Esta «historia» no es un libro largo, y no es difícil suponer que una obra de este tamaño sólo pretenda ofrecer un bosquejo introductorio bien de la historia política de Estados Unidos, bien de su historia económica, cultural, demográfica o religiosa.
El intento de integrar todos estos elementos en un solo volumen podría parecer una empresa ambiciosa e incluso temeraria, y seguramente haya omitido temas que para algunos lectores serían esenciales.
Aun admitiendo que al destacar unas cosas en vez de otras se tiende siempre a lo subjetivo, creo que este libro se justifica a sí mismo por su propósito global, que es el de presentar una visión general, breve y accesible, de los principales temas y pautas de la historia de Estados Unidos, y ofrecer así una base para lecturas o investigaciones más detalladas.
Introducción
Los historiadores han discutido mucho sobre la cuestión de la «excepcionalidad de Estados Unidos», es decir, sobre la idea de que este país está de alguna manera sujeto a leyes y tendencias distintas de las que prevalecen en otros países avanzados. En el peor de los casos, esta tendencia puede llevar a los estudiosos a una feliz teoría de consenso, según la cual los estadounidenses son en cierto modo inmunes a las pasiones o a los problemas que afectan a otras sociedades comparables, con lo cual se ignoran síntomas de tensión política o social importantes. No obstante, es cierto que el enorme tamaño del país y las dificultades de comunicación interna crearon unas circunstancias bastante diferentes de las europeas, y determinaron que su historia se desarrollara de hecho, en algunos aspectos, de manera fundamentalmente distinta. De estas diferencias estructurales se derivan muchos de los elementos que han configurado la historia de este país desde los primeros años de las colonias hasta el presente.
El territorio que finalmente se convirtió en la parte continental de Estados Unidos tiene casi ocho millones de kilómetros cuadrados. Sin tener en cuenta Hawái y Alaska, la mayor distancia de norte a sur es de 2.572 km; de este a oeste, de 4.517 km. Alaska y Hawái añaden otro millón y medio de kilómetros cuadrados. Para hacernos una idea, la Francia actual tiene una superficie de unos 544.000 kilómetros cuadrados; el Reino Unido e Irlanda suman 315.000; Alemania, 357.000. En otras palabras, sólo el Estados Unidos continental tiene más o menos el mismo tamaño que todo el continente europeo: una nación ocupa una superficie tan grande como las cuarenta y tantas entidades independientes que forman Europa. A lo largo de toda la historia norteamericana, las grandes dimensiones del Nuevo Mundo crearon problemas y oportunidades a los que generalmente los europeos apenas estaban acostumbrados y para los que apenas estaban preparados.
El tamaño mismo de Estados Unidos planteó problemas específicos a los gobiernos; el interior del país está marcado por unos accidentes geográficos que podrían haberse convertido fácilmente en fronteras políticas, especialmente los Apalaches y las Montañas Rocosas. Este hecho ofreció extraordinarias oportunidades a los que temían el control oficial. A lo largo de toda su historia ha habido grupos que han escapado de una situación política insostenible mediante la migración interna, normalmente hacia zonas periféricas de las tierras colonizadas. Así lo hicieron, por ejemplo, los puritanos disidentes durante la década de 1630, los «vigilantes» de Carolina del Norte en la de 1770 y los mormones en la de 1840. Otros crearon colonias basadas en utopías, en zonas sin colonizar, donde los gobiernos no tenían la capacidad, ni por lo general la voluntad, de llegar. Lo llamativo no es que en ocasiones se produjeran fenómenos de secesión en las regiones periféricas del país, sino que quedara un núcleo del que separarse.
Las amenazas de separatismo y escisión tuvieron que ser contrarrestadas mediante la flexibilidad política y la innovación tecnológica. Los medios de transporte han moldeado la historia de Estados Unidos al menos en la misma medida en que lo han hecho sus partidos políticos: los mundos creados sucesivamente por el barco de vela, la carreta Conestoga, el barco de vapor, el ferrocarril y el automóvil eran tan distintos entre sí como las épocas que suelen definirse con simples etiquetas políticas. Esto es particularmente cierto en la cuestión del desarrollo urbano. Como escribió Thoreau en la década de 1850,
Boston, Nueva York, Filadelfia, Charleston, Nueva Orleans y otros son los nombres de muelles que se proyectan hacia el mar (rodeados por las tiendas y viviendas de los comerciantes), sitios apropiados para cargar y descargar las mercancías.
Cuarenta años después, otro observador bien podría haber descrito las ciudades de su época diciendo que eran principalmente estaciones de ferrocarril. El transporte también ha configurado la política estadounidense. A finales del siglo XIX , el control o incluso la regulación política del ferrocarril era uno de los asuntos clave que separaban a los radicales de los conservadores. Más recientemente, los conflictos raciales han enfrentado muchas veces a zonas residenciales (habitadas predominantemente por blancos) con grupos minoritarios del centro de las ciudades, división geográfica propiciada en un principio por los trenes de cercanías y más tarde por los automóviles y las grandes autopistas.
La tendencia de los grupos de población a ir por delante de las estructuras de gobierno explica en gran medida por qué es tan frecuente el recurso a la violencia y a la «vigilancia» en las comunidades fronterizas –la historia de esa violencia estadounidense requiere, no obstante, una explicación mucho más profunda que la de la mera influencia de las fronteras–. Como veremos, en el siglo XIX las localidades rurales del Este y del Sur se regían por la ley de las armas, al menos en la misma medida que las poblaciones ganaderas y los campamentos mineros del Lejano Oeste.
Como Estados Unidos se convirtió en una nación y perduró como tal, tendemos a hablar de «regiones» y regionalismo, pero esas unidades eran a menudo mayores que las naciones más importantes del resto del mundo. Hoy, California posee una economía que, si ese estado fuera políticamente independiente, sería la sexta potencia mundial. El federalismo estadounidense era necesariamente muy distinto de cualquier paralelo europeo, aunque sólo fuera porque los distintos estados eran, por lo general, más grandes que, por ejemplo, los reinos que finalmente formaron Alemania o Italia. Se suponía además que la unión de los estados no tenía por qué ser un vínculo eterno, o al menos así se pensaba hasta que las circunstancias de la Guerra Civil transformaron la relación con el gobierno nacional. La extrema diversidad entre y dentro de las regiones ha sido siempre una de las principales características de la vida estadounidense.
Las cuestiones de escala y regionalismo que de todo ello se derivan han tenido a menudo implicaciones políticas. Al menos desde mediados del siglo XVIII , algunos visionarios consideraron que su destino era extenderse por todo el territorio, aunque pocos se dieron cuenta verdaderamente de lo pronto que se iba a alcanzar ese objetivo, y de la rapidez con que el centro de gravedad demográfico del país iba a desplazarse hacia el Mississippi. Por tanto, a la hora de planificar la política había que contar con esta expansión para las siguientes décadas, algo que apenas preocupaba a los dirigentes europeos. A principios del siglo XIX , el crucial debate sobre la esclavitud se basaba por completo en la potencial expansión hacia el Oeste y sus implicaciones políticas en relación con el equilibrio entre estados esclavistas y estados abolicionistas.