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José Manuel del Río - Crónicas de un antisistema

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José Manuel del Río Crónicas de un antisistema

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Crónicas de un

Antisistema

José Manuel del Río

EDICIONES HADES

“Novela”

© José Manuel del Río Chas

© Ediciones Hades

12004 Castellón de la Plana

info@edicioneshades.com

www.edicioneshades.com

ISBN – 978-84-943479-6-2

Depósito Legal – CS 131-2015

Diseño e Ilustración Portada – Javier Blázquez Murillo

Los beneficios económicos obtenidos por el autor con la venta de esta obra irán íntegramente destinados a iniciativas sociales que se están desarrollando en Barcelona.

Crónicas de un

Antisistema

A mi familia, por su amor inquebrantable,

A los amigos que puedo llamar hermanos,

por compartir mi errática singladura,

A Iago, porque seguro que le hubiera gustado este libro.

Los Antis del Sistema

Este libro requiere de un prólogo y, más allá de eventuales presentaciones, precisa de un prólogo por mi parte, ya que hay unas cuantas claves de actualidad sobre las que quiero disertar. El título lo criticarán muchos de mis amigos y casi todos los que han renegado de etiquetas impuestas por agencias de control. Asumo tal crítica. Mi única intención es parasitar los formularios utilizados por el poder para motivar la curiosidad de la obra en cualquier tipo de lector. Estas líneas previas serán, también así, un esbozo de la cuestión semántica, desde su morfología sintáctica al origen de su uso en nuestro vocabulario, como antecedente del significado real del antisistema en atención a hechos muy recientes que copan la divulgación mediática. Hay muchos sectores deseando explotar este jugoso vocablo. Y que nadie tenga dudas de que lo seguirán haciendo mientras el azote de la crisis global de valores, en el sentido más amplio de la palabra, nos siga golpeando.

Los llamados antisistema : la fuerza del lenguaje público y publicado sobre esta construcción semántica a partir de la formación prefíjica de un sustantivo. Como en todo neologismo, su uso indiscriminado hace cotidiano el vocablo en estos tiempos nuevos; tiempos salvajes. Anti , prefijo griego que indica «contra»; por su parte, el sistema reseña un conjunto de reglas o principios enlazados entre sí. La unión de tal morfema y lexema cualifica el significado de ambos. El sistema ya no es una serie de pautas referentes a un aspecto cualquiera, este SISTEMA, con mayúsculas de relevancia, se traslada a una superestructura de pequeños y grandes subsistemas que componen la predeterminación de la vida. Los vértices del poliedro son incontables: económico, político, jurídico, cultural, educacional… Y, de una manera u otra, ese gran poliedro sigue impertérrito desde los comienzos de la humanidad que llaman civilizada. Ha sufrido debilidades puntuales, aunque, como entidad autopoiética, sigue fagocitando los dos tipos de células que pueden alterar su funcionamiento: las enfermas y las rebeldes. A nivel biológico la distinción linda en lo confuso, pero a nivel social se encuentran perfectamente individualizadas. Y les espera un final común, el que ya alude al afijo.

Porque en cuanto al anti : como en toda relación enfrentada, la singular subsistencia de estas personas implica la ordinaria existencia del resto. Por ende, la minoría absoluta representa la derrota segura, el muro contra el que acabar estrellado no es una opción. O sí, porque en toda forma de vida se aglutinan circunstancias y voluntades, y nunca llegamos a saber en qué medida se impone cada elemento en los que han elegido estar al otro lado. No me refiero a los desheredados del fervor capitalista, sin opción. Aludo a los que, pudiendo llevar un devenir vital normalizado, siempre han seguido el camino pedregoso, la senda alternativa… la posible carretera a ninguna parte. En definitiva, a algunos de los que viven fuera de la ley, que no de la justicia.

Realizando un ejercicio de concreción espacio-temporal, la representación de los antisistema , tal y como hoy los conocemos en el Estado español, tiene su origen en otro movimiento de marcado signo a la contra: el altermundialista que se opuso a la globalización en el inicio del nuevo siglo. El poder represor en aquellas protestas planetarias, y por un momento endémicas, calificó a través de sus agencias policiales a los jóvenes antisistema que participaron en los disturbios de Seattle, Génova, Gotemburgo, o también Barcelona en el 2001. Era la forma de asignar un concepto unitario y peyorativo a reivindicaciones muy diversas y a inquietudes totalmente dispares. Asimilados dentro de la agitación urbana y según los términos gubernamentales, cualquier expresión crítica conllevaría una intención destructiva de nuestra democracia . De nuevo, y como nos han dicho literalmente varias veces, nos vendían el miedo para que comprásemos la seguridad.

