio pie a situaciones absurdas, regidas por la irracionalidad. Hombres claves del gobierno como el subsecretario del interior, coronel Bernardo Menéndez, el encargado de negocios en Londres, Atilio Molteni, el propio ministro de economía Roberto Alemann o el embajador en Washington Esteban Takacs fueron enterados a último momento de que las naves argentinas surcaban las aguas del Atlántico rumbo al archipiélago.

La decisión se había tomado mientras los últimos días de la sociedad argentina resultaban conmovidos por la crisis socioeconómica que tenía años de arrastre. El 30 de marzo, dos días antes del operativo Malvinas, la poderosa dirigencia gremial argentina pobló la plaza de Mayo en un acto de protesta que se generalizó en casi todo el país. La represión del gobierno encabezado por Galtieri fue feroz. En la ciudad de Mendoza, un obrero resultó muerto a balazos.

Casi cuarenta y ocho horas después, el proceso militar estaba convencido de que su revivificación era inevitable. Un Galtieri nervioso se desplazaba incansablemente por la Casa Rosada. Cuando decidió atender al presidente Reagan, sabía que el operativo militar no tenía retorno. Hizo una seña a sus ayudantes y tres aparatos fueron descolgados simultáneamente: uno para Galtieri, otro para el canciller y el tercero para un intérprete. Se recurrió a este último tras el intento del mandatario de hablar con Reagan en su vacilante inglés.

Durante la investigación, estos cronistas obtuvieron una copia de la versión en español de ese diálogo. Su reconstrucción casi íntegra revela crudamente uno de los tantos rostros ocultos de esa guerra que se volvió en contra de los jerarcas uniformados como una maldición.

—Señor presidente —dijo Reagan en el primer tramo del diálogo telefónico—, tengo noticias confiables de que Argentina adoptará una medida de fuerza en las islas Malvinas. Estoy, como usted comprenderá, muy preocupado por las repercusiones que una acción de este tipo podría tener. Quiero manifestarle, señor presidente, la preocupación de Estados Unidos y la necesidad de que se encuentre una alternativa al uso de la fuerza.

—Ante todo quiero agradecerle su preocupación, señor presidente —contraatacó Galtieri—. Deseo recordarle que mi país ha mantenido en este litigio con Gran Bretaña una actitud permanentemente favorable a la negociación, como lo demuestran los diecisiete años de conversaciones infructuosas en el marco de las Naciones Unidas que hemos encarado con una nación que, hace más de un siglo y medio, usurpó por la fuerza un territorio que, por derecho, pertenece a Argentina. Nuestra vocación negociadora sigue siendo inalterable, pero también la paciencia del pueblo argentino tiene un límite. Gran Bretaña ha amenazado a ciudadanos argentinos que se encuentran legítimamente en las islas Georgias del Sur y mi gobierno tiene la obligación de protegerlos. Además, el Reino Unido persiste en desoír los reclamos argentinos para poner término a la negociación y no ha respondido, a pesar de nuestra insistencia, a la última propuesta que le hemos formulado para agilizar el trámite. Quiero reiterarle, señor presidente, que nuestra vocación negociadora no ha variado.

—Lo comprendo, señor presidente, pero estimo imprescindible continuar con las conversaciones y buscar una alternativa al uso de la fuerza —insistió Reagan para, inmediatamente después, empezar a deslizar elementos de presión—. Créame, señor presidente, que tengo buenas razones para afirmar que Gran Bretaña respondería con la fuerza a una acción militar argentina.

—Argentina siempre ha estado en favor de una solución pacífica a este litigio —se mantuvo firme Galtieri. Comenzó a exponer sus propias condiciones—. Sólo es posible hallar la alternativa que usted solicita, señor presidente, en un reconocimiento por parte del Reino Unido de la soberanía argentina sobre las islas Malvinas. Y ese reconocimiento tendría que ser explícito y público.

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