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Tom Clancy - El Cardenal del Kremlin

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Tom Clancy El Cardenal del Kremlin
  • Libro:
    El Cardenal del Kremlin
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  • Año:
    2001
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El Cardenal del Kremlin: resumen, descripción y anotación

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Prólogo

Amenazas —Viejas, nuevas y eternas

Lo llamaban el Arquero. Era un título honorable, aunque sus compatriotas habían abandonado sus elásticos arcos hacía más de un siglo, tan pronto como conocieron el uso de las armas de fuego. En cierto modo, el nombre reflejaba la naturaleza eterna de la lucha. El primero de los invasores occidentales —porque eso era lo que pensaban de ellos—había sido Alejandro el Grande, y otros lo habían seguido desde entonces. A la larga, todos fracasaban. Los miembros de las tribus afganas sostenían que la razón de su resistencia era su fe islámica, pero el obstinado valor de esos hombres formaba parte de su herencia racial tanto como sus oscuros y despiadados ojos.

El Arquero era un hombre joven.., y viejo. En las ocasiones en que tenía a la vez el deseo y la oportunidad de bañarse en algún río de montaña, cualquiera podía notar los juveniles músculos de su cuerpo de treinta años. Eran los músculos tersos de alguien para quien trepar trescientos metros sobre la roca desnuda era una parte de la vida tan irrelevante como una caminata hasta el buzón.

Eran sus ojos los que parecían viejos. Los afganos son un pueblo atractivo y elegante, cuyos rasgos enérgicos y piel blanca sufren muy pronto por el viento, el sol y el polvo, haciéndolos parecer generalmente más viejos de lo que son. En el caso del Arquero, no había sido el viento el causante del daño. Hasta hacía tres años era profesor de matemáticas, graduado de los primeros años de la universidad en un país donde la mayoría consideraba suficiente ser capaz de leer el sagrado Corán; se había casado joven como era costumbre en su tierra, y tenido dos hijos. Pero su esposa e hija ahora estaban muertas, las habían matado los cohetes disparados desde un Sukhoi-24, cazabombardero de ataque. Su hijo había desaparecido. Secuestrado. Después que los soviéticos arrasaron la aldea de la familia de su mujer con ataques aéreos, llegaron sus tropas de superficie, matando a los adultos sobrevivientes y barriendo con todos los huérfanos para transportarlos a la Unión Soviética, donde los educarían y formarían en otras modernas formas de vida. Todo porque su esposa había querido que su madre viera a los nietos antes de morir, recordaba el Arquero, todo porque una patrulla soviética había recibido disparos de arma a unos pocos kilómetros de distancia de la aldea. El día en que se enteró de esto —una semana después de lo ocurrido—el profesor de álgebra y geometría apiló cuidadosamente los libros sobre su escritorio y abandonó el pequeño pueblo de Ghazni para marchar a las montañas. Una semana más tarde después de oscurecer, volvió al pueblo, con otros tres hombres y demostró que era digno de su herencia matando a tres soldados soviéticos y apoderándose de sus armas. Aún llevaba consigo aquel primer Kalashnikov.

Pero no era por eso que lo conocían ahora como el Arquero. El jefe de su pequeña banda de mudjaheddines palabra que significa "Luchador por la Libertad" era un líder perspicaz que no prejuzgó al recién llegado que había pasado su juventud en las aulas aprendiendo formas extranjeras. Ni pesó en contra del joven su inicial falta de fe. Cuando el profesor se unió al grupo sólo poseía los más superficiales conocimientos del Islam, y el jefe, recordaba las lágrimas amargas que caían como lluvia de los ojos del joven cuando su imán lo asesoraba con respecto a la voluntad de Alá. Antes de un mes se había convertido en el más implacable y más efectivo de los hombres de la banda, clara expresión del propio plan de Dios. Y el jefe lo había elegido a él para viajar a Pakistán, donde podría emplear sus conocimientos de la ciencia y de los números para aprender el uso de los misiles superficie-aire. Los primeros SAM con los que el hombre serio y silencioso de Amerikasian equipó a los mudjaheddines eran los propios SA-7 soviéticos, llamados por los rusos strela, "flecha". El primer SAM portátil no era realmente muy efectivo a menos que se lo utilizara con gran destreza. Sólo unos pocos tenían tal habilidad, y entre ellos, el profesor de aritmética era el mejor; y por sus éxitos con las "flechas" rusas los hombres del grupo comenzaron a llamarlo el Arquero.

