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Cardenal Mindszenty

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    Cardenal Mindszenty
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CARDENAL JOZSEF MINDSZENTY Memorias 1974 Título original - photo 1


CARDENAL JOZSEF MINDSZENTY

Memorias

1974


Título original: Erinnerungen

Traducción: Jesús Ruiz

Diseño cubierta: José Manuel Briones González


Í N D I C E

PRESENTACIÓN

El cardenal Mindszenty, primado de Hungría, es sin duda una de las figuras más dramáticas de nuestro siglo, un símbolo involuntario de las tensiones que agitaron al mundo político contemporáneo desde los años de la expansión hitleriana hasta la distensión ruso-americana y el final de la Guerra Fría. Nacido en 1892, figura destacada de la Iglesia, defensor con s tante de la independencia de Hungría, se vio enfrentado sucesivamente al régimen de Horthy, a la ocupación alemana y al dominio comunista. I n quebrantable, íntimamente convencido de la fuerza moral de su postura, hace aún pocos años manifestaba en Viena que no había dimitido de su cargo de primado de Hungría, y que la decisión del Vaticano al declarar vacante la sede episcopal de Esztergom —que ocupaba desde 1945 — ha b ía sido tomada sin su acuerdo. Durante los primeros años de la ocupación soviética de Hungría, la figura del cardenal Mindszenty se agigantó en un enfrentamien to con las autoridades comunistas del país, en defensa de las libertades de la Iglesia y de la tradición espiritual del pueblo húngaro. Aprisionado, liberado en los días azarosos de la revolución húngara de 1956, refugiado luego en la embajada norteamericana hasta 1971, Mind s zenty es un testimonio apasionante de nuestro tiempo, de sus contradicci o nes, del pavoroso drama colectivo de media Europa tras los acuerdos de Yalta. Víctima personal de la Guerra Fría, víctima de la distensión operada entre los dos bloques en los últimos años, el cardenal de Hungría fue víctima también de un nuevo espíritu de apertura, incompatible quizá con su rígido sentido de la dignidad. Respondiendo una vez a la Prensa a propósito del aniversario de su detención por las autoridades comunistas húngaras (8 de febrero de 1949), se negó a hacer comentarios sobre la d e cisión de Paulo VI de poner fin a la situación de litigio entre la Santa Sede y Hungría nombrando un administrador apostólico para la sede de Eszte r gom. Figura discutida, elevada a la condición de símbolo por amigos y a d versarios, Mindszenty nos ofrece en estas MEMORIAS uno de los test i monios más apasionantes de la Historia de este siglo.


Querido lector

Actualmente existen en el mundo muchos «casos Mindszenty», fieles discípulos de Cristo hoy día que a pesar de las múltiples dificultades por las que atraviesan, no renuncian a su fe en Cristo Jesús. Si quiere ayuda r nos a secar las lágrimas de estos hermanos nuestros que sufren, puede hacerlo:

— Con sus oraciones.

— Con el encargo de Santas Misas, por sus intenciones. Son el único medio de que disponen un gran número de sacerdotes para su manten i miento mínimo vital.

— Siendo el padrino de un futuro sacerdote. Hay miles de jóvenes en Polonia, Yugoslavia, Rumania, Hungría, Brasil, África, Filipinas, etc., que por falta de medios económicos no pueden ser ordenados. Ayúdeles con una beca o parte de ella.

Todos ellos esperan nuestras ayudas; no les defraudemos. El Señor sabrá darnos el ciento por uno.

AYUDA A LA IGLESIA NECESITADA

Ferrer del Río, 14 (esq. C/Ardemans) - 28028 MADRID

91 725 92 12


PRÓLOGO Cuando se ha traspasado la sesentena llega la hora de escribir las - photo 2

PRÓLOGO

Cuando se ha traspasado la sesentena, llega la hora de escribir las memorias si se tiene algo que decir al mundo. Por lo que a mí respecta, lo que me hace coger la pluma son los destinos de mi patria y su Iglesia. No puedo, por desgracia, ser «laudator temporis acti» como otros hombres afortunados. En mis recuerdos, el dolor y la forzada pasividad ocupan m a yor parte que los años. Como el paciente Job, sometido a tantas duras pruebas, durante un tenebroso período de mi vida se abatió sobre mí la desdicha. Por ello, no voy a relatar tan sólo lo edificante, tan sólo lo sati s factorio; relataré cosas de la vida, de cuántos pesares pero también cuántos consuelos contiene; hablaré, dicho en breve palabra, de la verdad.

