Mathias Sielfeld. www.oyemathias.com
INTRODUCCIÓN
¿Qué esperar de este libro?
Este texto es el resultado de dos procesos. El primero, uno que se arrastra ya por once años, de identificación, verificación y sistematización de curiosidades. Con más de tres mil miembros en la colección, el desafío no era tanto hallar los pormenores sabrosos que contar, sino sobreponerse al cariño que uno siente por ellos a la hora de excluirlos.
El segundo, la confección de un relato, diseñado para conectar esas historias, por entonces con años de incubación en silos independientes. La meta era construir una narración coherente de la historia del Universo, de la vida y de la humanidad, que operara como sustrato donde luego se depositaría ese aderezo que son las 1303 anécdotas que salpican este texto.
Raya para la suma entonces: ¿Es primeramente un libro de historia universal con una dosis extra de pimienta, o bien uno de curiosidades donde la historia opera como un mero instrumento conector? Ninguna de las dos cosas. La meta fue doble.
Por un lado, un genuino libro de historia universal básica. Una nueva capa de barniz al edificio de nuestra memoria, por cierto somera, pero suficiente para formarse una visión global de cómo llegamos a ser quienes somos. Una pasada a ras de superficie, pero útil para atar muchos de esos cabos sueltos que pueblan nuestra comprensión fragmentaria de los hechos. Si conceptos tales como “Alejandro Magno” o “Caída de Constantinopla” pululan semivagabundos por algún rincón de su cerebro, aislados de todo hilo conductor, estos capítulos debiesen ayudarlo a encajar las cosas en un todo coherente. Quienes no han vuelto a desempolvar un libro del tema desde sus años de escuela, los espera por delante una lectura integrada y de un tirón de la historia. Una inmersión ininterrumpida, sin esos permanentes cortes, idas y venidas a las que se debe adaptar un currículum escolar. Esos que nos hacían saltar a César Augusto luego que todo el verano hubiese transcurrido desde la última vez que oímos hablar de Julio César.
Por otro, una selección en contexto de las mejores anécdotas de alcance mundial registradas desde el Big Bang hasta el presente. Si usted es de esas personas que disfruta más con el relato de Juana La Loca durmiendo abrazada del cadáver de Felipe El Hermoso que con el del rol político de Felipe El Hermoso en el Imperio español, es muy posible que las páginas que vienen a continuación le sean provechosas. Si es así, su caso no es raro. Tal vez haya notado, por ejemplo, que los guías de la Torre de Londres levantan más sonrisas entre los visitantes cuando informan que desde el siglo XIII operó además como zoológico que cuando describen las dinastías que la gobernaron o las técnicas constructivas utilizadas para su edificación. Pues bien, es nuestra natural debilidad por ese tipo de sucesos los que inspiran este libro. Pero ello no es valioso solo por lo deleitables que estas trivialidades son en sí mismas (y por lo popular que pueden volverlo en cualquier sobremesa). Si bien hechos de ese tipo pueden ser poco relevantes por sí mismos, resultan de gran ayuda para archivar lo que sí es fundamental. Quizás no le sea fácil recapitular qué rol jugó Gengis Kan en la alta política medieval, pero sin duda socorre la memoria recordar que su debilidad por las damiselas conquistadas explican que hoy se cuenten del orden de 32 millones de descendientes vivos suyos. Cuesta menos retener las excentricidades de nuestro pasado, y luego éstas nos ayudan a recuperar lo medular: “Bueno, si fecundó a esa cantidad de señoritas, tiene que haber extendido sus dominios a una escala inusitada”, y suma y sigue.
Algunas palabras sobre el balance y la completitud
La selección del contenido de esta obra es coherente con el doble objetivo. Se narran los pasajes esenciales, haya o no sabrosuras de por medio, y se ahonda allí donde las extravagancias inesperadas invitan a seguir indagando. El resultado es transformar lo que hubiese sido una apretadísima síntesis de la historia universal en un relato que, si bien aún muy comprimido estructuralmente, exhibe ciertas jorobas de contenido allí donde emergen un monarca particularmente deschavetado o un científico inusualmente despistado, a la manera de la serpiente boa tragapaquidermos del Principito. La atención que se le da a Inglaterra por sobre Francia en la Edad Media no refleja estrictamente la importancia de cada una en el fraguado de la cultura occidental, sino solo que es Inglaterra la que puede jactarse de hechos tales como el estallido del nauseabundo cadáver de su monarca en pleno funeral, expulsando con su olor a la afligida concurrencia.
La exclusión de materias importantes es un inevitable resultado de todo esto. Lo lamento por el Imperio maya, la unificación italiana, la cuestión social y tantos otros, pero no hay más opción en un libro como este si no se quiere acabar publicando una serie de volúmenes que no se podrían acarrear sin el socorro de una carretilla.
Donde sí el desbalance es inexcusable es en su enfoque occidental. No puedo más que pedir disculpas por utilizar el apelativo “universal” a portentos como la milenaria civilización china, al Imperio de Ghana o la cultura de Nazca, en vista de que hay tanta más atención puesta en Europa que en todo lo demás. La explicación no echa raíces en una sesuda teoría historiográfica o en una declaración razonada de la importancia relativa de las cosas. Se explica por el simple hecho de que es un libro escrito por un occidental, inmerso en esa cultura y bañado por esos libros, y que por más de una década ha venido recolectando curiosidades en ese ambiente. Contenidos como China, India, Japón, África subsahariana y las culturas americanas no están ausentes, pero su espacio no es proporcional a su rol histórico.
Y otras pocas sobre la veracidad de los datos
En 1888, William Benjamin Carpenter publicó la siguiente historia en un libro titulado Mental physiology:
La siguiente circunstancia que, como el autor ha sido informado por una fuente autoritaria, de hecho ocurrió en el caso del célebre matemático alemán Gauss: Estando en una de sus más profundas investigaciones, al tiempo que su esposa, con quien su profundo apego era conocido, estaba sufriendo de una severa enfermedad, su estudio fue un día interrumpido por un sirviente, quien vino a informarle que su mujer se había puesto repentinamente mucho peor. El parecía oír lo que se le decía, pero o bien no comprendía, o bien lo olvidó de inmediato, y continuó con su trabajo. Tras cierto rato, el sirviente vino de nuevo a decirle que su mujer estaba mucho peor, y a rogarle que fuese donde ella de inmediato, a lo cual él respondió ‘Iré en un momento’. De nuevo recayó en su previa línea de pensamientos, por completo olvidando la intención que había expresado, muy probablemente sin distinguir claramente él mismo la importancia tanto de la comunicación en sí como de su respuesta a ella. Pues no mucho más tarde, cuando el sirviente vino de nuevo, y le aseguró que su esposa estaba muriendo, y que si no venía de inmediato posiblemente no la encontraría viva, levantó su cabeza y serenamente respondió: “Dígale que espere hasta que vaya”.
En 1972, Isaac Asimov popularizó la anécdota en su Biographical Encyclopedia of Science and Technology. Asimov es el tipo de nombre cuya autoridad suele darse por descontada, y en años sucesivos esta versión de los hechos se propagó con una fuerza proporcional a la asombrosa frialdad que le adjudica a Gauss. Un googleo rápido arroja miles de resultados que citan tan infame respuesta. Incluso al refinar la búsqueda y circunscribirla a