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Quiero agradecer en particular a David Patersonya
Shifra Stern su inestimable ayuda en la puesta al
día de la información.
NOAM CHOMSKY
NOTA DEL EDITOR
Lo que sigue es una serie de entrevistas a Noam Chomsky, mantenidas por una amplia variedad de medios de comunicación, durante el mes posterior a los ataques del 11 de septiembre de 2001 al World Trade Center y al Pentágono.
Las entrevistas se llevaron a cabo en gran parte a través de e-mail, muchas de ellas con periodistas extranjeros, que hablan y escriben inglés como segunda lengua. Aunque algunas se realizaron durante los ocho días siguientes a los ataques, la edición, los añadidos y las revisiones cotejadas con las últimas noticias continuaron hasta que el libro salió rumbo a la imprenta el 15 de octubre. Como resultado, entrevistas fechadas en septiembre pueden hacer referencia a acontecimientos ocurridos en octubre. Es más, en el proceso de edición se han cortado párrafos en los cuales preguntas y respuestas fueron repetidas en una y otra entrevista. Ocasionalmente, por razones de énfasis, se repiten con toda intención cuestiones o hechos precisos.
Como Chomsky me escribió durante el proceso de edición: «Ciertos hechos han sido completamente borrados de la historia. Hay que aullarlos a los cuatro vientos».
Greg Ruggiero
Ciudad de Nueva York
NUNCA DESDE LA GUERRA DE 1812
Basado en una entrevista concedida a Il Manifesto (Italia), 19 de septiembre de 2001.
P: La caída del Muro de Berlín no costó ninguna víctima, pero cambió profundamente el escenario geopolítico. ¿Cree usted que los ataques del 11 de septiembre pueden causar un efecto similar?
Chomsky: La caída del Muro de Berlín fue un acontecimiento de gran importancia y, sí, cambió el escenario geopolítico. Pero, en mi opinión, no de la manera que en general se asume. He intentado explicar mis razones en otro sitio y no voy a entrar en ellas ahora.
Las terroríficas atrocidades del 11 de septiembre son algo del todo nuevo en el mundo, no por su escala ni condición, sino por el objetivo que perseguían. Para Estados Unidos, ésta es la primera vez desde la guerra de 1812, que el territorio nacional se ha visto atacado o siquiera amenazado. Muchos comentaristas han sacado a relucir la analogía con Pearl Harbor, pero esa interpretación puede inducir a error. El 7 de diciembre de 1941 fueron atacadas bases militares en dos colonias de Estados Unidos, no en el territorio nacional, que nunca estuvo amenazado. Estados Unidos prefería llamar «territorio» a Hawai pero, en realidad, era una colonia. Durante cientos de años, Estados Unidos aniquiló a la población indígena (millones de personas), conquistó la mitad de México (de hecho, territorios de indígenas, pero ése es otro asunto), intervino violentamente en la región circundante, conquistó Hawai y Filipinas y, particularmente, en el último medio siglo, extendió el uso de la fuerza por gran parte del mundo. El número de víctimas es colosal. Por primera vez, las armas han sido apuntadas en dirección contraria. Ése es el tremendo cambio.
Lo dicho vale, incluso más dramáticamente, para Europa ya que ésta ha sufrido destrucciones mortíferas causadas por guerras internas. Entre tanto, las potencias europeas conquistaban gran parte del mundo con extrema brutalidad. Salvo rarísimas excepciones, no sufrían el ataque de enemigos extranjeros. India no atacó a Inglaterra, ni el Congo a Bélgica, ni Etiopía a Italia, ni Argelia a Francia (Francia tampoco consideraba que Argelia fuera «colonia»). Por lo tanto no es de sorprender que Europa haya sentido una terrible conmoción ante los crímenes terroristas del 11 de septiembre. Y, por desgracia, no precisamente por su magnitud.
Nadie puede presagiar con precisión qué significa esto. Pero está muy claro que es algo sorprendentemente nuevo.
Mi impresión es que estos ataques no nos van a proporcionar un nuevo escenario político. Más bien confirman la existencia de un problema dentro del «Imperio». El problema concierne a la autoridad y al poder políticos. ¿Qué piensa usted?
Los presuntos autores delatan por sí solos su categoría pero, sin lugar a dudas, arrancan apoyo de una reserva de rencor y odio contra la política de Estados Unidos en la región, que aumentan los sembrados por sus anteriores amos europeos. Existe por cierto el tema de la «autoridad y el poder políticos». En vísperas de los ataques, el Wall Street Journal analizaba opiniones de «musulmanes acaudalados» de la región: banqueros, profesionales, hombres de negocios, vinculados a Estados Unidos. Expresaban su desaliento y enfado ante el apoyo de Estados Unidos a Estados despiadadamente autoritarios y ante las barreras que Washington levanta contra el desarrollo y la democracia, con su política de «apuntalar regímenes opresivos». Pero su mayor preocupación era otra: la política de Washington hacia Irak y hacia la ocupación militar llevada a cabo por Israel. Entre las grandes masas pauperizadas y los pueblos que sufren, sentimientos similares son mucho más enconados. Es difícil que les satisfaga ver cómo fluyen las riquezas de la región hacia pequeñas élites pro occidentales y gobernantes corruptos y brutales, respaldados por la potencia occidental. De manera que definitivamente son problemas de autoridad y poder. La reacción inmediata de Estados Unidos iba a vérselas con esos problemas, intensificándolos. Y, desde luego, habría sido posible evitarlos. En gran parte depende de las conclusiones que se saquen de lo sucedido.
¿Tiene Estados Unidos problemas para gobernar el proceso de globalización? No hablo sólo en términos de seguridad nacional ni de servicios de inteligencia.
Estados Unidos no gobierna el proyecto corporativo de globalización aunque, sin duda, tiene un papel preponderante. Los programas de globalización han despertado enorme rechazo, en primer lugar en el Sur, donde las protestas masivas pueden, con frecuencia, ser sofocadas o ignoradas. En los últimos años, las protestas han alcanzado también a los países ricos y, por consiguiente, se ha convertido en foco de gran inquietud para los poderosos, que ahora se sienten a la defensiva. Y no sin motivo. Hay razones de peso para que el mundo entero se oponga a la particular forma asumida por los derechos de inversión «globalizadores», que están siendo impuestos. Pero no es éste el lugar para hablar del asunto.
«Bombas inteligentes» en Irak, «intervención humanitaria» en Kosovo. Estados Unidos no ha usado nunca la palabra «guerra» en esos casos. Ahora habla de una guerra contra un enemigo anónimo. ¿Por qué?
Al principio Estados Unidos habló de «cruzada», pero enseguida advirtieron que si pretendían reclutar a sus aliados en el mundo islámico por razones obvias sería un grave error. La retórica se inclinó entonces por la palabra «guerra». La Guerra del Golfo de 1991 se llamó «guerra». El bombardeo de Serbia se llamó «intervención humanitaria», una práctica de ninguna manera novedosa. Era la acostumbrada denominación utilizada en las aventuras imperialistas europeas del siglo xix. Para nombrar algunos ejemplos más cercanos, el trabajo de investigación más importante y reciente sobre «intervención humanitaria» cita tres casos de este tipo de «intervención humanitaria» en el periodo inmediatamente anterior a la Segunda Guerra Mundial: la invasión japonesa a Manchuria, la invasión de Mussolini a Etiopía y la ocupación de Hitler de los Sudetes. El autor no pretende desde luego sugerir que el término sea acertado; más bien que los crímenes estaban enmascarados como «intervenciones humanitarias».