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Bustamante Enrique - Historia De La Radio Y La Television En España

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Bustamante Enrique Historia De La Radio Y La Television En España
  • Libro:
    Historia De La Radio Y La Television En España
  • Autor:
  • Editor:
    Gedisa
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  • Año:
    2013
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Historia De La Radio Y La Television En España: resumen, descripción y anotación

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Historia de la Radio y la Televisión en España compone una detallada radiografía de ambos medios desde su nacimiento hasta finales de 2012. Enmarcados en cada período político, contextualizados en la situación social, económica y cultural de cada etapa, la radio y la televisión en España aparecen así como el escaparate privilegiado de todas las contradicciones y paradojas de la democracia española, en un modelo atípico y nada homologable con los grandes países europeos occidentales. Esta obra analiza la regulación, los debates ideológicos y la economía de cada uno de los modelos de radiotelevisión, desde RTVE hasta los terceros canales, desde las cadenas privadas hasta las televisiones locales, recomponiendo así un sistema audiovisual integrado que sigue jugando un papel clave para la cultura española y la participación democrática, al tiempo que desempeña un papel económico cada vez más importante. Prolongada hasta la actualidad, esta visión incluye un detallado estudio de la política radiotelevisiva de las dos legislaturas del Gobierno Zapatero, y alcanza a revisar la hiperactividad audiovisual del Gobierno de Rajoy en su primer año de mandato. Ambos períodos vienen a confirmar así una larga historia de reformas y contrarreformas, de avances y retrocesos que definen finalmente el antetítulo de este libro: la radio y la televisión continúan siendo, muchas décadas después de su lanzamiento, una trascendental asignatura pendiente de la democracia española.

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Enrique Bustamante

HISTORIA DE LA RADIO

Y LA TELEVISIÓN EN ESPAÑA

Una asignatura pendiente

de la democracia

HISTORIA DE LA RADIO

Y LA TELEVISIÓN EN ESPAÑA

Una asignatura pendiente

de la democracia

Enrique Bustam a nte

Dedicado a la memoria de Ernest Lluch asesinado por ETA en 2000 promotor de - photo 1

Dedicado a la memoria de Ernest Lluch, asesinado por ETA en 2000, promotor de la universalización de la sanidad pública española, inigualable rector de universidad, persona tolerante y negociadora e historiador ponderado; mi entrañable y añorado amigo.

Prólogo

La historia de la televisión es una historia reciente, como reciente es ese sorprendente fenómeno de ver el mundo, lo que pasa en el mundo, lo que nos enseñan del mundo, desde un rincón de nuestro espacio privado. Esa historia tiene diferencias importantes frente a otro tipo de historiografía. Es cierto, sin embargo, que por muy reciente que sea el desarrollo del fenómeno televisivo, lo que investigamos y aprendemos de él tiene que apoyarse, también, en la escritura, en los documentos y, sobre todo, en la información clara de los impulsos políticos, ideológicos, culturales y económicos, que alimentan esa complicada maquinaria que mueve el diario y casi incesante chisporroteo de las imágenes.

El sometimiento y, en algunos casos, la claudicación ante tan complejos factores, dan a los modernos medios de información y, principalmente, a la televisión una extraña fragilidad y debilidad. Porque por muy distinto que sea el maravilloso y, al par, delicado fenómeno de poder mirar aquello que no está en el espacio inmediato en el que se desplazan nuestros ojos, la posibilidad de que esa mirada lo sea efectivamente depende de factores que, al parecer, nada tienen que ver, desgraciadamente, con la democracia, la educación, la ilustración y, por supuesto, con el respeto debido a una sociedad de ciudadanos dignos y libres. Esos factores distorsionantes y corruptores se fundan en una concepción de los medios de información y formación televisiva como fábrica de imágenes condicionada a factores económicos. El montaje inevitable y necesario de la tramoya televisiva, que no puede prescindir, obviamente, de la economía, no implica que sus productos tiendan sólo a la rentabilidad de sus inversiones. Los fines y objetivos esenciales de los productos de la televisión son demasiado delicados, demasiado «humanos», para que puedan convertirse en un mero negocio empresarial.

Lo que vamos descubriendo en la pantalla depende y varía, pues, en función de los dueños de las imágenes que, como en la caverna platónica, alimentan el fuego que alumbra las sombras contempladas por los atenazados prisioneros. Esta situación no es sólo el recuerdo de una famosa simbología de la tradición literaria, sino que responde a una permanente complicación en el engranaje de nuestras visiones y »presentaciones» de la realidad natural y de la realidad social. Pero, al mismo tiempo, el descubrimiento del enorme tinglado que, para bien o para mal, sostiene las imágenes que nos «echan» y que, en muchos casos, constituye un elemento esencial en el, digamos, amaestramiento, aprendizaje, adiestramiento o —con una palabra esperemos que adecuada— en la educación de los ciudadanos, es una saludable medida terapéutica ante las manipulaciones a que, con frecuencia, se ven sometidas las imágenes y sus palabras.