Durante mi período de encarcelamiento se rodó la película «The Pr i soner». Su realizador fue Bridget Roland y su intérprete principal Alee Guinness, a quien le fue concedido entretanto el don de la Gracia.

El argumento del film «The Prisoner» es el siguiente: un cardenal, de estatura parecida a la mía y en plenitud de sus fuerzas, es detenido tras los oficios divinos, por la policía vestida de paisano. El detenido es conducido con sus ornamentos sagrados. Su celda está situada en el estrecho sótano de un viejo castillo. La verdad, es que la celda de la película no se parecía en nada a la celda donde estuve encerrado. Tan sólo la ventana enrejada y la mirilla en la puerta la recordaban. Pero en la de la película se veía un diván, una cama elegante. Los muebles eran casi lujosos, es decir, compl e tamente diferentes a los de las mazmorras húngaras.

En la película, el tono en que se desarrolla el interrogatorio es casi educado, como el que se usa entre gentes de la buena sociedad. El preso recibe incluso el tratamiento de Eminencia. A los ojos y los oídos de quien fue interrogado por los comunistas húngaros, el solo hecho de que el gua r dián hable con el preso resulta ya como algo singular. En la película, las conversaciones son amables y hasta joviales. Se sirve con frecuencia café, que en principio es degustado por los interrogadores, pero del que termina por beber el preso. La comida es buena, los cubiertos de la mesa escog i dos, el servicio excelente. Los platos se llenan con frecuencia y en un caso, hasta dos veces en cinco minutos. Esto parece llamar incluso la atención del preso, que demuestra tener un buen apetito o, por lo menos, uno mejor que el que poseen los presos.

Pese a todo, las muñecas del cardenal se ven apresadas por unas e s posas para demostrar su condición de enemigo del Estado. El interrogat o rio se efectúa en apariencia con dureza y de vez en cuando es interrumpido por la resistencia del preso.

Durante el proceso, aparecen las severas medidas de seguridad tom a das. Y sin embargo, en la sala se aglomeran los curiosos. No hay otros acusados. Falta también el banquillo. El acusado y el fiscal pasean arriba y abajo, encontrándose con frecuencia uno frente a otro durante estos paseos. El cardenal llega luego a desvanecerse y hace una confesión. Se autoacusa de maniobras contra el Estado. Es condenado a muerte, pero luego indu l tado. Al final, aparece también su madre llorosa.

Tras la sentencia, el fiscal se suicida.

En mi caso, el ministro de Justicia fue posteriormente asesinado en la calle de Andrassy número 60.

Esta película fue muy bien acogida por la crítica y la opinión pública. Pero desgraciadamente tengo que hacer constar que el bienintencionado realizador no conoce los calabozos comunistas de Hungría. Por ello, la ci n ta no refleja una sola imagen de la realidad. Lo único que tiene en común con los acontecimientos húngaros es la aparición en escena de un cardenal.

No resulta infrecuente que los acontecimientos se adornen, al cons i derarse de una manera retrospectiva, con diversos colores y que aparezcan libros amarillos, blancos y negros, así como películas no menos multicol o res. Por lo que a mí respecta, puedo decir que han aparecido en la izquie r da y también en la derecha numerosas obras que se han ocupado de mi c a so. Después del año 1956 recibí uno de esos libros, escrito primeramente en inglés y luego publicado en japonés, español, portugués, árabe y mal a yo.

Mis memorias dirán ahora la verdad. Es la primera vez que rompo el silencio después de muchas décadas. El lector puede preguntarse si lo cuento todo. Mi respuesta es la siguiente: explicaré todo y sólo guardaré silencio cuando así lo exijan la dignidad y el honor, tanto en el aspecto m e ramente humano como en el sacerdotal. No hablo, empero, para sacar pr o vecho de mis dolores y mis heridas. Publico todo esto para que el mundo conozca el destino que el comunismo les prepara. Quiero mostrar tan sólo que no respeta la dignidad del hombre y sólo deseo describir mi propia cruz para que las miradas del mundo se dirijan sobre la cruz de Hungría y su Iglesia.

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