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Enric Juliana - España en el diván

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Enric Juliana España en el diván
  • Libro:
    España en el diván
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    2014
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España en el diván: resumen, descripción y anotación

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De la euforia a la desorientación, retrato de una década decisiva (2004-2014)
A lo largo de la última década, España se ha visto sacudida por una serie de desfondamientos que nos han llevado de la euforia económica al desengaño, de la seguridad a la incertidumbre, de la creencia en un porvenir más o menos próspero a la perplejidad, la indignación y el enfado.
Un amplísimo relato que nos ofrece una lúcida crónica que abarca los años de consumo acelerado,en los que la corrupción, la especulación y el mal gobierno quedaron muchas veces en segundo plano como consecuencia de los beneficios inmediatos de una economía artificialmente acelerada por el crédito, hasta la actual situación de devaluación interna se ve abocado a una desigual modestia, momento presente que el autor analiza en una larga introducción.

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Título original: España en el diván

© Enric Juliana, 2014.

© de la cartografía: Marta Juliana, 2014.

© de la imagen de la página 391: Sancho besa los pies al Caballero

del Verde Gabán, Biblioteca de Catalunya.

© de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2014.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

REF.: OEBO662

ISBN: 9788490562161

Composición digital: Víctor Igual, S. L.

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.

Índice

Para Ana Czeizler

«España: una gran ballena varada en las playas de Europa».

EDMUND BURKE ,

político y ensayista,

impulsor de la rama conservadora

del liberalismo británico, siglo XVIII .

PRÓLOGO

PRIMERAS PALABRAS EN EL DIVÁN

Me dijo Juanjo Millás: «Escribes sobre la política española como si fueses un corresponsal extranjero». Me lo dijo, si no recuerdo mal, en una cena con un grupo de amigos en Madrid. Año 2005. Uno de los momentos álgidos de la «crispación», esa detestable parodia de los años treinta que sirvió para sujetar los cables de la Segunda Restauración en tiempos de bonanza económica. Políticos y periodistas jugando a rojos y azules sin riesgo de romper la vajilla. Ahora es distinto. Ahora hay preocupación, no vaya a ser que se rompa todo. Cánovas y Sagasta. Sagasta y Cánovas. En tiempos de calamidad hay que medir un poco más las palabras. Se siguen diciendo y publicando muchas barbaridades, pero los tonos más agresivos se reservan ahora para el circuito Twitter y para los canales marginales de televisión.

Correspondí a Millás con una sonrisa y creo que balbuceé alguna explicación sobre el periodismo y la media distancia. La media distancia del corresponsal. La sagrada media distancia. La idealizada frialdad anglosajona, que empezó a recalentarse hace ya unos cuantos años. La mirada distante —aparentemente distante— es difícil de disimular cuando te acostumbras a ella. Es un parapeto. Es un refugio. Es una excusa. Es un camuflaje. Escribir siempre como si fueses un corresponsal extranjero. Cuando se adquiere ese hábito es difícil abandonarlo. Existe toda una leyenda sobre el mal acomodo del corresponsal cuando regresa a casa. No se siente bien, todo le resulta extraño y le disgusta tener que volver a unos asuntos domésticos que creía haber dejado atrás, quizá para siempre. Le ocurre lo mismo que a Ismael, protagonista de Moby Dick , la novela principal de Herman Melville. Cada año, cuando llegan las lluvias de noviembre, el corresponsal tiene unas ganas irresistibles de abandonar tierra firme y volver a embarcar.

Fui corresponsal en Italia durante poco más de tres años —nada que hoy pueda impresionar a nadie: dos horas de avión, un país bello, acogedor y enrevesado, un laboratorio de los desórdenes europeos, un idioma fácil de entender, aunque no tan fácil de manejar— y al regresar de Roma a Barcelona no entendía nada. Primavera del año 2000. Tres meses en una nube, intentando comprender qué significaba la mayoría absoluta de José María Aznar. Pasé cuatro años en Barcelona observando la creciente acritud de la política española, conjugada con un consumismo que ya había dejado de existir en Italia. Conservo un vivo recuerdo de ese contraste. La juerga española frente a un inusitado recato italiano. Una exhibición consumista nunca vista, frente a la impostada austeridad de un país que después de haber reventado las costuras durante los bulliciosos años ochenta parecía acostumbrarse a un lento y constante declive, con crecimientos estadísticos que apenas superaban el 1,2 % del PIB en el mejor de los años. Mientras en España todo lo que era sólido parecía chapado en oro, la Italia del miracolo se amoldaba dolorosamente a un incierto estancamiento. El triunfal regreso de Silvio Berlusconi, una vez garantizada la implantación del euro, fue la última gran fantasía consumista de la sociedad mediterránea que inventó el desarrollismo. Creían que con el magnate populista volvería el tiempo de la lira fácil. Yo estaba allí. La fiebre navideña en las tiendas de la calle Pelai de Barcelona y las navidades en el barrio Aurelio de Roma, donde lo más lujoso en los escaparates eran los panettones de chocolate. Aquel contraste no era normal.

