IRLANDA
In Dublin's fair city,
Where girls are so pretty,
I first set my eyes on sweet Molly Malone,
As she pushed her wbeelbarrow
Through streets broad and narrow,
Crying, «Cockles and mussels, olive, alive oh!›.
«Molly Malone» James Yorkston (1880 aprox.)
EL INVENTO DEL SECTOR SERVICIOS
El sistema económico en el que nos hallamos, el sistema capitalista, comenzó su andadura «oficial» en 1820; más adelante volveremos sobre esto, pero ahora quédense con una obviedad: el sistema capitalista de hoy en poco se asemeja al de principios del siglo xix. Aunque las diferencias son muchas, una destaca entre todas: el sector servicios.
Desde la noche de los tiempos, la mayor preocupación de las personas había sido alimentarse: las periódicas plagas, sequías, guerras, la voracidad de los distintos señores de la tierra, la baja esperanza de vida, convertían en una tarea no fácil asegurar el sustento de una población en una época en la que el comercio interterritorial estaba sujeto a múltiples cortapisas. La segunda preocupación ancestral de la humanidad fue la indumentaria: la ropa, incluso las prendas más sencillas, era cara debido a que su confección era artesanal, es decir, manual, lo que ralentizaba su producción.
Alimentarse y vestirse absorbían la mayor parte de las energías de las comunidades, comunidades que, hasta el siglo XIX, fundamentalmente eran rurales y consumidoras de los bienes que producían. A este decorado añádanse unas comunicaciones terrestres muy precarias, unos enlaces marítimos muy caros y restringidos a personas muy concretas y a bienes muy específicos, y una administración pública centrada en una figura real investida de la creencia de que era la receptora del poder de Dios en la Tierra, una monarquía casi siempre desconectada del gobierno efectivo de su reino, del que se ocupaban personas que, en gran parte de las ocasiones y en el mejor de los casos, tan sólo atendían al día a día, porque bastante tarea era la supervivencia cotidiana. En un escenario como el descrito resulta evidente que crecer en términos económicos, tal y como lo entendemos hoy, era muy, muy difícil.
Con ligerísimas variaciones, ése es el decorado que encontramos en todos los reinos europeos hasta la Revolución francesa de 1789: una clase ultraminoritaria compuesta por la nobleza que gira en torno al rey y al protocolo real y que, por su gracia, es poseedora de la tierra, es decir, del lugar de donde se obtienen los alimentos, las materias primas y la energía: minas y bosques; el rey o la reina, que es último y único propietario del producto de los impuestos (la hacienda real) y decide sobre su destino; un muy reducido número de profesionales e intelectuales, dependientes en su mayoría del rey y de la nobleza; la estructura clerical, en gran medida al margen del poder real pero apoyándolo por necesitar su apoyo; y la gran masa de la población, sin propiedades ni beneficios: los que en el París de mediados del siglo XVIII eran conocidos como los sans-culottes.
La máquina de vapor supuso muchos cambios, pero uno destaca entre todos: por vez primera en la historia se podía incrementar la productividad al margen del esfuerzo individual de las personas, lo que permitió mejorar los rendimientos agrarios y la producción textil. A medida que fue avanzando el siglo XIX, la mayor parte de los países europeos pudieron dar por finalizados los períodos de hambre que cíclicamente afectaban a sus poblaciones; a la vez, el precio del textil fue bajando.
Lenta pero sostenidamente, las diferentes poblaciones de los países que progresivamente adoptaron el capitalismo fueron interiorizando que las necesidades básicas estaban cubiertas, lo que posibilitó nuevos nichos de negocio; tras el fin de la segunda guerra mundial, esa posibilidad se acrecentó, y comenzó la expansión del sector servicios.
El sector servicios es una especie de cajón de sastre en el que tienen cabida todas las actividades que no encajan en otros sectores de la economía; algunas pueden ser fundamentales, como la programación del software para el control aéreo de una zona o territorio; otras, no tanto, como un servicio de hoteles exclusivos para animales de compañía; pero todas esas actividades comparten una característica: su dependencia de otras actividades y sectores, que las necesitan o simplemente las desean.
A medida que fue produciéndose el incremento de la renta media, crecieron el sector servicios y sus subsectores: cubiertas las necesidades básicas, la población, con independencia de su estatus social, comenzó a demandar servicios y, como consecuencia, y debido a su reducida productividad, a ocupar a una creciente proporción de la población activa. (Véase el gráfico I del «Anexo I».)
El problema reside en la enorme dependencia que el sector servicios conlleva: depende de la evolución de la economía, de la renta de sus demandantes, de la coyuntura económica… En los momentos de auge, el consumo de sus elaborados se dispara; en momentos de desaceleración económica, se reduce.
En cualquier caso, y desde el fin de la segunda guerra mundial, el peso del sector servicios en la economía, en la generación del PIB, ha ido en aumento, lo que ha supuesto necesidades crecientes de población activa, que podía proceder de las amortizaciones de empleo en subsectores agrícolas o industriales ocasionadas por la búsqueda, en éstos, de mayores productividades, porque otro rasgo que comparten la mayor parte de las actividades encuadradas en este sector económico es la utilización de una gran cantidad de factor trabajo.
Lo ampliaremos, pero, de momento, quedémonos con el hecho de que desde los años sesenta, y especialmente desde los ochenta, la población ocupada en el sector servicios en los países capitalistas o en países que formalmente hayan adoptado el sistema capitalista se ha disparado, al igual que el valor del PIB que han ido generando; sin embargo, su peso, su importancia está en función de una realidad que no controla ya que casi todo lo que produce depende de los excedentes de renta que se están dedicando al consumo de servicios.
LO QUE SE NOS AVECINA
La evolución de los últimos doscientos años ha llevado a la economía mundial a un lugar sin retorno. Dirán que todos los lugares, una vez alcanzados, son de no retorno, y sí, así es, pero lo que ahora estamos exponiendo para luego abordar en profundidad es que la evolución de las cosas está abocándonos a una crisis sistémica, una situación que es imposible de evitar, pues una crisis sistémica es inevitable debido a que es fruto de una determinada evolución.
Una crisis sistémica es algo muy serio y especial: en dos mil años tan sólo se han producido dieciocho, la última en 1929, así que la del 2010 será la decimonovena de las acontecidas en estos dos milenios. ¿Por qué se produce una crisis sistémica?
Los sistemas económico-político-sociales son consecuencia de una realidad: las cosas suceden de determinada manera, son hechas de determinado modo, producen determinados efectos, no exactamente iguales, pero sí esencialmente idénticos en cuanto a sus significados y el modo como son hechas. Todo eso, ese conjunto de maneras de acontecer, de modos de hacer y de consecuencias constituye un sistema.
Es posible datar el momento en que un sistema comienza su existencia; a la vez, su duración es idéntica para todos los sistemas habidos en los últimos veinte siglos: 250 años; del mismo modo, es posible datar el momento en que se produce la muerte de un sistema (al menos lo ha sido para todos los sistemas habidos en estos dos mil años).
Maneras, modos, consecuencias…, en cualquier caso, existe algo que caracteriza a cada sistema de forma inequívoca. Ese elemento, que cambia al cambiar el sistema, es el modo de producción. Al igual que todos en el pasado, el sistema actual, el sistema capitalista, tiene sus bases, sus características y su fundamento filosófico-político. Todo ello predetermina un modo de producción.