José Manuel Castells Arteche - El nacionalismo vasco
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- Libro:El nacionalismo vasco
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1985
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El nacionalismo vasco: resumen, descripción y anotación
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Angulo, J. M., La abolición de los fueros e instituciones vascongadas, San Sebastián, Auñamendi, 1980. Azaola, J. M., Vasconia y su destino, Madrid, Revista de Occidente, 1972. Arantzadi, E., Ereintza. Siembra de nacionalismo vasco, San Sebastián, Auñamendi, 1980. Caro Baroja, J., Los vascos, Madrid, Istmo, 1971. Corcuera, J., Orígenes, ideología y organización del nacionalismo vasco. 1876-1904, Madrid, Siglo XXI, 1979. Extramiana, J., La guerra de los vascos en el 98, San Sebastián, Haranburu, 1983. Fusi, J. P., El País Vasco. Pluralismo y nacionalidad, Madrid, Alianza, 1984. Larrañaga, P., Contribución a la historia obrera de Euskalerría, San Sebastián, Auñamendi, 1977. Mañarima, A. E., Álava. Guipúzcoa y Vizcaya a la luz de su historia, Durango, Zugaza, 1977. Ortiz, A., y Mayr, F. K., El inconsciente colectivo vasco, San Sebastián, Txertoa, 1982. Otazu, A., El igualitarismo vasco: Mito y realidad, San Sebastián, Txertoa, 1986. Rodríguez de Coro, F., País Vasco: Iglesia y revolución liberal, Vitoria, Biblioteca Alavesa Luis de Ajuria, 1978. San Sebastián, K., Historia del PNV, San Sebastián, Txertoa, 1984. Ugalde, M., El problema vasco y su profunda raíz político/cultural, San Sebastián, Caja Ahorros Provincial, 1980. Id., Síntesis de historia del País Vasco, Bilbao, Eds. Vascas, 1977. Varios, Historia del País Vasco, Bilbao, Univ. de Deusto, 1985.
Título original: El nacionalismo vasco
José Manuel Castells Arteche & Antonio Elorza, 1985
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Entrega n.º 92 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado al nacionalismo vasco.
José Manuel Castells Arteche & Antonio Elorza
Cuadernos Historia 16 - 092
ePub r1.0
Titivillus 04.09.2022
Por Antonio Elorza
Catedrático de Historia del Pensamiento Político. Universidad Complutense de Madrid
D E 1876 arrancan los dos procesos que encuadran la aparición del nacionalismo vasco. El primero es de orden económico: la industrialización de Vizcaya, que genera la acumulación capitalista y las mutaciones en las relaciones de clase en las que se apoya la formulación nacionalista de Sabino de Arana Goiri. Las exportaciones de mineral de hierro van a hacer posible la rápida formación de la siderurgia vizcaína y el conjunto de cambios demográficos y culturales sobre cuyo rechazo montará sus argumentos la conciencia nacional. En cuanto a su incidencia sobre la estructura social, el rasgo principal de dicha acumulación será, por una parte, la constitución de una burguesía monopolista, asentada sobre los sectores siderúrgico, minero y bancario, con fuerte coherencia interna y proyección económica sobre el espacio español, a cuya superestructura política se adapta asimismo sin dificultades jugando en los años finales del XIX a fondo con los mecanismos de corrupción electoral. Es la Vizcaya cuyos símbolos son Altos Hornos, los dos grandes Bancos y Víctor Chávarri. En el polo opuesto se encuentra una clase obrera, en buena proporción de origen exterior al País, sobre la que incide a partir de 1885 una implantación socialista.
