Cardenal Nicolás de Cusa - La docta ignorancia
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- Libro:La docta ignorancia
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- Año:1440
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La docta ignorancia es la obra capital de Nicolás de Cusa, y en los tres libros que la componen, dentro de una gran concisión y brevedad, se tratan los temas de Dios, el Universo y Jesucristo. Es decir, del ser máximo considerado absolutamente, el ser máximo contraído en la pluralidad de las cosas y, por último, el ser máximo en cuanto absoluto —Dios— y a la vez contraído —hombre—. Todo el proceso discursivo de Nicolás de Cusa se apoya en una concepción perfectamente delimitada del conocimiento humano. Ya el título de la obra indica el principal punto de apoyo, partiendo del cual De Cusa edificará su construcción metafísica. Sin embargo, la concepción gnoseológica de Nicolás de Cusa se apoya a su vez en una concepción metafísica. Un inicial concepto de Dios determina el ámbito de la cognoscibilidad humana.
Cardenal Nicolás de Cusa
ePub r1.2
RLull 25.06.15
Título original: De Docta Ignorantia
Cardenal Nicolás de Cusa, 1440
Traducción: Manuel Fuentes Benot
Diseño de cubierta: RLull
Editor digital: RLull
ePub base r1.2
[1] Vide San Anselmo: Proslogion (seguido del libro En favor del insensato, por Gaunilo, y de la Respuesta a Gaunilo). Trad. del latín por Manuel Fuentes Benot. Prólogo de Antonio Rodríguez Huéscar. Publicado en esta Biblioteca de Iniciación Filosófica.
[2] Julián Cesarini, cardenal legado del papa Eugenio IV.
[3] San Agustín.
[4] San Anselmo. Filósofo medieval. Nació en Aosta en 1033, murió en 1111. Su obra más famosa es el Proslogion, en donde se expone su famoso argumento ontológico sobre la existencia de Dios.
[5] San Dionisio el Areopagita. Se le atribuyen varias obras (Liber de coelesti hierarchia, Líber de divinis nominibus, Liber de mystica theologia y 10 epístolas), pero la crítica moderna supone que fueron escritas por un autor sirio de la segunda mitad del siglo V, que escribió con el nombre de Dionisio el Areopagita.
[6] El apóstol Bartolomé o Natanael. En los primeros siglos del cristianismo corrió un evangelio apócrifo a su nombre.
[7] Salomón Ben Gabirol (1021-?). Escritor hispano-judío. Nació en Málaga. Intentó armonizar las doctrinas religiosas del judaísmo con el neoplatonismo. Su obra principal es la Fons vitae.
[8] Hermes Trismegisto. Figura fabulosa que simboliza la sabiduría entre los antiguos. Manetón, sacerdote egipcio de la Antigüedad le atribuía más de treinta mil obras.
[9] Deuteronomio, VI, 4.
[10] Génesis, I, 1.
[11] Julio Fírmico Materno. Escritor latino del siglo IV. Compuso un tratado de Astrología (Matheseos libri VII) y otro, después de su conversión, contra los paganos (De erroribus profanarum religionum).
[12] Hermes Trismegisto. Véase nota 8.
[13] Valerio Máximo. Historiador latino del siglo I. Compuso una obra llamada De dictis factisque memorabilibus, libri IX ad Tiberium Caesarem Augustum.
[14] Marco Tulio Cicerón.
[15] San Hilario de Poitiers, del siglo IV. Su obra más famosa es De Trinitate, donde expone el proceso de su conversión.
[16] Avicena. Filósofo árabe (980-1036).
[17] Anaxágoras de Klazomene. Filósofo pluralista griego. Suponía formado el universo por infinita cantidad de semillas u homeomerías, según el término aristotélico, entrando una representación de todas ellas a formar parte de cada compuesto.
[18] Génesis, I, 3.
[19] San Marcos, 13, 11.
[20] Apocalipsis, 21, 17.