Mucho antes, los que sangraron en las luchas de la llamada Transición me cuentan que, en aquellos años, el término que disecciona este prólogo estaba reservado para los militantes de extrema derecha. A los que encajaron mal las presuntas ínfulas aperturistas de la nueva monarquía parlamentaria del Estado. El giro copernicano ha de servir para visualizar el eufemismo de los discursos. Pero hasta aquí hemos llegado, o deberíamos de haber llegado. Esta publicación surgirá en un periodo donde los colectivos han vuelto a dignificar las protestas en las calles, donde los supuestos intelectuales han declarado que ser antisistema no puede ser intrínsecamente negativo, y donde el más común de los ciudadanos ha comenzado a visualizar que si las circunstancias impuestas son tramposas, injustas y selváticas, decir NO al sistema es afirmar el cambio.

Volvamos a señalar lo obvio: estamos ante un contexto económico y social (dos conceptos indisolubles a perpetuidad bajo este paradigma) inédito en mis 32 años de vida, y que va acumulando un notable desarrollo temporal desde finales del 2007. Ante la krisis (optando por su acepción griega como ejemplo primigenio de lo que luego sería una tendencia viral), la oligarquía dominante de estos lares se ha encontrado con la incipiente réplica de una sociedad que suscribió, en gran parte, una mayoría absoluta en las urnas que raya el cheque en blanco . En esa dinámica tautológica y bipartidista, que hasta escasas fechas era aceptada por las masas, se sigue venerando la liturgia de la mal llamada democracia: elegir, normalmente cada cuatro años, entre contadas opciones de las que desconocemos su legitimidad primaria y que representan a los intereses corporativos de siempre; o abstenerse y favorecer a los partidos mayoritarios gracias a los algoritmos de nuestras leyes electorales. El voto en la urna es antitético con su propio significado, pero sigue (o seguía) siendo el gran debe de unos movimientos sociales que apenas se han extendido en la denostada política tradicional. La misma que prima el éxito electoral a base de programas de gobierno dolosamente incumplidos, y que veta cualquier intervención del ciudadano en la toma de decisiones después de haber metido el sobre en la caja. En todo caso, mientras escribía este libro, y de ahí mis comentarios condicionales anteriores, también han aparecido excepciones que han logrado una funcionalidad política a través de sus escaños, y de las que todavía estamos aguardando resultados tangibles.

El ejercicio de protesta ha llegado, y parece que, a pesar de proyectos como la reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana, ha llegado para quedarse. No obstante, las divergencias entre los subyugados siguen siendo la gran baza para perpetuar los resortes del poder, y la violencia continua siendo la herramienta más controvertida.

En verano de 2012, contemplaba con asombro como el pueblo de Madrid jaleaba a unos individuos que habían alcanzado la notoriedad mediática en sus exigencias a través del corte de carreteras, petardos y lanzacohetes caseros. Siempre escondidos bajo el preceptivo pasamontañas. A estos les llamaban mineros . La aquiescencia y beneplácito colectivo generado a través de unas demandas legítimas, pero que se constreñían al panorama socioeconómico que nos ha llevado a este punto sin retorno, contrastan con la habitual repulsa mediática y, en extensión, ciudadana, de otras violencias más viejas y radicales (en su significado de abordar el problema de raíz) que han refrendado supuestas posiciones altruistas. Hasta que llegó Gamonal. En la cuesta de enero de 2014, tuvimos una excelente muestra de desobediencia civil, y no precisamente pacífica. Contó con numerosas réplicas en todo el territorio del Estado español, sin miedo a que los violentos los tildasen de violentos, y con un apoyo popular incuestionable fuera y dentro de la propia ciudad de Burgos. También coetáneos a los últimos párrafos de esta obra han sido los disturbios de Can Vies, siguiendo un patrón casi idéntico que los altercados castellanos, el centro okupado de Barcelona se ha vuelto a erigir por encima de su alevosa demolición. Agregado a lo expuesto, habría que sublimar ejemplos planetarios de muchísima más trascendencia, traídos por nuestros televisores a través de la Primavera Árabe o, en menor medida, de las protestas por el despilfarro del jogo bonito en Brasil.

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