La base social del primer nacionalismo se recluta al margen de estos dos polos de la escala social, en los sectores intermedios que han podido crecer cuantitativamente con el proceso de urbanización del área bilbaína, pero que quedan cortados del poder económico y político y tratan de expresar, bien la protesta por su desplazamiento de dicho poder, bien el rechazo de los costes, en conflicto social y destrucción de la cultura étnica, que acompañan a la industrialización. Con un espectro cuyo eje son las capas medias, desde sectores de la burguesía no monopolista (como el naviero) hasta profesionales de origen vasco y lo que genéricamente se califica como pequeña burguesía. Luego vendrá su proyección sobre el mundo rural, empezando por los propietarios para acabar encuadrando, ya en la Segunda República, al campesinado arrendatario en el marco de captación de capas trabajadoras que aglutina entonces Solidaridad de Trabajadores Vascos. Pero la regla es que la implantación nacionalista sigue los ritmos de industrialización, reflejando el desarrollo desigual del País. De ahí su carácter primero vizcaíno, la paulatina expansión a Guipúzcoa desde principios de siglo y los limitadores resultados que ha obtenido en Álava y Navarra hasta la posguerra.
Claro que, por utilizar la terminología de Solé Turá, cuenta también la serie de rasgos diferenciales que, al llegar los cambios de la industrialización, identifican ya en términos objetivos la nación vasca. La singularidad étnica, y específicamente el idioma, con la prolongada supervivencia de las instituciones forales hasta bien entrada la era liberal, sirven de plataforma al nacionalismo. Pero, como en el caso de Galicia, el juego de diferencias históricas y culturales no basta por sí solo. Ahí está la conservación de los rasgos raciales y lingüísticos de la Euskal Herria francesa para probar, como en el caso de Navarra y Álava, los efectos de la falta de una revolución burguesa. Por añadidura, si la citada singularidad es un factor favorable para el ascenso del nacionalismo, no faltan obstáculos de primer orden.
Comenzando por la propia frontera, que da lugar a la marginación casi total del proceso de Lapurdi, Baja Navarra y Zuberoa. Y siguiendo por el mencionado desarrollo desigual, en el orden económico, para culminar en la propia situación heterogénea de las regiones peninsulares desde el punto de vista político. Mientras el ex-reino de Navarra conserva parcialmente su foralidad, sometida al principio de unidad constitucional de España a través de la ley paccionada de 1841, las tres provincias sufrirán altibajos, con el proceso de asimilación al régimen general de 1839-41, la vuelta propiciada por el moderantismo de las instituciones forales en 1844 (en primer lugar, las Juntas, pero sin recuperar la situación aduanera y judicial anterior, ni el pase foral) y la definitiva ley abolitoria de 21 de julio de 1876, que abre el camino a la eliminación de Juntas, Diputaciones forales y exenciones tributarias y de quintas.
Ill da euskera!
En este segundo proceso que culmina en 1876, con el fin del régimen foral para Vizcaya, Álava y Guipúzcoa se cierra, pues, una era de tensiones en la que van fijándose los argumentos en defensa de la situación política diferencial. El fuerismo decimonónico enlaza con planteamientos similares del Antiguo Régimen, pero es entre 1839 y 1876 donde los viejos temas, como la independencia originaria o la apología del funcionamiento de las Juntas generales cobran fuerza al imbricarse con la apología de las formas de vida agraria vasca y con el sentimiento romántico que funde leyenda e historia para configurar una conciencia que puede calificarse como pre-nacional.
La última guerra carlista trajo consigo la abolición de los Fueros (arriba, izquierda) . Juntas Generales de Vizcaya en 1876 (arriba, derecha) . Campesino vasco (abajo. Izquierda) . Fábrica de Bolueta (abajo, derecha) .
A pesar de su fracaso político, es en las reacciones que siguen a la ley abolitoria de los Fueros, de 21 de julio de 1876, donde puede situarse el antecedente más inmediato del nacionalismo. No son nuevos entonces temas ni argumentos, que proceden de la tradición fuerista, pero sí lo es la cohesión que adquieren en la respuesta a la política centralizadora de Cánovas. Por añadidura, el paréntesis que se abre entre la citada ley y la puesta en marcha del Concierto Económico, a partir de 1878, permite transitoriamente una ampliación del espectro social y político en que hasta la Gloriosa se había sustentado la defensa del régimen foral. Incluso la intensidad de la campaña antifuerista ha de permitir que, también coyunturalmente, pueda la nueva foralidad navarra verse implicada en el peligro de desaparición.
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