[21] Ad Colossenses, 1, 14.
[22] San Mateo, 25, 40.
[23] San Lucas, 24, 25.
[24] San Juan, 12, 24.
[25] San Juan, 24, 46.
[26] Isaías, 7, 9.
[27] San Juan, 20, 31.
[28] Salmo, 32.
[29] San Mateo, 25, 40.
[30] San Juan, 17, 22.
Por un don divino observamos que en todas las cosas naturales hay cierta tendencia a existir de un modo superior al que manifiesta la condición de la naturaleza de cada una, y con este fin se actúan las cosas y se poseen los instrumentos adecuados, mediante los cuales el juicio se hace apropiado a la intención cognoscitiva. Y esto para que no sea inútil el apetito y para que en lo amado pueda alcanzarse la quietud por el peso de la propia naturaleza. Que, si acaso tuviera lugar lo contrario, esto forzosamente ocurriría por accidente, de modo parecido a como la enfermedad engaña al gusto, o la opinión a la razón. Por lo cual decimos que el entendimiento sano y libre conoce la verdad aprehendida (que de modo insaciable, mediante el discurso, desea alcanzar dondequiera), como por un abrazo amoroso, sin dudar que sea absolutamente verdadero aquello de lo que ninguna mente sana puede disentir. Pero todos los que investigan mediante la comparación con algo presupuesto como cierto, juzgan, proporcionalmente, lo incierto. Es, pues, comparativa toda inquisición que se realiza por medio de una comparación, de tal modo que cuando las cosas que se inquieren pueden compararse a lo presupuesto mediante una reducción proporcional próxima, la aprehensión del juicio resulta fácil, mientras que si tenemos necesidad de muchos medios, la dificultad y el trabajo aparecen. Estas cosas son evidentes en las matemáticas, en donde las proposiciones primeras se reducen con facilidad a los primeros y más evidentes principios, pero las proposiciones posteriores sólo mediante las primeras y con mayor dificultad. Toda inquisición, pues, se da en una proporción comparativa fácil o difícil según algo infinito, en cuanto que lo infinito (por escapar a toda proporción) es desconocido. Sin embargo, la proporción, como indica conveniencia con algo único, y a la vez alteridad, no puede entenderse sin el número.
El número incluye, por tanto, todas las cosas proporcionales. Así, pues, no constituye el número la proporción en la cantidad sólo, sino en todas aquellas cosas que de cualquier manera, tanto sustancial como accidentalmente, pueden convenir y diferir. Tal vez por esto Pitágoras pensaba que todas las cosas se constituían y eran inteligibles debido al poder de los números. Sin embargo, el llegar a la exactitud de las combinaciones en las cosas corporales, y a una adaptación adecuada de lo conocido a lo desconocido, es algo superior a la razón humana. Por eso a Sócrates le pareció que no sabía nada, a no ser que era un ignorante. Y refiriéndonos al sapientísimo Salomón, juzgaba todas las cosas difíciles e inexplicables por la palabra. Y otro varón de espíritu divino dijo que la sabiduría y el lugar de la inteligencia estaban ocultos a los ojos de todos los vivientes. Si ocurre, pues (como afirma también el profundísimo Aristóteles en la Filosofía Primera) , que en la Naturaleza, en las cosas más manifiestas, tropezamos con una tal dificultad, semejantes al búho que intentaba ver el sol, y como, por otra parte, no son vanos los apetitos que hay en nosotros, deseamos verdaderamente saber que somos ignorantes. Si consiguiéramos alcanzar esto plenamente, habríamos alcanzado la docta ignorancia. Así, pues, a ningún hombre, por más estudioso que sea, le sobrevendrá nada más perfecto en la doctrina que saberse doctísimo en la ignorancia misma, la cual es propia de él. Y tanto más docto será cualquiera cuanto más se sepa Ignorante. Con vistas a este fin asumí los trabajos de escribir unas pocas cosas acerca de esta docta ignorancia.
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