Agueda Crespo Jose Manuel - Al Borde Del Precipicio
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- Libro:Al Borde Del Precipicio
- Autor:
- Editor:Editorial El Círculo Rojo
- Genre:
- Año:2015
- Índice:4 / 5
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Al Borde Del Precipicio: resumen, descripción y anotación
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© Derechos de edición reservados.
Editorial Círculo Rojo.
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info@editorialcirculorojo.com
Colección Novela
© José Manuel Águeda Crespo
Edición: Editorial Círculo Rojo
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Diseño de portada: © Óscar Gil Raya
Ilustración de portada y mapa: © Isabel Sánchez
Producido por: Editorial Círculo Rojo.
ISBN: 978-84-9115-323-8
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna y por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor. Todos los derechos reservados. Editorial Círculo Rojo no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).»
Te lo dedico a ti. Nueve años juntos.
Para Daniel. Seis meses con nosotros.
PRÓLOGO
En algún lugar del Ártico
Hacía ya un par de días desde que habían encontrado ese extraño mineral en las excavaciones que estaba llevando a cabo el equipo de investigación destacado en el continente helado. Era algo fuera de lo común. Al menos eso es lo que Mario pensaba mientras recorría el pasillo que unía el laboratorio con el edificio donde don Rafael, profesor y mentor suyo, aguardaba en su despacho el resultado de los ensayos realizados por el equipo de investigadores que estaba a su cargo. El chico entre ellos.
Mario era un alumno brillante. Desde que comenzó la carrera de Ingeniería Mecánica, destacó por su inteligencia, trabajo y dedicación. Siete años después, se encontraba en el Ártico desarrollando un vehículo para enviar a Europa, satélite helado de Júpiter, en colaboración con don Rafael Young, una eminencia en su campo, doctor en Ingeniería Mecánica y que no dudaba de que Mario pronto obtendría su doctorado con honores por el trabajo que estaba realizando.
Tal satélite, recubierto por una espesa capa de hielo, podría contener los secretos de una vida alternativa a la que se conocía en La Tierra.
Con el trabajo de Mario y el doctor, se tenía la esperanza de descubrir los misterios del hielo en tan remoto paraje, ser capaces de atravesarlo y alcanzar una eventual masa líquida. Sea en un ambiente u otro para verificar si, efectivamente, ahí se guardaba vida… y de qué tipo.
En ese momento, al joven alumno le sudaban las manos y avanzaba a trompicones mientras pensaba en los dichosos resultados y en lo que diría su maestro al ver las hojas arrugadas por la humedad. No tenía muy claro si lo que le turbaba era la presentación de los resultados o los resultados en sí, lo que rozaba el absurdo, habida cuenta del alcance de lo que habían encontrado.
Cuando llegó a la puerta, se dio cuenta de que estaba entornada, pero de todos modos, y a pesar de su estado de excitación, decidió no perder las formas y dar dos toques.
—Puedes entrar Mario— se escuchó desde dentro.
—Gracias, don Rafael.
Don Rafael estaba reclinado en su silla, fumando, a pesar de que no estaba permitido. Mario sabía capturar todos los detalles. Se dio cuenta de que el detector de humo estaba desactivado. Pensó que, a pesar de la perenne apariencia de calma del hombre que tenía enfrente, en ese momento la ansiedad le consumía por dentro. Su blanca barba se iluminó en rojo al dar una calada y sus ojos negros se clavaron en el joven que, como hipnotizado, avanzó hasta la silla de cortesía de la mesa del doctor.
—Puedes sentarte.
El chico se sentó, desparramando las hojas sobre la mesa. Mario era un joven de estatura normal, complexión normal, actitud normal, impresionantes ojos verdes y cerebro privilegiado. No era un ratón de laboratorio, sino que era increíblemente dicharachero, asertivo y con una enorme capacidad de liderazgo. «Viéndole así, cualquiera lo diría… es un fuera de serie», pensaba el doctor.
—Cuéntame toda la historia, por favor. Refréscame la memoria. —Cosa que no necesitaba en absoluto, puesto que la conocía perfectamente.
—¿Todo?
—Sí, todo. Ha venido una horda de científicos con miles de folios, gráficos y fórmulas. Necesito que alguien me cuente las cosas de manera clara y ordenada… bueno, y sin trabarse.
Mario le contó cómo hace una par de días decidieron sacar el vehículo para probar el nuevo sistema que el joven doctorando había diseñado para perforar la capa helada y recoger muestras de hielo o minerales a diferentes profundidades.
Todo iba muy bien; la broca cumplía su misión a la perfección y la velocidad de su avance estaba perfectamente coordinada con la capacidad de abrasión por rotación de la punta. Además, las muestras se tomaban comandando el dispositivo en remoto sin apenas tener necesidad de detenerse.
Sin embargo, a unos setenta y cinco metros de profundidad, el gigantesco taladro se topó con algo excesivamente duro y se detuvo. Recogieron la muestra, y al sacar la broca se dieron cuenta de que esta estaba totalmente destrozada.
Era un mineral extraño. Dependía de cómo la luz incidiera sobre él para darle distintos tonos azulados mientras lo atravesaba. Desde el blanco, al azul celeste, mirar a su través era posible si era suficientemente poco espeso.
Era como si un trozo de hielo hubiera sido tintado de tal manera y hubiera perdido su capacidad para derretirse si la temperatura subía lo suficiente.
—Ya entonces nos dimos cuenta de que ese material tenía algo especial. Usted sabe cómo funciona la herramienta. En función de la dureza del terreno, su velocidad de avance se regula. A la velocidad adecuada, puede taladrar suelos de granito.
—Pero, sin embargo, con esto no ha podido.
—Lo que pasa es que se sale de los valores para los que la máquina está programada. Es más duro que la broca. Esta tenía que haber parado y eso no estaba contemplado. Hay que reprogramar estos sucesos.
Otra cosa genial de aquel joven era la capacidad para transmitir sus ideas. Lo hacía con pasión. Cuando hablaba transmitía cordura, seguridad y pragmatismo. Hablaba con orden y no se trababa. Mantenía la estructura y desarrollaba sus ideas. Era fácil seguirle, por complicada que fuera la materia.
—Esa broca vale una fortuna.
—Por eso no se preocupe, creo que el hallazgo ha valido la pena…
—¿Sabemos ya de qué material estamos hablando?
—No. Aún no lo sabemos. Creo que es uno nuevo que acabamos de descubrir.
Al doctor Young le encantaba la sinceridad del joven.
—¿Qué datos me puedes dar?
—Cualitativamente muchos, cuantitativamente casi ninguno.
—Empieza por los números.
En ese momento, el doctor esperaba que el chico, como los demás científicos de la base, comenzase a buscar datos, números y gráficas por miles de folios desordenados y arrugados, pero Mario se lo sabía de memoria. Era como si los papeles los llevase encima solo por no ir con las manos vacías. Un fumador podía llevar un cigarro para eso, pero el chaval no fumaba.
—Bueno, hemos podido medir la densidad. Mil seiscientos cinco kilogramos por metro cúbico.
Se hizo el silencio.
—¿Y?
—Y nada más.
—¿No hay más números?
—No.
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