En ese momento estaba esperando con un nuevo misil, el norteamericano llamado Stinger, pero ahora todos los misiles superficie-aire de su grupo —en realidad en toda la región—eran simplemente llamados flechas: herramientas para el Arquero. Estaba acostado sobre el filoso borde de la ladera de una montaña, cien metros debajo de la cumbre, y desde allí podía efectuar una buena observación a todo lo largo de un valle glacial. A su lado se hallaba su marcador, Abdul. El nombre, con toda propiedad, significaba "sirviente", ya que el adolescente cargaba misiles adicionales para su lanzador y, lo que era más importante, tenía los ojos de un halcón. Eran ojos que quemaban. Era uno de los huérfanos.

La mirada del Arquero exploraba el terreno montañoso, especialmente las salientes de las laderas, con una expresión que reflejaba un milenio de combate. El Arquero era un hombre serio. Aunque lo suficientemente amistoso, era difícil verlo sonreír; no mostraba interés alguno en una nueva novia, ni siquiera para compartir su solitaria pena con la de alguna viuda reciente. En su vida sólo había lugar para una sola pasión.

— Allá —dijo Abdul en voz baja, señalando.

— Lo veo.

La batalla en la profundidad del valle —una de varias en ese día había comenzado a desarrollarse treinta minutos antes, más o menos el tiempo suficiente para que los soldados soviéticos obtuvieran apoyo de su base de helicópteros, situada a veinte kilómetros, del otro lado de la vecina línea de montañas. El sol brilló momentáneamente al reflejarse en la nariz de plástico transparente del Mi-24; lo suficiente para que ellos lo vieran, a unos quince kilómetros de distancia, pasando la cresta de la montaña. Arriba y más lejos, mucho más allá de su alcance, volaba en círculos un solitario Antonov-26, un transporte bimotor. Estaba lleno de equipos de observación y radios, para coordinar las acciones de superficie y aéreas. Pero los ojos del Arquero siguieron únicamente al Mi-24, un helicóptero Hind, de ataque, armado con cohetes y cañones, que en ese mismo instante estaría recibiendo información del avión comando que volaba en círculos.

La aparición del Stinger había sido una dura sorpresa para los rusos, y sus tácticas aéreas estaban cambiando día a día en su esfuerzo para superar la nueva amenaza. El valle era profundo, pero más estrecho que lo normal. Para que el piloto pudiera disparar contra las guerrillas compañeras del Arquero, tenia que descender directamente por el interior de esa avenida rocosa. Se había mantenido alto, por lo menos a mil metros sobre el fondo del valle, temiendo que un equipo Stinger pudiera estar allá abajo junto a los fusileros. El Arquero observó cómo el helicóptero zigzagueaba en vuelo mientras el piloto reconocía el terreno y elegía su rumbo. Como era de esperar, el piloto se aproximaba en contra del viento, para que éste demorara el ruido de su rotor durante unos pocos segundos más, que podían ser cruciales. La radio del avión de transporte estaría sintonizada en las frecuencias conocidas que usaban los mudjaheddines , de manera que los rusos podían escuchar cualquier advertencia sobre su proximidad y, además, alguna señal sobre la probable ubicación del equipo de misiles. Abdul llevaba por cierto una radio, apagada y guardada entre sus ropas.

Lentamente, el Arquero levantó el lanzador y dirigió su aparato de puntería de dos elementos sobre el helicóptero que se acercaba. Hizo deslizar su pulgar lateralmente y hacia abajo sobre la pequeña palanca activadora y apoyó el hueso de su mejilla en la barra de dirección, Tuvo de inmediato el placer de oír el particular chillido de la unidad buscadora del lanzador. El piloto, después de apreciar la situación, había resuelto lo que haría. Descendió hacia el valle cerca de la ladera opuesta, poco más allá del alcance del misil, para efectuar su primera pasada abriendo fuego. La nariz del Hind estaba baja, y el artillero, desde su butaca ubicada adelante y un poco más abajo que la del piloto, estaba apuntando sus armas sobre la zona donde se encontraban los guerrilleros. Desde el fondo del valle apareció una nubecilla de humo. Los soviéticos empleaban granadas de mortero para indicar dónde estaban sus atormentadores, y el helicóptero cambió ligeramente de rumbo. Ya casi había llegado el momento. Surgieron llamas de los porta-cohetes del helicóptero y partió hacia abajo la primera salva de proyectiles dejando en el aire las estelas que marcaban su trayectoria.

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