AGRADECIMIENTOS
Un proyecto de este alcance ha necesitado del apoyo, la ayuda y la paciencia de muchas personas. En lo referente al cine, nos gustaría dar las gracias a Fernando Sulichin, por encontrar financiación y mantener la compostura en tiempos difíciles; a Rob Wilson y Tara Tremaine, que nos seleccionaron archivos del mundo entero y desde el principio fueron nuestras anclas; a Álex Márquez, que trabajó en el montaje de los documentales cuatro años, y buen número de noches; a Elliot Eisman, Alexis Chávez y Sean Stone, que le ayudaron; a Craig Armstrong, Adam Peters y Budd Carr por encargarse del sonido (y a Wylie Stateman); a Evan Bates y Suzie Gilbert por ocuparse de los problemas administrativos, y a Steven Pines por sacarse de la manga tanto dinero tantas veces. Muchas gracias también a Showtime, y a sus dos equipos de dirección; a David Nevins por su lucidez; y a Bryan Lourd, Jeff Jacobs, Simon Green y Kevin Cooper simplemente por su ayuda.
En lo referenta al libro, estamos en deuda con los colegas de Peter y con los estudiantes de doctorado del Departamento de Historia de la American University. Max Paul Friedman nos brindó sus conocimientos sobre la historia de la política exterior norteamericana tras leer el manuscrito con atención y esmero. Además, cuestionó algunas de nuestras interpretaciones y nos evitó muchos errores grandes y pequeños. Como las relaciones de Estados Unidos con Rusia y con la Unión Soviética ocupan un lugar tan preeminente en nuestro relato, nos hemos valido en muchas ocasiones de la obra del historiador ruso Antón Fedyashin, que siempre ha respondido a nuestras preguntas con prontitud y buen ánimo y ha comprobado las citas traducidas del ruso para certificar su fidelidad. Entre otros colegas de Peter que han tenido la generosidad de responder a preguntas relativas a su especialidad están los profesores Mustafá Aksakal, Richard Breitman, Phil Brenner, Ira Klein, Allan Lichtman, Eric Lohr y Anna Nelson.
De los estudiantes, Eric Singer y Ben Bennett han sido indispensables. Dedicaron una ingente cantidad de su propio tiempo de investigación y redacción a ayudarnos en diversas labores de búsqueda. Eric es un maestro de la pesquisa, encuentra los datos más recónditos, esos que nadie más podría encontrar. Entre sus muchas contribuciones, Ben se ha ocupado de buscar las fotografías que añaden una dimensión tan importante a esta obra. Pero hay otros estudiantes de doctorado que nos han ayudado mucho, como Rebecca DeWolf, Cindy Gueli, Vincent Intondi, Matt Pembleton, Terumi Rafferty-Osaki, Jay Weixelbaum y Adam Zarakov. Además, Daniel Cipriani, Nguyet Nguyen, David Onkst, Allen Pietrobon, Arie Serota y Keith Skillin también nos han ayudado en las investigaciones aportando pistas muy fértiles.
Numerosos amigos y colegas nos han prestado también su valiosa ayuda. Daniel Ellsberg fue extraordinariamente generoso con sus opiniones, sugerencias, lecturas críticas y entusiasta apoyo. Sus conocimientos sobre la mayor parte de nuestra historia siguen siendo excepcionales. Entre otros eruditos que generosamente nos han cedido su tiempo y saberes, y que además han respondido a nuestras preguntas y nos han sugerido nuevas líneas de investigación, se encuentran Gar Alperovitz, Robert Berkowitz, Bill Burr, Bob Dreyfuss, Carolyn Eisenberg, Ham Fish, Michael Flynn, Irena Grudzinska Gross, Hugh Gusterson, Anita Kondoyanidi, Bill Lanouette, Milton Leitenberg, Robert Jay Lifton, Arjun Makhijani, Ray McGovern, Roger Morris, Satoko Oka Norimatsu, Robert Norris, Robert Parry, Leo Ribuffo, Jonathan Schell, Peter Dale Scott, Mark Selden, Marty Sherwin, Chuck Strozier, Janine Wedel y Larry Wittner.