Y asistí, atónito, a las trágicas jornadas de marzo de 2004 desde la mesa de subdirectores de La Vanguardia , el único gran diario que no atribuyó la autoría de los atentados de Madrid a ETA. Busquen en la hemeroteca y no hallarán ese titular en la portada. Mérito del editor y del director, que supieron mantener la cabeza fría en un momento extraordinariamente complicado. Recuerdo, con vértigo, la jornada de reflexión del 13 de marzo. Las manifestaciones ante las sedes del Partido Popular. Las desgraciadas comparecencias de Ángel Acebes, ministro del Interior, intentando restar importancia a la pista islámica. Las intervenciones televisadas de Mariano Rajoy, nervioso y consciente de que la situación se le estaba escapando de las manos, y la alocución de Alfredo Pérez Rubalcaba, aprovechando con acentuado sentido de la oportunidad los errores del adversario. En Italia había visto cosas políticamente sorprendentes, pero nada tan fuerte como lo de aquel sábado 13 de marzo de 2004 en España. Un mes después aterrizaba en Madrid para estrenarme como cronista político. Distante corresponsal de la política española, según Juan José Millás.

De pequeño, en la escuela, siempre tuve un poco la cabeza en las nubes. «Persiguiendo nubes blancas paso la tarde de invierno...», cantaron años más tarde Lole y Manuel y al oírlo, durante el servicio militar en Almería, me emocioné. Me gustaban las redacciones de tema libre y una vez escribí que de mayor quería ser una nube para poder contemplar el mundo desde arriba, desde la distancia, y ver venir los acontecimientos, uno tras otro. Supongo que en esa confesión infantil hay materia suficiente para acudir al psicoanalista. En otra ocasión, la maestra de dibujo nos mandó componer un bodegón y dibujé una escena de taberna con los naipes desparramados sobre la mesa y cuatro tipos a su alrededor, entre ellos un pirata con parche en el ojo. La profesora me cogió cariño y cada año explicaba aquella anécdota a sus alumnos. El bodegón Juliana.

Al poco de llegar a Madrid, con cuarenta y siete años bien cumplidos, me enamoré de las nubes de Castilla y me entraron ganas de dibujar otro bodegón. Con las cartas sobre la mesa, por supuesto. Y con unos tipos muy particulares a su alrededor. El bodegón de la política española. Tenía edad suficiente para intentar escribir ese libro. Y nubes no faltaban. Las nubes de Madrid, muy velazqueñas en otoño, son las más bellas de Europa.

Así nació La España de los pingüinos (2006). Después vino La deriva de España (2009) y más tarde, Modesta España (2012). Los tres títulos agrupados en este volumen. El tríptico de una década inesperada en la que España se asomó a la ventana del optimismo y acabó cayendo desde un sexto piso, puesto que seis fueron los puntos del PIB que como mínimo se han perdido en esa brutal caída. La década que nos ha cambiado la vida.

LA COLINA DE LA PROSPERIDAD , LA LADERA DE UN VOLCÁN

Diez años. Desde las manifestaciones contra la guerra de Irak en 2003 hasta el regreso del Partido Popular al poder en pleno cataclismo económico. Diez años que no son fáciles de resumir. Hay en estos momentos un exceso de adjetivos catastrofistas en circulación. Las cosas están mal —para muchísimas personas, muy mal—, pero el PIB español sigue por encima del billón de euros. La gráfica de la evolución de la riqueza española desde 1850 parece el perfil de un volcán polinesio: una extensa y modesta llanura que sufre un brusco bajón en 1933 —consecuencia de la Gran Depresión y antesala de la guerra civil— y no comienza a subir hasta 1960, iniciando entonces una vertiginosa escalada con algunos altos en el camino. Hemos bajado estos últimos seis años, pero seguimos en lo alto, dibujando la «U» del cráter. Y no sabemos si el volcán será estromboliano, vesubiano o peleano. Cuanto más viscosa es la lava, mayor riesgo de explosión de los gases retenidos en el interior del cono. Una explosión del Vesubio sepultó Pompeya y Herculano. El estallido del monte Pelée en la isla de la Martinica destruyó la capital de la isla, Saint Pierre, matando a 28.000 personas en 1902. Si en el interior del cráter se forma una laguna, el volcán se llama freato-magmático y la explosión también puede ser terrible. Así ocurrió en la isla de Krakatoa. Los más pacíficos son los volcanes hawaianos, la lava es líquida y fluye constantemente, con facilidad, ladera abajo. Son ollas enormes que no explotan. Con un PIB de un billón de euros y una desocupación oficialmente cifrada en el 24 %, vivimos bajo un volcán de nuevo tipo. No sabemos qué pasará.

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