De los muchos condicionamientos, interpretaciones y derivaciones de estos hechos sobre los que tanto se debate, voy a referirme, únicamente, a algo que constituye, tal vez, el tema central del excelente y utilísimo libro de Enrique Bustamante. Es cierto que el argumento de este libro es la historia de la televisión española, pero precisamente esa perspectiva histórica y la jugosa documentación que para entenderla nos suministra permiten adivinar las amenazas que sobrevuelan el mundo «fenomenal» o, más levemente dicho, fenoménico de la televisión.

Porque son fenómenos, apariencias, visiones lo que se nos presenta ante los ojos. Fenómenos que no están allí donde los vemos, sino en otras partes: en los estudios, o en la cámara que los ha recogido del mundo real. Pero tanto los que están montados por sus programadores o productores, como la selección de aquello que rastrearon las cámaras por la vida son resultado siempre de una manipulación. Una manipulación que, en sí misma, no tiene que resultar perniciosa para la siempre pasiva mirada que los recibe, los soporta, los resiste. Precisamente porque los fenómenos, las visiones, son manipulables, pueden ser objeto de múltiples perspectivas, de innumerables insinuaciones, alusiones, reticencias, propuestas y, también, falsificaciones.

Por ello, todo lo que tiene que ver con la estructuración de nuestro cerebro, con la educación, ha sido siempre una presa apetecible para los poderes tiránicos u oligárquicos que, a lo largo de los siglos, han pretendido mantener esos cerebros en la ignorancia, en la estupidización o en el sueño dulzón de las frases hechas, las palabras vaciadas, anestesiadoras de la sensibilidad y del pensamiento. En nuestro tiempo, ese camino hacia la esterilización de la sensibilidad y la inteligencia podría facilitarse con las inmensas posibilidades que la intermediación televisiva permite.

Es absolutamente falsa esa teoría de la inocuidad e inocencia y, si se quiere, intrascendencia de lo que vemos en las pantallas, sobre todo para quienes por su edad o por su inmadurez mental están, continuamente, condenados a entender el mundo desde el pringoso chorreo de programas degradadores o perturbadores. Precisamente, por el poderoso impacto de las imágenes y la creación de reflejos condicionados que, a la larga, producen en el cerebro, percibimos, de paso, la fuerza que ejercen en la configuración de nuestras formas de pensar esas imágenes, cuando llevan consigo algún ideal digno, alguna propuesta humanitaria, en el sentido más amplio del término. Pero también, la consideración de todas esas inmensas posibilidades de abrir nuestra mirada a otros espacios, como un simple juego económico, y a los espectadores, como indefensa mercancía, debe ser algo inaceptable para cualquier empresa televisiva y, sobre todo, para una televisión pública. Un ejemplo aleccionador de lo que acaba de esbozarse lo constituye la lectura de este libro, donde se refleja la historia del poder político en función de las determinadas presiones con que ese poder ha pretendido, con mayor o menor fortuna, con mejores o peores intenciones, controlarlo.

Una larga experiencia de siglos ha hecho posible interpretar, con claridad, los rasgos y perfiles de la historia desde las proyecciones de los lenguajes que nos la contaban, y de los fundamentos ideológicos que sostienen esos lenguajes. Es verdad que para quien, sincera y libremente, pretenda enterarse de nuestra memoria colectiva siempre se abre la puerta de aquella historiografía que, como la que hoy se nos presenta, está llena de ideales democráticos. Y esos ideales tienen que hacerse presentes, sobre todo, en el caso de los medios de comunicación públicos, que, por encima de cualquier interés mercantil y partidista, intentan alcanzar un determinado nivel de independencia frente a posibles corrupciones reales o ideales. El problema consiste, sin embargo, en el sentido del concepto de independencia, tan usado para caracterizar la neutralidad y el equilibrio de todo aquello que decimos o que mostramos. Porque la independencia democrática, la independencia ciudadana, la independencia pública, nos obliga a depender de esos ideales de la democracia que, como la justicia, la educación, la dignidad, el respeto, la solidaridad, la verdad, la lucha contra la miseria, la tensión hacia la igualdad, no son proyectos utópicos sino horizontes sin los cuales apenas tiene sentido la vida humana.

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