Como el proyecto ha llevado el tiempo que ha llevado, hemos perdido, con suma tristeza, a cuatro colaboradores en el camino: Howard Zinn, Bob Griffith, Charlie Wiener y Uday Mohan.
Barbara Koeppel nos ayudó también con las imágenes y con los pies de foto. Erin Hamilton nos ha dado informaciones muy útiles sobre Chile. Matt Smith y Clement Ho, de la biblioteca de la American University, nos han ayudado mucho en la búsqueda de fuentes y en otros aspectos.
El equipo de Gallery Books ha hecho cuanto ha podido para satisfacer nuestras con frecuencia complicadas peticiones cuando debíamos apresurarnos para completar los dos proyectos a tiempo. Estamos especialmente en deuda con nuestro editor, Jeremie Ruby-Strauss, y con su ayudante, Heather Hunt. Nos gustaría dar las gracias también a Louise Burke, Jen Bergstrom, Jessica Chin, Emily Drum, Elisa Rivlin, Emilia Pisani, Tricia Boczkowski, Sally Franklin, Jen Robinson, Larry Pekarek y Davina Mock.
La hija de Peter, Lexie, y su mujer, Simki Kuznick, también nos han ayudado en la investigación y las notas, y Simki, además, revisó pacientemente varias versiones del manuscrito con la pericia de un editor y el buen ojo de un poeta.
Oliver Stone (Nueva York, 15 de septiembre de 1946) es un cineasta estadounidense de fama mundial. Director de películas de gran éxito como Nacido el 4 de julio, Wall Street, JFK, World Trade Center o la más reciente Salvajes, ha recibido numerosos galardones. También ha abordado —suscitando la polémica en no pocas ocasiones— el género documental con Comandante, Mi amigo Hugo o la serie de diez capítulos sobre la historia silenciada de Estados Unidos que es la base de este libro.
Peter Kuznick es profesor de Historia y director del Instituto de Estudios Nucleares de la American University de Washington. En los años sesenta, se posicionó a favor de los derechos civiles y en contra de la guerra de Vietnam. En la actualidad, además de su dedicación a la labor académica, es un reputado activista antibelicista y antinuclear que ha publicado numerosos ensayos. Participa regularmente como columnista en varios medios de comunicación estadounidenses.
CAPÍTULO 1. LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL. WILSON CONTRA LENIN
En 1912 Woodrow Wilson, antiguo rector de la Universidad de Princeton y gobernador de Nueva Jersey, libró una reñida batalla electoral contra un socialista, Eugene Debs, y dos expresidentes, Theodore Roosevelt y William Howard Taft. Aunque ganó por amplio margen el voto de los compromisarios, el voto popular resultó bastante más ajustado: Wilson obtuvo el 42 por ciento de los sufragios frente al 27 por ciento que consiguió Roosevelt, candidato del Partido Progresista, y al 23 por ciento de Taft. Debs, que se presentaba a las elecciones por cuarta vez, recibió el apoyo de un 6 por ciento de los votantes.
Wilson estamparía su sello personal en el gobierno y en el país y dejaría mayor huella que el presidente anterior y que sus sucesores. Provenía de dos familias de ministros presbiterianos y podía ser muy moralista y furiosamente inflexible y santurrón. La peligrosa convicción de ser la mano que ponía en práctica los planes de Dios acrecentaba con frecuencia su rigidez. Compartía la fe de sus predecesores en la misión global de Estados Unidos. En 1907, cuando aún era rector de Princeton, declaró: «Hay que echar abajo las puertas de esas naciones que todavía las tienen cerradas […]. Es preciso que los ministros del gobierno salvaguarden las concesiones que han obtenido los banqueros aunque para ello quede en entredicho la soberanía de países reacios a colaborar».
Ya advirtió Richard Hofstadter hace más de setenta años que, aunque «las raíces políticas de Wilson estaban en el sur, sus ideas se enmarcaban dentro de la tradición inglesa». De entre todos los pensadores ingleses, con ninguno se identificaba más que con el conservador Walter Bahegot. En 1889 escribió un estudio,